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Domingo, 16 de junio de 2013

TEATRO › RICARDO DARIN, NORMA ALEANDRO Y VALERIA BERTUCCELLI

“En el teatro, uno es su propio instrumento”

Darín y Bertuccelli protagonizan, dirigidos por Aleandro, Escenas de la vida conyugal, la versión teatral del clásico de Ingmar Bergman que acaba de subir a la cartelera porteña.

Escenas de la vida teatral. Muchas. De todo tipo. Son las que repasan, analizan y discuten en un pequeño salón del teatro Maipo Norma Aleandro, Valeria Bertuccelli y Ricardo Darín, los protagonistas y la directora de Escenas de la vida conyugal, la versión teatral del clásico de Ingmar Bergman que acaba de subir a la cartelera porteña. La charla sobre la flamante puesta deriva en un diálogo que tiene como centro de atención a la actuación y al teatro, vocación y espacio expresivo que tanto desvela a este trío de artistas tan heterogéneo como celebrado por distintas generaciones. Darín se remite a lo suyo: demuestra que el mote de “remador” no se limita a sus salidas jocosas televisivas, sino al hecho de involucrarse en cada nota que da. Atenta, Aleandro conceptualiza las ideas que circulan en la atmósfera. Mientras que Bertuccelli asume un lugar secundario, aunque siempre lista para lanzar algún latiguillo que distiende la charla. “Es una suerte hacer esta obra con estos actores, tan talentosos como comprometidos”, afirma Aleandro.

La historia de Escenas de la vida conyugal es muy conocida: Bergman la concibió como una miniserie de seis capítulos para la televisión sueca en 1973. Su repercusión trascendió las fronteras del país nórdico al punto de que distribuidores de Estados Unidos e Inglaterra le pidieron al realizador que redujera la miniserie a un film de 167 minutos, que se estrenó en la pantalla grande y ganó varios premios. Más tarde, Escenas... tuvo su versión teatral, que Bergman estrenó en el teatro Marstall de Munich, Alemania, donde se exilió luego de haber sido acusado en su país natal por evasión de impuestos. La versión teatral tuvo una recordada puesta en Argentina, cuando en 1993 Norma Aleandro y Alfredo Alcón asumieron los roles protagónicas de ese matrimonio que padece la convivencia, se termina separando, pero se siguen sufriendo y amando a la vez.

–¿Cómo fue, Norma, encontrarse con esta obra, veinte años después y en otro rol?

Norma Aleandro: –En 20 años no me puse a recordar ni tengo la costumbre: se me borra muchísimo todo lo que hago. Por suerte. Pero lo que me quedó, además de la alegría de haberlo hecho con Alfredo Alcón, con quien me divertí muchísimo haciéndola, fue la sensación de que Escenas... era una excelente obra, de las difíciles de encontrar. Cuando me reencontré con ella volví a corroborar aquella sensación. Me pasó lo que le pasa a uno con los grandes autores: uno los vuelve a leer y siempre algo provocan, se les encuentra otra vuelta de tuerca. Las obras se resignifican con el contexto social y el estado individual. Valió la pena haberla hecho entonces y ahora volver a hacerla. Escenas... habla de lo que nos importa a todos: del amor, de cómo convivir con otra persona, de qué nos pasa en la convivencia...

A su lado, Darín la escucha con atención, como quien observa a un maestro al que admira. Con esta obra, el actor argentino más convocante del momento le puso un freno a la pantalla grande para volver a las tablas. “En realidad, hice Art hasta 2011 en el Tabaris. Lo que sucede es que pareciera que no hice teatro porque estuve doce años haciendo la misma obra”, dispara, incluso tomando conciencia de los años al frente del texto protagonizado aquí y en España con Oscar Martínez y Germán Palacios.

–Después de doce años de interpretar la misma obra, tomar la decisión de regresar al teatro no habrá sido sencillo. ¿Qué lo decidió a sumarse a Escenas...?

Ricardo Darín: –Me gustó mucho la obra y escuché la recomendación que Norma me había hecho hace un tiempo, cuando me dijo que estaba en la edad justa para hacerla. Se lo agradezco, porque ahora sé a lo que se refería. Un actor pasa por distintas edades y etapas. Hay personajes, historias y estructuras que calzan mejor en una época que en otra... Ese combo hizo que me subiera a la idea de hacer teatro. Tenía necesidad de hacer teatro. La gente tiene una idea equivocada del trabajo en cine; creen que hacer cine es divertidísimo. No es necesariamente así. Los actores disfrutamos mucho, mucho, el hecho de estar sobre el escenario. Hay un proceso de trabajo y preparación, que puede ser tedioso y doloroso, pero el momento de entrar al escenario a hacer tu trabajo junto a tus compañeros no se parece a ninguna otra cosa. En el teatro uno no depende de nada más. Uno se encierra, se encapsula dentro de esas voluntades, en esa especie de complicidad con el público.

–Requiere de menos técnica que la que se manifiesta en el rodaje de una película, por ejemplo, donde el detrás de cámara siempre recuerda que es ficción.

R. D.: –Al no depender tanto de la técnica, el teatro tiene una aproximación a lo artesanal. No hay nada que me guste más que hacer teatro. Sentí la necesidad de tener descanso del set de cine porque llegó un momento que me sentí atrapado en una película de terror, cuando entrás en un proyecto, salís y empezás con otro y así casi indefinidamente... Es difícil de entender desde el afuera, porque siempre de afuera las cosas se ven cómodas.

–El público suele creer que el teatro resulta más tedioso que el cine, al interpretar todos los días al mismo personaje en la misma obra.

R. D.: –De aburrido no tiene nada y de hacer siempre lo mismo, menos.

N. A.: –Siempre digo que cuando comienza a ser aburrido uno tiene que irse. Quiere decir que uno ya está desgastado y no puede seguir creando. El aburrimiento no es bueno para la creatividad. Uno crea al personaje todas las noches. En cada función uno siempre encuentra otro camino que se te había escapado. Nadie, ni los compañeros ni uno ni el público, es el mismo de ayer. La energía teatral no es permanente.

R. D.: –El trabajo cotidiano con la misma obra sobre el escenario te ofrece la oportunidad de profundizar cada vez más. Empezás a entender cosas que creías que habías entendido y por alguna cosa te das cuenta de que no. Siempre cito un caso que tuve en Art, porque para mí fue una llave de apertura mental. Habíamos debutado con la obra en el Blanca Podestá con Germán (Palacios) y Oscar (Martínez). Nos iba muy bien, las críticas sobre la obra y mi trabajo no podían haber sido mejores, la vida nos sonreía en términos teatrales. Mi cabeza podía haberse tranquilizado por todo lo bueno cosechado. Pero en la función 211 pasó algo: en el momento en que estaba fuera de escena, esperando para reingresar, escucho que el personaje de Germán le dice al de Martínez que el cobarde era él, que atacaba a una persona que era incapaz de defenderse. Algo dentro mío estalló, porque no estaba interpretando a un tipo incapaz de defenderse: le estaba poniendo demasiada energía. Y me modificó todo. No sólo lo que pensaba sobre mi personaje y la obra, sino también sobre los críticos que tanto me habían elogiado.

N. A.: –Sobre todo lo que pensabas sobre los críticos... (risas).

R. D.: –Claro, fue la excusa que encontré para poder criticar a los críticos (risas). Fue tan fuerte lo que me pasó, que no me animaba a ingresar al escenario sin aplicar en ese mismo momento esa modificación que se me había revelado. Me acuerdo de que cuando volví a escena con esta nueva idea, los chicos me miraban extrañados, porque ya estaba creando un personaje mucho más timorato sin haberlo charlado previamente. Estaban acostumbrados a que volvía con una especie de ataque de bravura...

N. A.: –Es un ejemplo muy claro, entre muchos. El teatro te permite perfeccionarte técnicamente en el andar. El cine es del director. En cambio, el teatro es del actor. En el teatro el director está para ayudar al actor a que no se desbarranque, a que use sus mejores herramientas y no desafine con los otros instrumentos, pero el que realmente logra la aparición de la creación es el actor. En el teatro uno es su propio instrumento, que se conoce y se afina en el hacer, en la práctica permanente. Hay millones de libros sobre la técnica teatral. Ninguno te ayuda si no la practicás. Es como la carpintería.

–La teoría es necesaria, pero el oficio no se limita a ella. Más bien recién empieza...

N. A.: –La teoría sirve, en todo caso, para recordar ciertas cosas cuando alguien quiere dictar una clase. El oficio actoral se aprende con la práctica. Si un pianista no está horas en el teclado no puede crear libremente. El actor debe olvidarse de la técnica para poder actuar. Eso en el cine es muy difícil.

R. D.:–Hay una especie de convención acordada tácitamente por todos los componentes de un evento teatral y es que un día se estrena. Todos presuponen que ese día es el punto exacto de madurez para que todo pueda ser mostrado. Y eso no es sí. Lejos está de serlo. La aproximación a las distintas capas de lecturas que te ofrece una obra no se produce mágicamente en un solo día. Es por aproximación. Uno va interesándose, va entendiendo, tu organismo se adapta a los que propone la historia y a las herramientas que cuentes o no cuentes... El actor se sumerge lentamente en la historia. El día del estreno no debería existir. El teatro es arte en movimiento. Como dice Norma, esas cosas sólo se captan transitándolas... La actuación se transita todo el tiempo, a cada instante.

N. A.: –Siempre digo que los críticos están locos si van el día del estreno, donde los actores estamos en un estado que nos sobrepasa, difícil de manejar. En un estreno el caballo sigue desbocado. Al estreno sólo deben venir los buenos amigos y gente que uno no conozca, porque no es la mejor función. Los únicos que se pueden destacar son esos actores que son exhibicionistas.

–¿Cómo es eso?

N. A.: –Claro, hay actores que no son buenos, pero son exhibicionistas, que tienen una capacidad histriónica que necesita de la mirada del otro para destacarse. Es como el bromista del grupo.

R. D.: –Y generalmente se cortan solos...

N. A.: –Exacto. Es el actor que trabaja solo y no en función de la obra. Ese día se olvida de los compañeros y por eso se destaca. El resto de los actores sufrimos el estreno. El problema de los exhibicionistas, que tampoco hay tantos, es que a las veinte funciones ya están gastados. Los exhibicionistas trabajan de taquito; no se ponen muy nerviosos. El resto de los actores vuelve a la creación una vez que supera las primeras funciones y se acomoda. Por eso, les pido que no vayan al estreno. Cuando los inviten, denle la invitación a una tía y ustedes vengan otro día...

R. D.: –Lo bueno es que no es una ciencia exacta y a veces ocurre que el tiempo de maduración coincide con el estreno. Casi nunca, debo admitirlo. Por eso es bueno lo que hicimos nosotros y que últimamente se hace muchísimo, que es hacer ensayos abiertos con un grupo de personas, alumnos de teatro... Les sirve a los estudiantes presenciar el proceso de construcción de un proyecto, y al actor le sirve la devolución de la reacción ante la obra. La verdadera devolución activa de la audiencia es “estar ahí”, aportar su energía. No hay devolución más grande que el silencio de una platea concentrada en lo que pasa en la obra. No se necesita debate. El actor siente esa ola que te atraviesa. Igual con una carcajada. Esa energía te atraviesa y te envuelve. El actor percibe en el escenario cuando está tocando la nota adecuada, se percibe al instante. La tensión que se corta en el aire es la que sostiene la obra. Ese es un aporte increíble. Los espectadores en su atención están trabajando para la obra. De la misma manera que te la pueden boicotear sin darse cuenta. Un teléfono que suena en el momento más inoportuno es un desastre ecológico, porque ese maravilloso momento de jugar a ser otra persona en una situación completamente distinta de la tuya se corta de golpe. Tenés que tener una gran cancha para pilotear esa situación.

–¿Coincide en esa apreciación, Valeria?

Valeria Bertuccelli: –Yo estoy tan nerviosa en estos días que los escucho hablar a ellos y me digo que es verdad, que eso es lo que me pasa a mí. De hecho, mientras los escuchaba, trataba de recordar cada una de las cosas que decían... casi que durante la nota voy haciendo la función; no me puedo relajar.

N. A.: –Está loca... Es una suerte que esté loca...

V. B.: –En el cine estamos más protegidos: si le errás, se hace de nuevo. Y todas las veces que sean necesarias hasta que quede bien. El cine es más artificial, estás más protegida por lo técnico.

R. D.: –Igual, hasta cierto punto: he ido a ver al cine películas que hice y al finalizar me preguntaba: ¿qué había pasado con la escena que habíamos estado grabado durante toda la mañana en un descampado en pleno invierno? O darme cuenta de escenas que creía que había estado extraordinario y al final estaba como el culo... y el problema es que una vez que la peli se estrenó ya no hay nada más por hacer. En cambio, en el teatro siempre hay algo por hacer y rehacer.

V. B.: –Claro, y lo podemos corregir en el momento. Es tan fuerte la energía del público en el teatro que cuando hay absoluto silencio y las reacciones son las esperadas, uno hasta puede decir para sí mismo: “Vamos bien...”. Y se gana en confianza. De igual manera, el actor se da cuenta cuando el espectador retira esa confianza, cuando no le cree... Hay que tener la cabeza disociada. El teatral es un trabajo de locos. Literal.

N. A.: –¿Viste? Al final estamos un poco locos... Pero ¡felices!

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