SOCIEDAD › HACE CINCUENTA AñOS SE ENCENDíA LA PRIMERA COMPUTADORA CIENTíFICA ARGENTINA

Clementina, medio siglo después

Nació en la época de oro de la UBA, en pleno desarrollo de las ciencias duras. Pero vivió apenas diez años: fue una víctima más de la dictadura de Onganía. Contribuyó a formar una importante camada de investigadores científicos

 Por Ezequiel Acuña

Un día como hoy, hace cincuenta años, se encendió la primera computadora en Argentina. “Clementina”, una flor de computadora científica (para los estándares de entonces), abrió los ojos por primera vez. No llegó a la adolescencia y, poco más de diez años después, el deterioro y los gobiernos militares dieron su tarea por finalizada. Pero su vida fue tan corta como productiva, tanto como para volverla un punto importante de la historia de la ciencia en nuestro país.

Era la época de oro de la Universidad de Buenos Aires. La Facultad de Ciencias Exactas, con Rolando García como decano, había implementado la idea del profesor-investigador, adoptando las corrientes de pensamiento científico que hacían vanguardia en el mundo. Oscar Varsavsky se dedicaba a la matemática aplicada, José Giambiaggi trabajaba en la teoría de las partículas subatómicas, Cora Ratto y Enzo Gentile introducían la teoría de conjuntos y el álgebra moderna y Gregorio Klimovsky las últimas corrientes epistemológicas. Y desde Eudeba, Boris Spivacow publicaba a muy bajo precio y un ritmo implacable miles de libros de gran calidad.

En diciembre de 1960, Clementina llegó en barco. Manuel Sadosky, vicedecano de Exactas, hijo de un zapatero y doctorado en ciencias físicas y matemáticas, había iniciado las gestiones para la adquisición de una supercomputadora científica el año anterior. En la licitación se habían presentado las firmas IBM, Remington, Philco y Ferranti. La ganadora fue una Ferranti Mercury, realmente un monstruo de 5000 válvulas de vidrio, 18 metros de gabinetes (digamos, unas 50 mil veces más grande que una computadora actual), que requirió la construcción de una sala especial en la Ciudad Universitaria, donde además se controlara la temperatura y la humedad.

Clementina –llamada así porque en su memoria venía almacenada la vieja canción estadounidense de ese nombre– hablaba, como nuestras PC, con ceros y unos, pero sin monitor ni teclado. Para interactuar con ella era necesario introducir en un lector unas tiras de papel con perforaciones realizadas por los operarios en lenguaje binario, siempre al borde del error y el arreglo con cinta adhesiva. El lenguaje de programación que utilizaba, especialmente desarrollado para este modelo, fue reemplazado por una versión propia, dando nacimiento al primer software argentino llamado ComIC, diseñado por Wilfredo Durán.

De la mano de Clementina y de Sadosky, hoy reconocido como el pionero de la cibernética del país, se consolidó el Instituto de Cálculo, desde el que años después se lanzaría la carrera de Computador Científico, con cursos de computación abiertos al público. Así como jugaba al ajedrez y tarareaba un par de tangos, Clementina fue central en el desarrollo de una amplia gama de investigaciones. Llegó a funcionar las 24 horas del día y resolver problemas numéricos, sobre todo para el área de ingeniería y de la estadística, pero también fue utilizada para investigaciones lingüísticas sobre estructuras del lenguaje y traducción. Además prestó servicio para varias dependencias del Estado, trabajando en cálculos astronómicos, estudios de mecánica de sólidos, y tuvo su digno papel en el Censo de Población de 1960.

Nuestra querida Clementina, la primera computadora académica de América latina, tuvo sus grandes momentos de acción y servicio, tanto a la investigación como al sector productivo. Pero, sobre todo, formó a una gran camada de investigadores de la ciencia. En 1966, cuando la brutalidad de la dictadura de Juan Carlos Onganía intervino las universidades, el Instituto de Cálculo sufrió un duro golpe. Fue la Noche de los Bastones Largos, y la saña del golpe militar contra la Facultad de Ciencias Exactas que lo vació y expulsó a los integrantes del Instituto hacia otros destinos. Clementina siguió funcionando, pero el deterioro, la falta de repuestos y de dirección académica aceleró su final. A mediados de 1971 se informó el cese de operaciones y se prometió su reemplazo –que nunca llegó– en los medios de comunicación de alta alcurnia. Así, Clementina fue desmantelada y dejó de estar entre nosotros.

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Tenía 18 metros de gabinetes, 50 mil veces más grande que una PC.
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