PSICOLOGíA › OTRO DIFICIL CASO PARA EL DOKTER VINTZIQUER PSIQUEMBAUM

“Si fuera rico, compraría bellos sueños”

Por Rudy

El dokter Víntziquer Psíquembaum estaba tratando de dormirse una siestita en su habitación-consultorio del Tsúkerke Café, cuando irrumpió Shloime Vantz, al grito de “¡No puedo dormir, no puedo dormir!”
–Yo tampoco, con esos gritos –dijo el analista–. Estaba tratando de cerrar los ojos un ratito, de descansar un poco de las miserias de la vida, de sumergirme por un momento en un mundo en el que la comida y los pacientes abundan, y viene usted a proyectarme sus síntomas. Si no puede dormir, ¿no podría, al menos, dejar dormir al resto de los mortales?
–La verdad es que no sabía que usted trataba así a sus pacientes, dokter, ¿qué es eso, una nueva táctica del psicoanálisis?
–Ah... ¿pero vino usted como paciente? ¡Eso ya es otra cosa! ¡Estoy tan acostumbrado a que todos los que vienen es porque querían ir al baño y se confundieron de puerta, que me dejé llevar por la rutina! Y dígame ¿desde cuándo no duerme?
–Desde que me acuesto, dokter. Apenas cierro los ojos y ¡paf!
–¿Paf?
–¡Paf! Aparece mi mujer, Mérishke.
–¿Aparece en sus sueños?
–¿En mis sueños? ¡Ojalá apareciera en las pesadillas de mis enemigos! Aparece de verdad, dokter, al lado mío, en la cama, y me empieza a reprochar que la comida no alcanza, que no hay plata, que ella trabaja todo el día mientras yo rezo, que no tiene un vestido nuevo, ni uno viejo que pueda pasar como nuevo en alguna reunión. ¿Quién puede dormir así, Dokter?
–¿Usted qué cree?
–¡Yo no creo nada, dokter, pero tampoco duermo, ése es mi problema! ¡Ella me reprocha como si fuera culpa mía...!
–¿Y de quién es?
–¡De ella, de quién iba a ser! ¡Ella es la que se encarga de trabajar y cosechar y cocinar y conseguir plata, y yo soy el que se encarga de rezar. ¿Acaso me puede reprochar que rezo poco? ¿Quién se cree que es, Dios?
–Quizás ella quiere otra cosa de usted.
–¿Y qué? ¿Cómo puedo saber qué es lo que ella me pide? ¿Quién soy yo, Dios? No lo entiendo, dokter, ¡primero me hace creer que Dios es ella, después que Dios soy yo, lo único que falta es que me haga creer que Dios es usted, que adivina los sueños!
–¡Yo no adivino!
–¡Ya sé, usted in-ter-pre-ta! ¿Y por qué quiere entonces que yo adivine?
–Es que no hace falta adivinar. ¿Acaso ella no le pide cosas?
–Ella no me pide, ella me reprocha, y además, si ella me pide algo, ¿usted cree que de verdad sería lo que quiere? ¡Usted no conoce a las mujeres, por más dokter que sea!
–Quizá si la escuchara vería que ella le está reclamando algo.
–¿Quizá? Ya le dije, no me deja dormir con sus reclamos.
–Yo le digo... no sé... otra cosa, afecto.
–Dokter, ¿acaso yo vine a preguntarle qué quiere mi mujer, o con qué número soñó mi mujer, o qué va a hacer hoy para cenar mi mujer? No, yo lo que quiero es dormir, no escucharla.
–Si usted fuera...
–¿Rico? ¡Ya lo sé, dokter, si yo fuera rico contrataría a otra persona para que escuchara sus reproches mientras duermo tranquilo! Y tendría bellos sueños, ¡o los compraría soñados! ¡Pero soy pobre, dokter!
–O sea que usted desea...
–¿Desear, dokter? ¡Los ricos tienen deseos, los pobres tenemos necesidades! ¡Y yo lo que necesito es dormir! ¿Me va a hacer dormir o no?
El dokter Víntziquer Psíquembaum pensó en dormirlo de un martillazo en la cabeza. Pero desistió. No era ético. Además, no tenía martillo.

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