SOCIEDAD › VIAJES ILEGALES

Los “sin papeles”chinos

En los últimos meses, cada vez se detectan más grupos de chinos que buscan ingresar ilegalmente al país. Son traídos por organizaciones que los distribuyen por todo el mundo.

 Por Alejandra Dandan

Los radares funcionan hace pocos meses. Cada día, un soldado de la Fuerza Aérea los prende durante seis horas. Al cabo de ese lapso, los apaga hasta el otro día, cuando todo vuelve a empezar. Como en la historia bíblica, están prendidos seis días de la semana; el séptimo descansan. “¿Usted cree que esto es normal?”, pregunta con cierta impaciencia uno de los jueces federales con jurisdicción en esa zona donde los radares sondean 82,5 kilómetros de la frontera fluvial que separa Resistencia de Paraguay. “Funcionan sólo seis horas y seis días –continúa el juez– porque son viejos, se abastecen de combustible y no hay presupuesto para mantenerlos prendidos.” En los primeros noventa días, los radares detectaron, fotografiaron y documentaron 231 vuelos ilegales, avionetas con patentes paraguayas o argentinas semejantes a la que detuvieron esta semana con ocho pasajeros chinos sin papeles. El tráfico humano en avionetas es un dato: parece el último grito de la moda entre las organizaciones chinas dedicadas al millonario negocio del tráfico de personas.
La avioneta con la matrícula paraguaya ZP-TZP era una Cessna 210 con un monomotor capaz de recorrer la distancia entre Bolivia y Resistencia con una carga de 700 u 800 kilos en sólo 50 minutos. Puede hacer varios viajes por día y pie en cualquier superficie más o menos plana. La última vez, la semana pasada, lo hizo cerca de Pampa del Infierno, en un campo alquilado por una empresa de fumigaciones. Hasta ahora, el juzgado federal de Carlos Skidelsky estaba acostumbrado a encontrarse con cualquier tipo de cosas en esos vuelos aéreos cercanos a la zona caliente de la Triple Frontera. Está convencido de que por la “vulnerabilidad” de la frontera las avionetas pueden traer de todo: “Y cuando digo de todo –advierte–, digo de todo: desde misiles hasta terroristas”. Lo cierto es que, aun así, nunca se había encontrado con pasajeros chinos en vuelos aéreos y reales.
El hallazgo ahora es un dato: los pasos fronterizos usados por los chinos sin papeles cambiaron al compás de las políticas de control migratorio. El llamado tráfico vip solía entrar por Ezeiza, Aeroparque o en barco desde Uruguay con los papeles supuestamente en regla. Cuando se intensificaron los controles, cambiaron las puertas de entrada. Ahora suelen hacer pie en Bolivia y desplazarse apiñados en colectivos, combis o en camiones jaulas, usualmente hasta Buenos Aires. La primera puerta de entrada era la Mesopotamia, más tarde –y hasta ahora, sostienen en Migraciones–, los pasos fronterizos más usados eran los de la “frontera seca”, los cruces de las provincias de Salta y Jujuy. Los aviones no entraban en la cuenta, al menos hasta aquí.

Un tour de pesadilla:

En agosto, el juzgado federal de Carlos Skidelsky se encontró en Resistencia con un extraño tour de ciudadanos chinos sin papeles. Habían pasado la noche apretados en la casa de un hombre de 83 años. Al día siguiente, cuando la ciudad se sumergía en las largas horas de la siesta, los 25 chinos fueron subiendo de a poco a un pequeño colectivo de la empresa El Pulqui que ya conocían. Habían comenzado la larga marcha en El Pulqui desde Bolivia, cruzaron la frontera por el pueblito Joaquín V. González, de Salta, y se detuvieron en Resistencia. El colectivo debía dejarlos en la terminal de ómnibus de Buenos Aires. Cuando ganaban velocidad sobre la ruta nacional 95, una hora después de la partida, los policías de la Unidad Regional Segunda, de Resistencia, le cerraron el paso.
Aquel era el sexto viaje organizado por una extraña compañía dedicada al tráfico de personas, explicaron en ese momento desde el juzgado. Trabajaban con una red de proveedores multiservicio ramificada en Resistencia, Salta y Buenos Aires. En el juzgado los conocían: habían detectado un viaje anterior, dos semanas antes. En esa ocasión encontraron a ocho pasajeros chinos en Gato Colorado, un pueblo de Santa Fe. Viajaban en una combi escoltada por un comisario chaqueño que ahora está detenido. Con el comisario, trabajaban otros nueve argentinos y cuatro ciudadanos bolivianos. Poco antes, los diarios del NOA ya anunciaban los operativos contra pobladores chinos autoexiliados con el tamaño de los títulos catástrofe: “Expulsaron de la Argentina a unos 200 chinos en 2004”, publicó en julio el diario Vox Populi de Misiones.
Cada uno de los chinos paga entre 4 mil y 10 mil dólares para llegar hasta la Argentina en esas condiciones. El dinero se reparte entre remiseros, fleteros o quienes les hacen pasar la frontera en taxi, en colectivo o en una canoa. Cobra el chofer y hasta el comisario de la escolta. Es una entrada prohibida, pero la entrada legal al país para los chinos parece un problema.

La vía ilegal:

Desde 1984 hasta fines del año pasado, mientras estuvo en vigencia la llamada “Ley Videla”, el país les exigía una suma de dinero además de visado. Hasta 1994 debían acreditar que contaban con 30 mil dólares, después fueron 100 mil dólares y ahora son 100 mil pesos destinados a “una actividad comercial, productiva o de servicios” en Argentina. Los que no buscan radicarse como inversores están obligados a llegar con un contrato de trabajo o a disfrazarse de turistas para pasar inadvertidos por las fronteras, una tarea difícil para las poblaciones de campesinos pobres que no cuentan con el dinero del traslado.
Aparte de esas dificultades, existen otras de tipo culturales: “No conocen el idioma ni las costumbres del país de destino, no saben dónde alojarse y se les hace difícil remontar las restricciones de la legislación migratoria de su país y del que llegan”, advierten en Migraciones.
Para arreglar cada una de esas cuestiones nacieron hace mucho tiempo los hombres, equipos y organizaciones “resuelveproblemas”. Años atrás, Migraciones detectó una organización que gestionaba documentos argentinos para rusos, peruanos y chinos de la República Popular, de Taiwan y de Hong Kong. Depositaba en un banco los 30 mil dólares que la ley les exigía, presentaba el comprobante en Migraciones y enseguida retiraba el dinero para repetir la operación con otra persona. Los dueños del multiservicio no eran mafiosos orientales: la logia estaba encabezada por un ciudadano chino y un abogado argentino de 44 años, buscado en Estados Unidos. A cada chino les cobraban entre cinco y diez mil dólares por los papeles.
Eso sí, los padrinos de estas organizaciones nacionales no parecen ser locales. Son conocidos como los snakeheads, los famosos gangsters chinos llamados “cabezas de serpiente”. Funcionan como organizaciones estructuradas a escala mundial y organizadas como una agencia de viaje trasnacional: prestan servicios a los potenciales inmigrantes, les dan documentos, pasaportes, logísticas, alojamiento o empleo en el país de destino. Por cada traslado cobran un dinero comparable a lo que gana un campesino medio en China a lo largo de toda su vida.
Cuando llega la hora de una partida programada, los chinos comienzan a juntar la plata. Los clanes familiares numerosos reúnen en una colecta el dinero de sus ingresos, piden préstamos entre sus vecinos y suelen recurrir a los usureros como los del mercado informal de Fuging. Con ese dinero, les pagan a las serpientes.
Según los organismos internacionales, las cabezas de serpiente, o las misteriosas Tríadas chinas, cada año introducen 100 mil chinos en distintos países por un promedio de 32 mil dólares por persona. Les cobran 25 mil dólares para entrar a Gran Bretaña o 10 mil para llegar hasta Buenos Aires después de dos días de viaje. Hace un año, la Dirección de Migraciones en Buenos Aires estimó en 100 millones de dólares el dinero que mueve el mercado de tráfico de ciudadanos chinos en el país.
Lo cierto es que algunos pagan para llegar. Otros llegan sin dinero, encuadrados en lo que se conoce como trata o tráfico de personas: los engañan y los venden como mano de obra bajo modalidades semejantes a la de la esclavitud. Ricardo Eusebio Rodríguez no vive en China sino en BuenosAires. Es el director Nacional de Migraciones y menciona alguna de estas prácticas: “Los que tienen dinero pagan y después se las arreglan como pueden, generalmente para llegar a Estados Unidos. Pero no todos pagan, están los que no pagan un peso, pero luego son sometidos a un régimen de esclavitud. Y es lo que más nos preocupa porque son la mayoría”.

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