SOCIEDAD › DOS ARGENTINOS ASALTANTES DE BANCOS DETENIDOS EN ESPAñA

Cayeron con la marca en el orillo

“Cayeron los de la banda de los explosivos”, corrió la voz por la Chueca, la Opera, la Puerta del Sol, incluso la fuente de la Cibeles, en fin, por todo Madrid. “Golpe a los que daban golpes”, repetía facilista la televisión española. La policía o el periodismo (nunca se sabrá) acuñaron el mote. Los llamaron la “banda de los explosivos”, un rótulo previsible si se tiene en cuenta que la mentada banda asaltó al menos trece bancos y al escapar, en cada golpe, dejaba un artefacto que simulaba ser una bomba con la que detenían por un buen rato los ánimos persecutorios. Se sabe: más que en cualquier otra actividad, en el rubro asaltos a bancos, el tiempo es oro, especialmente si es tiempo de ventaja. Pero los detuvieron. A dos de ellos. Un tercero está prófugo. Los tres son argentinos. Y tenían organizado todo a la manera turística: preparaban el golpe, viajaban a España, lo daban y volvían a Argentina. Ahora, seguramente, quedarán en Madrid, sin necesidad de visa y con alojamiento pago por un largo tiempo.

El modus operandi, ese desgastado mote en dupla con el que los uniformados suelen definir el cómo de los golpes, esa especie de marca en el orillo del delincuente, era extraño y ya desde ese momento permitía a los investigadores sospechar que se trataba de una banda exógena, o sea, formada con lógica extranjera: los tíos (atiéndase el término exclusivamente español, viene a ser, no tíos en el sentido de la familiaridad) aplicaban un mix en sus asaltos. Por un lado, tenían hasta cierta cortesía en el trato, pero por el otro eran sumamente violentos si algo o alguien se interponía entre ellos y sus objetivos. Así fue como en uno de sus asaltos, los de la banda arrebataron el arma a un vigilador del banco en cuestión, y éste, sin saber a quien se enfrentaba o tal vez por puro reflejo de la academia policial, intentó manotear en defensa y fue baleado, con tanta suerte que el impacto del proyectil dio en su cintura, qué va, en la hebilla de su cinturón sin provocarle herida alguna, salvo la tremenda marca en el ombligo que tan difícil resultó para la víctima explicar ante su mujer.

El ingenio de la banda de los explosivos se multiplicaba a cada golpe. Tanto es así que ya en los últimos atracos apelaron a dotes casi histriónicas y aparecieron por las casas bancarias sentado uno de ellos en silla de ruedas empujada por otro de los integrantes, mientras que dentro del equipo rodante ocultaban armas de calibre más grueso que el comúnmente utilizado para gritar “¡arriba las manos, esto es un asalto!”. Al mismo tiempo, como ufanándose en su perfección, llegaban con pelucas, bigotes postizos, gorras, gafas y cualquier otro artilugio que les permitiera pasar desapercibidos.

Como fuera, al final de cada golpe dejaban su marca registrada, la prueba indiciaria según Morelli, Freud y Conan Doyle: el amenazante dispositivo explosivo que no era tal. Quizá tanto elogio a la perfección que sonaba ya a burlona vanidad, terminó dirigiendo el olfato hacia la viveza y pedancia criolla.

Pero el colmo y que finalmente volteó a la banda fue el asalto a la mujer que había retirado 6 mil euros de un banco y que no llegó a pisar la vereda y ya se los habían manoteado. La salidera, invento argentino como el dulce de leche y el colectivo, además de un par de testimonios, terminaron por marcar las pisadas de la banda. El día de la detención podrá tomarse como un homenaje, una señal de respeto, o una burlona devolución de gentilezas: cayeron en cana el 9 de julio.

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