SOCIEDAD › EN EL BARRIO 17 DE NOVIEMBRE, LA AUSENCIA DEL ESTADO, LA POBREZA Y EL SáLVESE QUIéN PUEDA

La solidaridad diluida por el agua

Para evitar que las lluvias inunden los terrenos, los vecinos levantan sus lotes con basura y escombros. Pero no todos tienen acceso a los camiones. Los lotes más altos hacen de muralla a los más deprimidos, lo que les impide vaciarlos de agua.

 Por Ailín Bullentini

Las primeras cuadras que nacen desde Camino Negro son, por estos días, laberintos de montañas de basura y escombros que alzan casillas de madera en algunos casos, o las sepultan bajo casi medio metro de agua estancada en otros, aislando a las familias que viven en ellas e incluso obligándolas a abandonar el predio. A más de ocho meses de iniciada la toma que dio origen al barrio 17 de Noviembre, las últimas lluvias torrenciales agravaron aún más la situación de miles de familias que luchan por convertir un pedazo de ese predio en su hogar. La falta de respuesta por parte del Estado obliga a los vecinos a invertir sus escasos recursos, cuando sobran, en soluciones precarias que mejoren provisoriamente su calidad de vida. Así, el relleno de sus lotes con descargas de camiones de basura y transportadores de volquetes, por las que deben pagar entre 150 y 200 pesos, es la única forma que tienen de evitar que sus casillas se inunden (ver aparte). La situación los empuja a participar en la competencia por subsistir, un juego en el que sólo cuenta el bienestar propio sin importar quién se perjudica.

“La solidaridad entre la gente desapareció. Los que vivimos lejos de las calles laterales no podemos contar con camiones de rellenos porque la gente de los costados se los queda para ellos, para arreglar sus alrededores y nada más. Mirá cómo estamos, hay gente que todavía tiene agua en sus casas. Así ya no se puede”, sostuvo Patricia, que junto a Fernanda se encargan de la organización de unas tres manzanas de “la laguna renacida”, como le llaman al centro del terreno donde viven. Se desprendieron de la comisión principal de delegados porque “son todos punteros políticos. Se quedan con las donaciones, o se las reparten a sus conocidos”.

La zona céntrica del 17 de Noviembre es la más deprimida y la más afectada del barrio. “El campito de Tongui”, como se conoce al inmenso terreno de más de 100 hectáreas en los alrededores, fue desde siempre algo similar a una laguna. “Esta zona funcionaba como una especie de esponja de los barrios vecinos. Chupaba el agua de lluvia que los inundaba, y también los desechos –explicó Cristian–. Parece ser que la laguna renació”, reflexionó con la vista puesta en el centro del predio, donde un enorme pantano tapó el pasto que era la base de centenares de casillas, hoy en su mayoría inhabitables.

Ahí se sostiene la casilla de Daniel, aún con más de 20 centímetros de agua. “Todo se mojó. El agua subió de noche y no me dio tiempo de levantar el colchón”, contó desde el patio de la casa de su vecina, que se salvó de la inundación porque la calle que separa ambos terrenos sirvió de muralla. La imagen del barrio, ubicado en una de las zonas más pobres de Lomas de Zamora, ya no muestra la cuadrícula de carpitas precarias que sorprendió aquella mañana de fines de 2008. Cambió radicalmente en los últimos meses, degenerando en lo más parecido a un basural. Se ven no más que montañas de desechos en el horizonte, entre las que se escabulle el agua estancada y sobre ellas, además de casillas, hombres, mujeres y muchos niños y niñas revuelven lo que dejan los camiones. Con un alambre Cristian busca clavos y maderas entre una pila de escombros: “Acá cazás de todo un poco. Y hay que venir todos los días porque los camiones no paran de descargar y las cosas que ves las perdés de un día para el otro”.

El relleno desparejo de los lotes remarcó aún más la depresión natural del terreno. Hoy, las hectáreas del medio conforman un pozo que divide el barrio geográfica y socialmente ya que la realidad de los que viven cerca de los perímetros es muy distinta de la de las personas que obtuvieron terrenos en el centro. La organización que supieron sostener durante los primeros meses de toma a través de reuniones asamblearias ya no existe. En la actualidad, la gente se agrupa de a dos o tres manzanas y mantiene una relación recelosa y tirante con los vecinos de los otros sectores. Es que lo que un grupo realiza para mejorar la calidad de vida de sus integrantes casi siempre perjudica al otro por la simple razón de que no hay un plan general que guíe las obras. “Necesitamos que nos ayuden a organizar el barrio, necesitamos que empiecen la urbanización porque así es imposible. Esa es la clase de ayuda que necesitamos”, remarcó Fernanda con desesperación.

Las inundaciones están íntimamente relacionadas con la forma en que se está levantando y emparejando el nivel del suelo. El acceso al relleno para nivelar los terrenos y evitarlas es un privilegio de pocos que, en ciertos sectores, está manejado por personas ajenas al barrio que viven de “las descargas”, y en otros por los punteros políticos que sacan provecho. El resultado la distribución despareja genera una diferencia de altura entre las partes más altas y las que no lograron obtener elementos de relleno de por lo menos tres metros. La casa de César está ubicada sobre Saladillo, una calle que nace en Camino Negro pero que se cortaba a unas cuadras de donde él vive. Hasta que junto con su mujer decidieron continuarla. “Después de la primera inundación agarramos el pico y la pala. Ya no queríamos más el agua en la casa y para eso teníamos que levantar el terreno, pero los camiones no podían entrar hasta acá porque la calle no llegaba. Entonces, primero decidimos continuarla”, comentó apoyado sobre la pala. Sin embargo, las obras no fueron suficientes para zafar de la última inundación y tuvo que desarmar su casilla para levantarla aún más. “Estar seco es el primer paso. Después tengo que rellenar más todavía para empezar a construir”, explicó.

Sólo los vecinos que viven cerca de las calles aledañas al predio tienen la posibilidad de que algún que otro camión que ingresa al barrio descargue lo que trae sobre su lote de manera gratuita. Es el caso de Graciela, que no hace mucho convenció al conductor de un camión que le vaciara su carga en las afueras de su lote. Por lo que sí pagó fue por el servicio de “desparrame” de la descarga. Cuando le sobró de mantener a cuatro de cinco hijos a fuerza de un Plan Familia y 200 pesos de manutención que su ex marido le pasa por mes, les pagó 30 pesos a chicos del barrio para que emparejaran el suelo. “Prefiero pagarle a ellos y no a una máquina. Se están ganando la vida como pueden los chicos. Y si no, lo hacía yo.”

Así pudo levantar su casa a la altura del Camino Negro, el nivel que tomaron los vecinos que primero empezaron a rellenar, sin tener en cuenta que desbarataron al resto del barrio. “Hubo gente que tuvo agua hasta el cuello por allá atrás y que tuvo que irse. A mí por suerte esta inundación ya no me agarró”, comentó Graciela.

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En el centro del terreno los lotes están rodeados por otros más altos y quedan inundados.
Imagen: Pablo Piovano
 
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