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Miércoles, 1 de febrero de 2006

TEATRO › ROBERTO COSSA, JORGE RIVERA LOPEZ Y LA NUEVA PUESTA DE “TUTE CABRERO”

“En el tute nadie gana y pierde uno”

El autor y uno de los actores de la obra que se repone este sábado en el Teatro del Pueblo señalan las alegorías entre el juego de cartas y la historia de dos dibujantes que complotan para desbancar a un tercero débil.

 Por Hilda Cabrera

Unas pocas palabras paralizan a Sosa, Carlos y Sergio: “Hemos decidido prescindir de un dibujante..., les doy la oportunidad de que si alguno quiere irse, lo resuelvan entre ustedes.” La empresa, aquí a través de un jefe, convertirá en ratonera el espacio que ocupan tres empleados. Nada nuevo en el mundo laboral, pero tan estremecedor en Tute cabrero, una historia en la que, ante el anuncio de que uno sobra, dos inofensivos dibujantes de planos se imponen anular al más débil. No importa a qué costo ni cuánto se lastimen. Esta pieza teatral de Roberto Cossa sube a escena este sábado en el Teatro del Pueblo, dirigida por Jorge Graciosi, después de haber cumplido un largo periplo. Nació como guión para tevé y creció como película, estrenada con ese título en 1968 por el realizador Juan José Jusid. Años más tarde se produjo el primer intento de trasladar esta historia al teatro. “En 1980 me llamó un director para trabajar con él. Comenzamos con improvisaciones, pero ese proyecto fue abandonado. El director Raúl Serrano tomó entonces la obra y la estrenamos en abril de 1981 en los Teatros de San Telmo”, cuenta hoy Cossa.

La anécdota que enfrenta a Sosa, Carlos y Sergio no ha perdido actualidad. Aquella modesta oficina es la jaula de hierro de la sociedad vigilada de estos tiempos (la sociedad panóptica, según Foucault y otros pensadores). En el papel del viejo empleado que padece una miopía avanzada y se entretiene canturreando siempre el mismo tango, el actor Jorge Rivera López destaca, junto a Cossa, la importancia de volver sobre una obra que anuda y libera presente y pasado, pensamiento y acción, y en ese movimiento pendular suma variedad de climas. Se aclara que “la acción real transcurre durante una noche y hasta la mañana del día siguiente”.

–La necesidad de conservar el trabajo es fundamental para esos empleados, aun cuando a Sosa se le haya esfumado la vida en esa rutina. ¿Ven a este personaje como característico de la clase media?

Roberto Cossa: –Siempre hay tipos así, conformes con lo que tienen. Son los que prefieren no correr detrás de las ambiciones. Esa lucha se la dejan a otros. Pero al mismo tiempo los sostiene el trabajo, y quieren que en esto se los considere imprescindibles.

Jorge Rivera López: –Sosa es ya un hombre mayor, y a partir de cierta edad no es sencillo modificar la propia vida: el cambio más simple se vuelve insoportable.

–Pero allí ninguno está dispuesto a dejar su lugar, tampoco el joven Sergio. ¿Temen quedar fuera del sistema?

R. C.: –Escribí esta obra porque ese temor existía. Quizás hoy parezca exagerado, porque comparando el índice de desocupación de aquella época con el actual vemos que era bastante menor y había posibilidad de encontrar otro trabajo. Pero nadie soporta que lo desplacen.

–¿Influyó el juego del tute en el desarrollo de la obra?

R. C.: –De chico jugué mucho al tute. Me enseñó mi tío Francisco Altobello, un tipo macanudo de oficio almacenero. El tute es un juego perverso. A mí me quedó grabada la imagen de que ahí nadie gana y pierde uno. En la obra esto significa que dos podrán conservar el trabajo y uno quedará afuera, quizá para siempre. Mientras se tiran las cartas se van formando alianzas: los jugadores tantean, especulan... Se lanzan contra aquel al que pueden joder y aprenden a no tirarse contra quien no les conviene.

J. R. L.: –Yo también jugué bastante. Las partidas de tute son muy agresivas, amargas...

R. C.: –Pueden participar hasta cinco, pero lo lindo es cuando juegan tres. No me explico por qué está en decadencia, siendo el juego que más aportes hizo al lenguaje popular: “las diez de última”, “cantar las cuarenta” y “hacer capote” provienen del tute.

–¿Les tocó perder?

R. C.: –Yo, con mi tío, siempre. El era un maestro.

–¿Cómo calificarían al jefe Barcel?

R. C.: –Representa el costado despiadado de las empresas. Utilicé ese personaje como pretexto dramático.

–¿Quiere decir que la amenaza de despido y la torpeza de unos empleados que no toman conciencia de la manipulación “sirven” a la obra?

R. C.: –Sirven a la acción dramática. El teatro es eso. Necesita del “pretexto”, que no aparece de improviso sino después de trabajar mucho. Eso me está pasando ahora con una obra que aún no terminé. A medida que se avanza en la escritura se va forjando esa imagen teatralmente rica que ayuda a “abrir” la obra.

–¿Y elaborar un mundo independiente del autor?

R. C.: –Eso es lo que diferencia al dramaturgo del narrador. En la narrativa uno es el dueño de la historia, en el teatro, en cambio, los personajes son los que crean las circunstancias que necesitan para desarrollarse.

–En una novela emblemática de la literatura española, Niebla, de Miguel de Unamuno, el protagonista crea su circunstancia: se rebela. ¿Cómo calificaría esa situación?

R. C.: –Ese es un recurso teatral dentro de una narrativa.

–¿Cuánto aporta el actor o actriz a la creación de un personaje?

J. R. L.: –Mientras uno corporiza al personaje va experimentando con el texto y el autor, si lo tiene cerca. El actor crea climas, y veces acierta y otras no. Recuerdo que Tito se puso fulo cuando Beto Brandoni, que actuaba en El viejo criado, introdujo una frase inventada por él.

R. C.: –A mí no me molestan los agregados. Aquella vez me puse fulo porque no estaba de acuerdo con el subrayado: el chiste no lo necesitaba.

–¿Es común que el actor improvise o subraye?

J. R. L.: –Yo soy un relojito, pero sé que algunos se tientan, sobre todo en las obras de humor y en las comedias. Es peligroso, porque uno cree que redondea su personaje y sólo consigue aflojarse y sobreactuar para que el público se ría más. Así se empasta el trabajo. El actor es demasiado sensible a la reacción del público. Su ego es muy fuerte. Por algo sube a un escenario. El subrayado es bastante habitual en el circuito comercial.

R. C.: –Yo prefiero no utilizar la palabra “comercial”. Me gusta más decir que la obra se encuentra en otra vidriera. Una obra de Javier Daulte que ahora está en un teatro de la calle Corrientes no es comercial. Tampoco diría que es comercial un espectáculo de Enrique Pinti o Les Luthiers, porque uno sabe del talento y el esfuerzo de estos artistas.

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“Es raro que el tute esté en decadencia, siendo el juego que más aportes hizo al lenguaje popular”, plantea el dúo.
 
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