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Miércoles, 7 de mayo de 2008

TEATRO › RUBéN SZUCHMACHER Y LAUTARO VILO HABLAN DE SU PUESTA LA GRACIA, EN EL ROJAS

Los mandamientos sobre el escenario

El ciclo Decálogo propone tres piezas sobre los principios básicos del cristianismo: “Nos llevó meses de elaboración”, confiesan.

 Por Cecilia Hopkins

El Centro Cultural Ricardo Rojas acaba de estrenar con Decálogo un nuevo ciclo de teatro, cuya particularidad consiste en haber reunido a tres dramaturgos y tres directores con el objeto de producir un espectáculo en torno a tres de los primeros 10 mandamientos, principios básicos del cristianismo presentados por Moisés, según las Escrituras, en el Monte Sinaí. Este ciclo, que continuará a lo largo del año para indagar acerca de los restantes mandamientos, comenzó el sábado a las 21 con el estreno de La gracia, a cargo de Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo; Todos los miedos, por Romina Paula y Mariana Chaud, y El amor perfecto de dos paraguas disfuncionales, por Andrea Garrote y la dramaturga mexicana Concepción León Mora (ver recuadro).

En una entrevista con Página/12, Szuchmacher y Vilo resumen las dudas que los acompañaron durante el proceso de escritura y ensayo: “En principio, el problema que nos planteaba este primer mandamiento, Amar a Dios por sobre todas las cosas –resume el dramaturgo– es que, a diferencia de los demás que dicen no se debe hacer tal cosa, afirma algo que es necesario hacer. Y ya se sabe que en el teatro negar es mucho más interesante que afirmar”. En los análisis previos –ninguno de los dos se considera religioso–, Vilo y Szuchmacher entendieron que, de las 10 instrucciones que implican los mandamientos, “en el primero está implícito el objetivo central, que es mantenerse en el camino de la fe cristiana”. Al admitir que “los restantes mandamientos son las aplicaciones específicas para lograr el primero –no matar, no robar, honrar las fiestas– no encontraban, sin embargo, su especificidad. “¿Quién es el sujeto que ama y en qué acción teatral podría traducirse ese verbo?”, se preguntaban. Ambos concluyen afirmando que “en la resolución poética de estos interrogantes empezó a configurarse La gracia”. La obra está interpretada por Berta Gagliano y Juan Manuel Torres. La escenografía y el vestuario pertenecen a Jorge Ferrari, y el diseño de iluminación, a Gonzalo Córdova.

–¿Cuáles fueron las primeras dificultades que les planteó este trabajo?

Rubén Szuchmacher: –Santificar las fiestas, no matar, no robar, honrar al padre y a la madre, todos brindan situaciones dramáticas maravillosas...

Lautaro Vilo: –Teníamos que encontrar un verbo específico para traducir la acción de amar. ¿Dónde amar a Dios? ¿Cuáles son las otras cosas sobre las cuales uno debería amarlo? En una lectura rápida de este mandamiento, uno puede pensar en una guerra santa, por ejemplo.

R. S.: –Pensamos que enfocarlo desde algún fundamentalismo era la tentación que nos ofrecía meternos con un tema teológico. Y quisimos corrernos de ese lugar.

–¿Tiene sentido para dos personas que se consideran no religiosas ocuparse de un tema como éste?

R. S.: –Nosotros pensamos eso mismo en un principio, pero después aceptamos trabajarlo sin caer en facilismos. Nos llevó meses de elaboración.

L. V.: –El proceso de escritura de esta obra fue el más tortuoso que tuve, por la inasibilidad del tema. Tampoco queríamos hacer una parodia de la religiosidad, sino pensar en qué consiste la doctrina religiosa del cristianismo. Y vimos que los mandamientos son instrucciones, son lo que se hace o se deja de hacer en el mundo. Y obtener la gracia divina tiene que ver con la voluntad del individuo para desarrollarse espiritualmente.

–¿Cuál fue la conclusión, entonces?

L. V.: –Para nosotros, la inmanencia de este primer mandamiento tiene que ver con el amor y la defensa de la vida, del estar sobre el mundo. El pensamiento religioso no volvió etérea esta obra, sino ligada a lo ético y lo moral. Finalmente, una religión sirve para determinar cuál es el comportamiento ético a observar.

–¿Cuál fue la situación teatral resultante?

L. V.: –No queremos revelar demasiado, pero podemos decir que hay una persona que tiene muchos problemas para estar en la vida y otra que llega para darle ánimo. La obra presenta una crisis ética en relación con la vida y la muerte. Así, el espectador debe descubrir por qué estas personas están juntas.

R. Z.: –El desafío más interesante era no escabullirle al tema, lograr que el mandamiento que nos había tocado fuese parte estructural del relato escénico. Es decir, no derrapar y terminar hablando de otra cosa. La obra tiene una densidad muy particular, especialmente si se la compara con el “tarambanismo” que hay en el teatro en este momento.

–¿En qué consiste ese “tarambanismo”?

R. Z.: –En que hay una gran dificultad para trabajar ideas complejas. No voy a decir mucho más que eso... Esta obra propone, con gran austeridad, que el espectador siga con atención lo que se dice en sus cuarenta minutos de duración. La puesta se contrapone a la teatralidad desbordante que caracterizó al Rojas desde los tiempos de Batato y Urdapilleta.

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“Teníamos que encontrar un verbo específico para traducir la acción de amar. ¿Dónde amar a Dios?”
Imagen: Sandra Cartasso
 
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