ESPECTáCULOS › UNA MULTITUD ACUDIO A LA CONVOCATORIA DE “EL SHOW DE VIDEOMATCH”

Los sueños del ¡pum para arriba!

Marcelo Tinelli salió a buscar nuevas caras para su programa. Una larga cola daba cuenta de las necesidades y las expectativas de los aspirantes a estrellas televisivas. Desocupados, cómicos por naturaleza y chantas “con onda” convivieron en una búsqueda común.

 Por Mariano Blejman

Un camión está parado en una esquina de Parque Sarmiento (Triunvirato y Larralde) con un cartel que ofrece un particular servicio: “Fotos para el casting $ 3”, dice. Detrás, una cola interminable aguarda sobre un escueto vallado para ingresar en el casting devenido reality show interno de “Videomatch”, llamado “Comic-2002”. Marcelo Tinelli salió a buscar nuevas caras para su programa bajo un pedido concreto: “Se requieren humoristas, cantantes y bailarines”. El rating ha caído a niveles impensados para quien fue el número 1 durante años: 22 puntos, según Ibope, es muy poco para alguien que rondó, históricamente, los 30 puntos. La cola, en cambio, parece más bien una coreografía que refleja las historias de aquellos mil buscas de siempre, que intentan salvarse en un país devastado, que ya no parece estar para el chiste fácil.
En la puerta, delante de la reja, está Marita, una cordobesa que acompaña a sus hijos que ya entraron. “Aída y Luis son mis nenes”, dice. Los nenes tienen 40 y 42 años, respectivamente, y –según Marita– son reconocidos humoristas de su provincia que se subieron al micro un día antes para llegar justo al casting. También espera a un costado su hija, quien agrega detrás de sus lentes modernos: “Llegamos un poquito tarde, porque al micro se le pinchó una goma”. El humor también tiene sus contratiempos. En la fila aguardan pretendidos humoristas, y cuidado: mañana pueden ser estrellas. Por ahora son un puñado de desconocidos que manifiestan buen temple. Amara, de 24, lo tiene todo bien claro: “Yo soy cantacovers”, dice y sigue: “Sé imitar cantantes, sé cantar, sé bailar. Lo que no sé mucho son chistes pero vengo a ver qué onda”. Gabriel Montiel es cordobés, profesor de teatro. En la cola se ha hecho amigo de Carolina García, de 26, y Georgia García, de 20. Ellas no son parientes, pero están en la misma procesión que impide la mala cara. “Yo soy de Corrientes”, agrega uno; “yo vengo de Rosario”, dice otro; y Carolina interrumpe: “Nosotros entonces somos La Voz del Interior”. La orden autoimpuesta por los aspirantes parecería ser: mostrarse gracioso y socarrón ante quien pase, tener rapidez y, por supuesto, andar con un par de gastadas a mano para el que quiera escucharlas.
La cola avanza lentamente durante horas. En la puerta, los guardianes del orden piden a los pretendientes que aplaudan y entren “con muuucha onda”. Será que la tele no acepta gestos tristes, aun teniendo en cuenta la hora en que se convocó el casting. Alberto, de 31, es un excluido modelo: pasó de microbiólogo recibido en la Universidad de Luján a un laboratorio donde trabajaba hasta hace poco: “Ahora soy un triste desocupado”, confiesa. Y su economía no está para chistes. Martín llegó desde Salta: “Vengo a probar suerte. Canto, bailo y entretengo”, dice. “¡Pero si vos sos punguista, callate!”, le grita otro. Martín arremete contra todos y asegura que llegó convencido por sus amigos.
Daniel Crocco tiene 31 años y es vendedor ambulante. Ofrece por ahí baterías de cocinas: “En el programa de Marcelo está la misma gente desde hace mucho tiempo y hay que renovar. Por lo menos para hacer las cámaras ocultas, ellos ya no pueden porque son muy famosos”, opina. Unos pasos más adelante coincide Alberto Caputto, carnicero de Lomas de Zamora, que dice que sus amigos le dijeron: “Dale, vos que sos un hinchapelota, ¿por qué no te vas a probar?”, como si se tratara de un picadito. Mónica Lotorto aprovechó las largas horas de cola para hacer una canción que entona con aire tanguero de Siglo XX Cambalache: “La crisis nos obliga, nos convoca, y aquí venimos, a pedir de boca”. Agrega: “Soy secretaria y en la oficina siempre se portan conmigo”, frase que queda más que picando para que los que están más cerca se deshagan en humoradas.
Ya sobre el mediodía, la fila de humoristas en proceso de aprobación ha sido deglutida por el ingreso al predio, donde están hasta últimas horas de la noche. En una de las esquinas, un grupo de chicos avisa a sus padresque no los esperen a comer porque esto “va para largo”. Sin embargo, se huele cierto malestar en el ambiente. Juan cumple 18 años. Llegó temprano y acaba de salir para llamar a su familia. Anda con una idea que ofrece para el debate en la cola del único teléfono público en varias cuadras a la redonda: “Yo creía que acá se podía hacer algo piola. Que si Tinelli quería renovar buscaba otra cosa. Pero por los pibes que vi esto va a ser más de lo mismo. Y yo quería hacer algo más como lo que hace Pergolini: humor inteligente, irónico y no los mismos chistes de siempre. Así que me voy a festejar mi cumpleaños”.
Más tarde, Enrique Pinti hará de presentador ante los postulantes, quienes dirán sus “gracias” frente a cámara, entregarán su foto –esa que si no trajeron tuvieron que sacar en el camión de la puerta– y volverán a sus hogares a la espera de ese llamado telefónico que los saque del anonimato. Aunque piden, obviamente, que a nadie se le ocurra hacer una jodita con la esperanza.

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Algunos de Capital Federal, otros del conurbano o del interior, todos hicieron la fila “con buen humor”.
Tinelli buscó un golpe de efecto y, de paso, oxigenar su plantel. La lucha por el rating así lo exige.
 
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