SOCIEDAD › EL POLICIA QUE TERMINO ACRIBILLADO

El caso Salinas

 Por Soledad Vallejos

1993. En la madrugada del último día de enero, una ráfaga de balas de 9 y .38 milímetros, escopetas y FAL abatió a Juan Andrés Salinas. Era oficial de la Brigada de Investigaciones, ocupaba el asiento del conductor de un Renault 18. Angel “El Mono” Ale, que charlaba con él desde el asiento del acompañante, no recibió un solo disparo. Los vecinos dijeron que al auto lo habían encerrado un Renault 12 gris y un Ford Falcon; que del Renault 12 bajaron cuatro hombres con fusiles, escopetas, pistolas y apuntaron directamente a Salinas. Los diarios tucumanos publicaron fotos impactantes: un reguero de impactos sobre el capot, el cuerpo de Salinas caído desde el asiento del auto. De los 40 disparos realizados, más de 25 habían impactado en el cuerpo del policía, que quedó, contaba la crónica local al día siguiente, “perforado”: “tenía rebanada una oreja, prácticamente cortada la pierna a la altura de la rodilla y una ráfaga de balas cruzaba en dos partes su cuerpo”. Además, “tenía un balazo en la nuca que fue realizado a corta distancia, como si hubiera sido el ‘tiro de gracia’”.

Tres horas después del asesinato, El Mono se internaba voluntariamente en el sanatorio Modelo, aduciendo que había sido herido en esa emboscada. En su primer testimonio, contó que a las 4 de la mañana estaba en un bar con su mujer y dos amigas, pero que Salinas le pidió ir a dar una vuelta para charlar. Mientras conversaban, arreciaron los balazos. Estaba vendado, pero no tenía diagnóstico ni estudios. La fiscal Joaquina Vermal, que estuvo a cargo de la investigación sólo al comienzo (y que años después iniciaría la instrucción del caso Marita Verón), contó que le pidió que se quitara las vendas: Ale tenía apenas un raspón. En ese “nosocomio privado se atendía entonces y todavía se atiende toda la familia Ale, todas las pericias y los estudios se los firma siempre el mismo médico”, señala el abogado Jorge Lobo Aragón (ver aparte), que por entonces era juez de Instrucción y debió investigar el episodio.

Años después, en el libro El sheriff. Vida y leyenda del Malevo Ferreyra, Vermal contó a Sibila Camps que al salir de la habitación de Ale notó el sanatorio inundado de amigos y familiares del Mono. “Sentados algunos en las escaleras, se les había subido el pantalón y pudo ver un par de armas metidas en la media”; la fiscal estuvo a punto de desmayarse, la auxilió otro de los “amigos”, “y así le descubrió el arma bajo la remera”. Al cabo de algunos instantes, todos esos hombres fueron detenidos. También se secuestró el Falcon blanco que uno de ellos había dejado en el estacionamiento del sanatorio: dentro encontraron seis armas cortas, fusiles FAL, escopetas, cartuchos, 400 proyectiles de todos los calibres, un handy que captaba todas las frecuencias. Era el auto del patriarca Said. Cuando allanaron la habitación del Mono, resultó que el herido levísimo estaba también armado. En allanamientos a casas de otros integrantes de la familia Ale, aparecieron otros arsenales.

Meses después, El Mono diría a la prensa tucumana que “las armas que me encontraron fueron sólo un fusil 22 y una 38. Por eso me sobreseyeron. Jamás tuve armas de guerra”. Su abogado, Cergio Morfil (el mismo que defendió a la ex mujer de La Chancha, María Jesús Rivero, y su hermano en el juicio por Marita Verón), agregaría que “la granada no servía. No tenía el dispositivo que la activa. Por eso no puede considerarse arma de guerra”. Angel Ale sí reconoció que su esposa tenía un fusil FAL que él usaba para cazar.

Pero apenas sucedido el fusilamiento de Salinas, Rubén “La Chancha” Ale se fugó. Lobo Aragón ordenó la captura de los dos hermanos y también de Said. “La Chancha se entrega a los tres meses”, recuerda el ex juez. “Teníamos conocimiento de que estaba en Tafí del Valle y, cuando tuvimos ese dato, justo se entregó diciendo que estaba enfermo. Se interna en el sanatorio Modelo”. Los hermanos y su padre permanecieron “en prisión preventiva confirmada por la Cámara, hasta que se concretó el juicio oral”. En realidad, el patriarca Said recibió el beneficio de la prisión domiciliaria un poco antes, en atención a problemas de salud por su edad y una operación reciente. Poco antes, El Mono y La Chancha habían pedido ver al juez Lobo Aragón en el penal de Villa Urquiza, el único de San Miguel de Tucumán. El pedido fue concedido.

–El Mono me preguntó si creía en Dios, si era católico. Le dije que sí. En esa época El Mono ejercía la cabeza del clan. Entonces me dijo: “Tenemos códigos, sabemos que hemos cometido irregularidades, pero le pedimos por mi padre”. Entonces me di cuenta de que se manejaban con la lógica de la mafia: el verticalismo, la idea de pater familiae. Said Ale tenía más de 70 años, estaba convaleciente de esa operación. Entonces ordeno la prisión domiciliaria en un centro de salud. Quedó internado en el sanatorio Modelo –recuerda el ex magistrado.

La sombra de sospecha que las pruebas materiales y los testimonios tejían sobre los Ale, sin embargo, poco a poco fue disipándose. En los resquicios se filtraban nombres de integrantes del “Comando Atila”, un grupo parapolicial conformado por oficiales rebeldes vinculados con el Malevo Ferreyra, acuartelamientos policiales y actividades dudosamente legales. Los hermanos Ale, Claudio “Gallina” Cañales y los policías Pedro Gutiérrez, Carlos Aráoz y Luis Hernández fueron procesados y juzgados por asociación ilícita y armas de guerra. En febrero de 1994, la Sala I de la Cámara Penal terminó por encontrarlos inocentes y los absolvió. Sí quedaron procesados los Atila Miguel “Tono” Pereyra, Jorge “Feto” Soria, Eduardo “Perro” Bovi, Luis “Niño” Gómez, Luis Medina y Juan Velardez. Todos fueron liberados en abril de ese mismo año.

Nadie fue condenado por el asesinato de Salinas.

Las hipótesis de los investigadores, que la propia Vermal contó a Camps años después, fueron al menos dos, y en ambos casos involucran el tráfico y la venta de cocaína, además de la competencia feroz entre los Ale y los Atila por el control de territorios y rutas.

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