SOCIEDAD › OPINION

El Estado ineficaz

 Por Marta Dillon

Hay un dato que no puede obviarse en el fallo que absolvió a Gladis Palacios: el reconocimiento del Estado de su ineficacia para proteger a las mujeres que todos los días son víctimas de violencia. ¿Qué otra cosa significa que una joven tenga que empuñar un cuchillo de cocina para poner fin a lo que el mismo Tribunal calificó como “calvario”? ¿Dónde estaba el Estado cuando a los 18 años Gladis tuvo un parto prematuro porque ni ella ni su hijo pudieron soportar los golpes recibidos? “Esto tiene que servir para tantas mujeres que como yo tienen miedo y no se animan a denunciar”, dijo ella, después de haber pasado más de nueve meses detenida, acusada de homicidio agravado por el vínculo, sabiendo que a esa figura podría corresponderle la prisión perpetua. Fue lúcida su afirmación, pero sin embargo sigue haciéndose cargo, ella sola, de lo que no hizo –denunciar–, de lo que sintió y la inmovilizó –el miedo–, sin cuestionar por qué no fue atendida a tiempo, por ejemplo, en ese hospital al que llegó para tener un aborto provocado por los golpes. Es saludable el fallo del Tribunal cordobés, y sí, ojalá sirva como ejemplo para quienes tienen que decidir la suerte de otras mujeres que vencieron al miedo por desesperación y se defendieron por sus propios medios. Pero sobre todo debería servir para volver a poner en la agenda de las políticas públicas el tema de la violencia familiar y generar espacios donde las denuncias sean escuchadas –hoy la mayoría de las comisarías de la mujer, creadas para estos casos, se han convertido en albergue de mujeres detenidas– y herramientas de intervención eficaces para que las víctimas no se vean en la encerrona de tener que liberarse apropiándose de la misma violencia que las sometió. Esta noche, después de nueve meses, Gladis volverá a su casa. Quedó escrito que lo que hizo fue lo mejor que pudo para protegerse y eso seguramente será un alivio en adelante. Hasta ahora, ésa no ha sido la suerte de Claudia Sosa, sentenciada en Mendoza a 15 años de prisión por el homicidio del hombre que la golpeó y violó desde la misma noche de bodas. Las dos, sin embargo, contaron en este tiempo con las voces de muchas otras mujeres a lo largo del país que se han movilizado este año –como ningún otro, tal vez por herencia de esa asociación de piquete y cacerola que reunió la experiencia y la academia– para hacer visible eso que se sufre en soledad, dentro de las cuatro paredes del hogar por donde de todos modos la violencia siempre se cuela hacia afuera. Voces que no reemplazan al Estado, pero que presionan, acompañan y gritan en las conciencias de quienes, como esta vez, pueden hacer justicia.

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