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Sábado, 2 de febrero de 2008

TEATRO

Diálogo entre dos cerebros

Josef Breuer (Claudio Da Passano) se acerca a Frederich Nietzsche (Luciano Suardi) para ayudarlo a erradicar sus migrañas, con el pálpito de que, atacando la causa profunda del mal, el síntoma desaparecería. Pronto los roles se invertirán y Nietzsche, “médico de toda nuestra cultura”, terminará escuchando al doctor de gran reputación, quien mediante la “deshollinación” (el origen de la asociación libre) descubrirá que sólo ha perseguido las metas que le impuso la sociedad y que nunca eligió con libertad. “¿Vivió su vida o fue vivido por ella?”, insiste entonces Nietzsche. Y Breuer responde que no eligió, que vivió la vida que le asignaron, pero “¿cómo escapar de nuestra cultura, de nuestra familia?”, se pregunta con frustración.

No sólo Breuer hurga en el basurero de su mente; a partir de este encuentro imaginario que propone El día que Nietzsche lloró también lo hace este filósofo, muy a pesar suyo, pues él también sufre una angustia existencial. Le teme a la muerte y no puede soportar su soledad, a la que sabe que está condenado si quiere cumplir su misión para con la humanidad. “La desesperación es el precio que uno paga cuando toma conciencia de las cosas”, dice. El amor no es más que una distracción y una amenaza para aquel que tiene al tiempo como único compañero de viaje. Mientras tanto, Breuer se paraliza al pensar en ese mismo compañero cruel que lo lleva al ritmo de todos hacia la muerte. Sólo de a poco, de la mano del filósofo, aprenderá que “la muerte llega, pero eso no significa que la vida no tenga valor”.

Estos dos hombres, que en apariencia llevan vidas antagónicas –uno es un exitoso profesor y padre de familia; el otro, un enfermizo intelectual de poca vida social que ha abandonado la universidad–, comprenden que pueden ayudarse mutuamente para ser felices en una sociedad donde prima el “deber ser”. En medio de ese mundo social que los rodea y ese otro mundo interior que empiezan a descubrir (el de los deseos), ambos se enfrentan, no sin conflictos, al amor y las mujeres. Son las representaciones que los hombres se hacen de ellas las que aparecen en escena: Mujeres encorsetadas, histéricas, “gatos depredadores con apariencia de animales domésticos”; toda mujer encaja dentro de alguna de estas categorías. Sólo mediante la “deshollinación” estos dos grandes analistas de la sociedad de su época podrán destapar su inconsciente, dar rienda suelta a sus pasiones reprimidas y liberarse de sus tormentos en una experiencia que anticipa las sesiones de diván que consagraron a Freud.

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