SOCIEDAD › EL POGO PARA MEDIR LAS VIBRACIONES EN RIVER TERMINó EN UN BLOOPER PARA EL GOBIERNO PORTEñO

Cuando Macri pagó para ser insultado

La Ciudad contrató a 200 jóvenes para que saltaran en la cancha y medir las vibraciones. Les pagó 100 pesos a cada uno. Pero ellos se dieron ánimo con cantitos fuera de libreto: “El que no salta es del PRO”, fue uno. “Macri, basura, vos sos la dictadura”, el otro.

 Por Soledad Vallejos

“La onda hay que producirla”, dijo el ministro de Ambiente y Espacio Público porteño, Diego Santilli. Ante él, en medio de la platea Centenario, se amontonaban cámaras y micrófonos de medios nacionales y extranjeros. Santilli sonreía y agregaba: “La onda se reproduce con 200 personas saltando de forma especial. Eso es lo que vamos a reproducir”. Era sólo el comienzo de una tardecita atípica en el estadio de River, y con posibles consecuencias para la escena rocker y la ciudad de Buenos Aires: el día en que, con la asistencia de coachs e ingenieros, se alentó la realización de minutos de pogo para medir vibraciones de los materiales y posibles impactos ambientales en el barrio. En parte, de esos saltos dependía el futuro de los recitales en la cancha. Los asistentes, enfundados en remeras amarillas impresas ad hoc y contratados a razón de 100 pesos la jornada, llegaron al sector del “experimento científico” con disciplina y en silencio; a los cinco minutos de comenzar los saltos, referían al jefe de Gobierno (“Macri, basura, vos sos la dictadura”); a los 15, al partido político del jefe de Gobierno (“El que no salta es del PRO” y bis). El ministro Santilli, sin embargo, nunca perdió la sonrisa.

En el comunicado oficial, el evento había sido bautizado como “Prueba de pogo en River” y había sido convocado a las 12.30. Para esa hora, los móviles de televisión se habían instalado, y la platea Centenario, sobre la que seguían desparramados restos del amistoso de la Selección de fútbol del día anterior, albergaba un público periodístico notablemente concurrido. Sin embargo, todavía pasaba poco. Subido a un cochecito, un señor acondicionaba el césped del campo de juego que no había sido reservado para el simulacro de pogo. La valla resguardaba el espacio entre la espalda del arco y la pista de atletismo. Con el correr de los minutos, allí se fueron disponiendo tres cuadrados de distintos materiales: un piso más bien rígido de plástico blanco, uno de apariencia algo más endeble, otro parecido a una alfombra de césped sintético.

Fuera de eso, de un par de parlantes que simulaban ser una torre de sonido, y algunas personas que disponían la pequeña escena, no se veía mucho más. Había transcurrido una hora desde la señalada por la convocatoria. De los 200 “pogueros profesionales” que minutos antes, ante un remolino de periodistas, había referido Santilli, nada. Del resultado de este “experimento científico” y otra serie de pruebas de las cuales “este estudio es sólo el primero”, explicaba el funcionario, dependerá el futuro de los recitales rockeros en ese estadio. Hasta tener las conclusiones, las próximas fechas (Bon Jovi, Jonas Brothers) serán “sin campo parado”.

Los profesionales no aparecían. “¿Dónde están?”, preguntó esta cronista. “Me acabo de reunir con ellos: estaban con sus coachs”, respondió el ministro, y se tentó al ver el efecto de la contestación. “En serio: estaban con los coachs, cada uno de los dos grupos de cien personas. Estaban precalentando, elongando. Se tenían que preparar”. A fin de cuentas, de sus saltos dependerá también el resultado que arroje “el trabajo de la investigación: ¿Se mitigan las vibraciones?”. Por ello habían sido seleccionados con rigor: “Primero, tenían que ser mayores de edad para poder tener ART y también tenían que demostrar capacidad” de saltar de a ratos al son de la música especialmente seleccionada para alentar el agite. “Además, tienen que tener formación y ganas de saltar fuerte.”

“Mirá, allá vienen”, respondió el ministro, y señaló el otro extremo del estadio: por la pista de atletismo avanzaban, formados como en excursión escolar, chicas y chicos enfundados en remeras amarillas cuyos frentes decían “yo hice pogo en River”. La comitiva obedecía las indicaciones de los dos coachs con quienes habían preparado el ingreso al campo. Chicas y chicos, en silencio, fueron dejando sus mochilas fuera de las superficies a probar. Irrumpieron los sones de “Como Alí”, clásico de Los Piojos a la hora del agite. Instalados sobre unos cajoncitos desde los que contemplar con más comodidad el panorama, los coachs dieron indicaciones: los 200 profesionales se ubicaron sobre la primera de las superficies. “Van a escuchar el silbato, acuérdense”, dijo uno de ellos. “Por ahí no sale como tiene que salir y hay que repetir”, agregó. Detrás del grupo, Santilli observaba con sonrisa imperecedera. El dj largó el disco; sobre el estribillo “y todo el mundo saltando contento” estalló el silbato del coach. Los 200 dieron los primeros saltos; primero ensayaron un “oh, oooh, ooooh”; coordinaron y cantaron: “Macri, basura, vos sos la dictadura”. El cantito se repitió dos, tres, cinco veces. Cuando la música calló, se aplaudieron. En otro piso, minutos después, sonaba otro súper clásico de AC/DC (“Back in black”), volaba una botellita de agua mineral y una mano agitaba una remera amarilla, cuando el grupo de profesionales cambió el “¡hey, hey, hey!” recitalero por otra improvisación para darse ánimos. “¡El que no salta es del PRO!”

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Los pogueros saltaron en tres superficies diferentes para determinar las vibraciones en cada caso.
Imagen: Segio Goya
 
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