SOCIEDAD › REEMPLAZAN EN LOS HOSPITALES PORTEÑOS LOS APARATOS CON MERCURIO

Empieza la era del termómetro digital

El Hospital Fernández se suma a la campaña para eliminar los equipos con mercurio, altamente contaminantes del medio ambiente.

 Por Pedro Lipcovich

El ocaso de los termómetros de mercurio –ya reconocidos como tóxicos– tuvo otro capítulo ayer, cuando el Hospital Fernández formalizó la decisión de reemplazar sus 450 aparatos por termómetros digitales. Ese establecimiento sustituirá también los tensiómetros y otros aparatos que utilizaban ese metal líquido. El problema de los termómetros de mercurio es que, tarde o temprano, se rompen, y el metal va a parar al medio ambiente. Las móviles bolitas de mercurio (esas que tan divertidas resultaban cuando uno era chico) emiten vapores, imperceptibles pero tóxicos. Por eso los especialistas recomiendan, también para el hogar, pasarse a los termómetros digitales. En cuanto a los hospitales, el cambio en el Fernández se anota en una carta de intención suscripta por el Ministerio de Salud porteño, que se propone suprimir el mercurio en todos los centros de salud. En los próximos seis meses, quedarán libres de ese metal todos los servicios de neonatología, que albergan a los pacientitos más vulnerables. Estas medidas se enmarcan a su vez en una política mundial establecida por la OMS; en la Unión Europea ya se prohibió el mercurio en termómetros médicos o domésticos. Por último y mientras tanto, si se rompe un termómetro en casa, para limpiar el mercurio conviene tomar precauciones que incluyen el uso de guantes y jeringas.

“A lo largo de esta semana, los 450 termómetros de mercurio del Fernández serán reemplazados por termómetros digitales, que ya han sido comprados –anunció Carlos Damin, jefe de la Unidad Toxicología de ese hospital–. En cuanto a los 23 tensiómetros a mercurio que todavía quedan, serán reemplazados en unos 15 días, en cuanto lleguen los nuevos aparatos.” Medidas similares ya empezaron a tomarse en los hospitales Rivadavia y Elizalde. Los termómetros así descartados se almacenarán hasta que “una firma especializada en residuos patogénicos se ocupe de eliminarlos, mediante la desnaturalización del mercurio”, precisó Damin.

Adriana Grebnicoff, de la Coordinación de Salud Ambiental porteña, señaló que “dentro del sistema de salud de la ciudad venían comprándose casi 40 mil termómetros de mercurio por año, lo cual quiere decir: casi 40 kilos de mercurio que, cuando los aparatos finalmente se rompían, se volcaban al medio ambiente”. En julio del año pasado, el ministro de Salud de la ciudad de Buenos Aires, Alberto De Micheli, firmó una carta de intención para eliminar progresivamente el uso de mercurio en los efectores de salud. Por de pronto, “en el primer semestre de este año se sustituirán todos los termómetros de mercurio en los servicios de neonatología”, precisó la funcionaria.

Se trata de una movida mundial: “La OMS solicitó que los establecimientos de salud eliminen progresivamente el mercurio, lo cual se enmarca en la necesidad de que se constituyan en ‘hospitales saludables’: que no dañen el medio ambiente con las sustancias que emplean en sus prácticas médicas”, contó Grebnicoff. En noviembre pasado, el Parlamento Europeo aprobó una directiva que prohíbe el mercurio en termómetros médicos o domésticos y restringe su uso tecnológico en general. “La contaminación por mercurio, que se consideraba un difuso problema local, se reconoce ya como un problema mundial, crónico y grave”, fundamentó el Parlamento.

“Las dos vías principales de exposición al mercurio son: por el aire, debido a los vapores que emana, y a través de los alimentos, en especial el pescado –precisó Verónica Odriozola, coordinadora para América latina de la ONG Salud Sin Daño, que propicia esta iniciativa–: el mercurio ambiental va a parar a los cursos de agua, donde entra en la cadena alimentaria: en los eslabones más altos de esta cadena, los peces llegan a contener cantidades importantes del metal: ya hay lugares, como los Grandes Lagos de Estados Unidos, donde se recomienda limitar el consumo de pescado (pero no suprimirlo, ya que es componente esencial de la dieta) a mujeres en edad fértil: es que el mercurio se acumula y, en caso de embarazo, atraviesa la placenta y daña al feto. Convendría monitorear los niveles de mercurio en los peces de río que se consumen en el litoral argentino.”

El caso más grave de contaminación por mercurio se registró hace 50 años en la ciudad japonesa de Minamata, donde el pescado procedente de aguas donde una empresa volcaba desechos con mercurio causó la muerte de 2000 personas y dañó a otras 20.000. En 1998 se registró envenenamiento por mercurio en habitantes de la región amazónica brasileña, en relación con su uso en minería y por la remoción de suelos ligada con la deforestación.

En la Argentina, a fines de los ‘70, se produjeron casos de intoxicación por mercurio en bebés: se usaban pañales reutilizables provistos por empresas que los retiraban a domicilio y se encargaban de lavarlos: una de ellas utilizó compuestos de mercurio en el lavado y numerosos bebés resultaron con síntomas cutáneos y, en algunos casos, neurológicos.

Los principales efectos tóxicos del mercurio se producen “en el sistema nervioso central, el sistema nervioso periférico y el riñón”, precisó el toxicólogo Damin: “En el riñón, causa insuficiencia renal; en el sistema nervioso central, alteraciones que llegan a la demencia; a nivel periférico, polineuropatías”.

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Los termómetros de mercurio, tarde o temprano, se rompen y el metal va a parar al medio ambiente.
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