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Ciruja sin cirujano

–¿Qué necesita, señora?

–Mire, vengo por un turno.

–¿A nombre de quién está?

–A nombre de Mario Darío Rueda.

–Acá está. ¿Es para atenderse con el doctor Traverso?

–Sí.

–Páseme los documentos. Perfecto. Bueno, dígale que venga.

–Soy yo.

–¿Cómo? Espere que consulto. Lo siento mucho, el doctor Traverso no atiende travestis.

El diálogo, según Carloncha, sucedió el 7 de julio pasado, en la recepción de un instituto de cirugía estética de Rosario, después de pedir un turno. Desde hace algunos años, las siliconas que se hizo inyectar en sus senos y glúteos la tienen a maltraer. “En los hospitales no me dan bola, por eso llamé ahí. Me tuve que comer la bronca y hacerme atender por otro doctor. Le conté lo que había pasado pero no me quiso decir nada”, repasa. Cuando volvió a su casa llamó a un abogado amigo que la contactó con una especialista en casos de discriminación, Marisa Malvestiti.

“Si una secretaria habla, habla por orden médica”, concluye Carloncha, que para no hacer papelones no la increpó. Junto a su abogada hizo la denuncia en la Fiscalía 2, que recomendó la apertura de una causa y se la envió al juzgado correccional Nº7, a cargo de Juan Carlos Curto. “Ya van tres veces que los citan a los médicos y no van. Ninguno de los dos, ni el que me atendió ni el otro”, dice en tono demandante. La semana pasada se hizo una mamografía, tiene un derrame interno y un quiste. Le avisaron que tienen que sacarle toda la silicona líquida y hacerse un implante. No sabe el costo, pero ya está llamando a algunos funcionarios para ver la forma de conseguir el dinero.

Carloncha ya había tenido problemas cuando trató de hacerse un tratamiento con hormonas que derivó en una hepatitis. Se inyectó las siliconas a los 19 porque no podía pagar un implante. “Igual tengo mucha suerte, conocí muchas travestis que murieron de sida, siendo muy jovencitas”, contesta al enterarse de que el promedio de vida de las chicas trans es de 35 años. “Cuando estaba en la calle, yo seguía la caravana, como todas. Y vi caer a muchas por la falopa también, que te tira abajo como calzón de puta. Antes, todo lo que hacía era para pagar la merca, el faso y las pastillas. Y no tenía dónde caerme muerta. Un día me di cuenta de eso y largué todo. Por algo todavía estoy sentada contando todo esto.”

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