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Sábado, 2 de febrero de 2008

TEATRO › LIA JELIN HABLA DE SU PUESTA DE “EL DIA QUE NIETZSCHE LLORO”, BASADA EN UNA NOVELA DE IRVIN YALOM

“El teatro es imagen, la palabra pasa volando”

En la pieza que se acaba de reponer en el Teatro de la Comedia, Jelín y Luciano Cazaux llevan a escena los planteos nietzscheanos sobre la existencia, pero también los primeros esbozos de la teoría psicoanalítica. La directora destaca la vigencia del tema más allá del tiempo transcurrido: “Lograr ser lo que uno quiere es una dificultad hoy también”.

 Por Alina Mazzaferro

“¿Vivió su vida o fue vivido por ella?”, pregunta Friedrich Nietzsche. Quien debe responder es Josef Breuer, de quien el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, fue discípulo. Claro que Nietzsche y Breuer nunca se entrevistaron en vida. Sin embargo, en el teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062), de miércoles a domingos a las 21, ambos entablan largas conversaciones acerca de la vida y la muerte, los mandatos sociales y la capacidad de elección, esbozan sus teorías y las llevan a la práctica en El día que Nietzsche lloró, una obra basada en el best seller de Irvin Yalom, adaptada al teatro por Luciano Cazaux y Lía Jelín, y dirigida por esta última.

La pieza que regresa a la cartelera porteña (realizó su primera temporada con éxito en 2007) enfrenta un doble desafío: llevar a la escena los planteos nietzscheanos acerca de la existencia, pero también los primeros esbozos de la teoría psicoanalítica, de la época en que Breuer y un Freud de tan sólo 26 años comenzaban a imaginar la intromisión de lo inconsciente en la vida cotidiana y los “efectos terapéuticos de la conversación”. Acomodada en su cálido departamento de Núñez, Lía Jelín se prepara para contar cómo se atrevió a llevar al teatro esta novela que combina la historia, la filosofía y la ficción, y se anima a discutir y profundizar acerca de los tópicos filosóficos sobre los cuales la obra reposa.

–¿Era una lectora de las obras de Breuer, Freud y Nietzsche antes de trabajar en esta puesta?

–Yo soy carne de diván. Empecé mi análisis en 1963 y nunca lo abandoné. Tengo la sensación de haber podido modificar el rumbo de mi vida gracias a él.

–¿Entonces es una enamorada del psicoanálisis?

–Creo que es una experiencia intransferible, que lo que es bueno para uno no lo es para el otro. A unos les fue bien, a otros no les sirvió, otros consiguieron determinadas cosas. Yo tengo un conocimiento diletante, amateur, personal y experimental del psicoanálisis.

–Seguramente tuvo que investigar acerca de sus inicios para encarar esta obra...

–Sí. El protagonista es el maestro de Freud, Breuer. Es un científico que está experimentando con palomas para estudiar el equilibrio, en un momento en el que la represión instintiva estaba en su apogeo. Las mujeres usaban corsets, los comportamientos eran sumamente rígidos. Sólo había permiso para formar familia, tener hijos. Nietzsche era un tipo que estaba en los antípodas, con un pensamiento caótico y muy profundo, reflexionaba sobre la condición humana.

–¿Buscó actores que se parecieran a los personajes históricos?

–Freud era muy bajito pero yo puse un actor enorme para interpretarlo. Porque en el inconsciente colectivo se acepta más esta imagen que la otra. Nietzsche debía ser un hombre destruido, que a los 40 años parezca de 60, ya que sufría de gastritis, migraña, era muy enfermizo. Tuvo una vida tremenda. Por ejemplo, sólo cogía con prostitutas. Un día fue a un prostíbulo y la madama le dijo “con ella no, que tiene sífilis”. Pero él decidió tener relaciones igual, se contagió la enfermedad y enloqueció.

–¿Cuándo entró en contacto con la obra de Nietzsche?

–De chica leí Hombre y Superhombre. Como no había televisión cuando yo tenía 15 años, los libros eran nuestra fuente de inspiración generacional. La montaña mágica de Thomas Mann, El lobo estepario de Herman Hesse, los textos de José Ingenieros y más tarde los de los autores existencialistas eran el lugar donde nosotros buscábamos nuestra propia identidad.

Jelín hace un movimiento con la mano para que la atención se desvíe hacia una biblioteca de pared que contiene unos cientos de ejemplares, que según ella son los que sobrevivieron a la última mudanza, mientras que otros 1500 fueron donados a una parroquia. “¡El cura debe estar con los pelos parados!”, se ríe la directora. “Y eso que no vengo de una familia de intelectuales; soy hija de inmigrantes, de La Paternal. Pero mi mamá me llevaba a ver espectáculos del Colón al aire libre, entonces yo a los 9 años sabía que quería ser bailarina.”

–Esto tiene mucho que ver con algo que plantea la obra: la contraposición entre el “deber ser” y la elección personal.

–Exactamente. Yo leí el libro de Yalom hace casi diez años y me encantó.

–¿Cómo se convierte una novela de raíz filosófica en una obra de teatro?

–Me convocó el productor Jorge Dyszel e inmediatamente pensé que era imposible hacer 400 páginas en una obra de teatro. Cuando uno lee un libro hay una complicidad entre el autor y el lector muy distinta a la del lenguaje teatral. El teatro es imagen, las palabras pasan volando, no hay posibilidad de retomar para poder entender más. Una cosa es lo que imagina el lector acerca de lo que lee y otra cosa es verlo plasmado. Son dos lenguajes diferentes.

–¿Qué complicaciones hubo a la hora de llevar los núcleos temáticos y filosóficos del libro a la escena?

–Yo quería tener tres pisos en escena: el piso de lo manifiesto (lo que se dice, la realidad teatral), el de lo latente (lo que no se dice pero está latente en el pensamiento) y el del superyó. Después pensé que el escenario iba a quedar como una torta de casamiento. Así que con la escenógrafa ideamos dos planos bien visibles: el plano de lo manifiesto en planta baja y un plano, ubicado por encima del anterior, que es el de lo latente. Del libro sólo tomé los dos triángulos amorosos: por un lado, el de Nietzsche, Paul Rée y Lou Salomé. Por el otro, el de Breuer, su mujer y Bertha, que es en realidad Anna O. El primer tratado sobre la histeria que escribe Freud es sobre esa mujer; empieza a escribirlo con Breuer pero lo termina Freud.

–¿Pero fue verdadera esta historia de amor entre el doctor y la paciente?

–No, la historia de amor no fue real, pero sí el tratamiento. Eran los comienzos del psicoanálisis, hablan de la “deshollinación” porque no tenían palabras para nombrar lo que hacían.

–La obra retrata una época –fines de siglo XIX– de gran represión, donde los hombres tenían también su corset: el deber de seguir una profesión, formar una familia, ser exitosos. ¿Cuál es el corset de la sociedad actual?

–Lograr ser lo que uno quiere es una verdadera dificultad hoy también, por el mandato familiar, por la situación socioeconómica, porque nadie le explica a la gente que podría tener acceso a una educación que es gratuita. El cartonero podría hacer la primaria y la secundaria de noche si quiere, pero no tiene los estímulos ni la dirección para poder hacerlo. Entonces la educación queda relegada a la clase media y alta, cuando en realidad la movilidad social es lo más interesante que tiene un país.

–Hablando de educación, esta toma de conciencia de la que habla Nietzsche en la obra, este “abrir los ojos” para enfrentarse a la verdad, ¿no es angustiante?

–Claro. Vivir dentro de una religión, pensando que va a haber un paraíso, aplaca y alivia el dolor de la muerte. Es más duro vivir sin esta promesa, esta fe. Pero al mismo tiempo me parece más productivo, revolucionario, vivir fuera de ella. Sabemos que hay miles de cosas que no sabemos cómo son, usamos el veinte por ciento de nuestro cerebro y cada uno sobrevive a la angustia existencial como puede. Si necesita la religión, bienvenida sea. Si necesita el conocimiento, también.

–En relación con la posibilidad de elección, en la obra un personaje pregunta: “¿Es posible escapar a nuestra cultura, a la familia?” ¿Usted qué cree?

–Depende. Para el judío de la época era imposible. Pero Breuer encuentra una salida. Mediante la hipnosis se da cuenta de que no está afuera de ese corset sino dentro de él. No es el afuera lo que lo atrapa sino que él está atrapado dentro de sus propias fantasías.

–Hoy parecería que hay más facilidad de romper con esos modelos familiares rígidos, es más sencillo divorciarse o no casarse. Pero si el verdadero corset está en el interior de cada uno, con esta libertad aparente no se resolvería el tema de la felicidad...

–En general no se resuelve, se vuelven a repetir hasta la náusea las mismas problemáticas. Sólo algunas personas logran romper el círculo de infelicidad. El psicoanálisis en realidad busca eso, lograr que la gente sea un poco más feliz. Por eso la gente lo rechaza tanto. Lo más difícil en la vida es lograr hacer lo que uno verdaderamente quiere hacer.

–Como le preguntó Nietzsche a Breuer en la obra, ¿usted vivió la vida o fue vivido por ella? ¿Tuvo la opción de elegir?

–Si no hubiera sido por el psicoanálisis, yo no hubiera sido bailarina ni directora de teatro. Mi vida seguramente hubiera sido otra.

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“El psicoanálisis en realidad busca lograr que la gente sea un poco más feliz”, argumenta Jelín.
Imagen: Ana D’Angelo
 
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