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Lunes, 31 de agosto de 2009

DANZA › UNA PAREJA JAPONESA SE IMPUSO EN EL MUNDIAL DE TANGO

Abrazos con sello oriental

La pasión que los japoneses sienten por el tango vivió un hito anteanoche con la victoria de Hiroshi y Kyoko Yamao en la final de Tango Salón, disputada frente a una multitud en el Luna Park. Son los primeros campeones no argentinos en la categoría.

 Por Carlos Bevilacqua

¡Qué prestancia ese chico!”, opina una señora desde atrás, a la izquierda. Inmediatamente después, desde la derecha un señor mayor le dice a otro: “¿Vos viste las colas que tienen estas chicas?”. Se suceden luego comentarios más procedentes sobre las virtudes coreográficas de tal o cual pareja, los antecedentes de cada competidor y las preferencias personales. Como en la cancha, el espectador atento al audio popular puede vivir esa otra dimensión del juego propuesto por el Campeonato Mundial de Baile de Tango, este año en su séptima edición. Organizado por el Gobierno de la Ciudad, el torneo se divide en dos categorías: Salón (el tango social, ese que a diario se cultiva en las milongas) y Escenario (el más vistoso y ecléctico, que se despliega en los espectáculos), ambas con un primer premio de $15.000.

La final de Tango Salón, disputada anteanoche en el Luna Park entre 45 parejas, coronó por primera vez a un binomio extranjero: el de los japoneses Hiroshi y Kyoko Yamao, dos caras conocidas porque ya habían participado en otras cuatro ediciones del Mundial. En 2007 habían llegado a ubicarse terceros en Salón y sextos en Escenario. De 39 y 35 años, respectivamente, los Yamao dan clases juntos desde hace tres años y tienen su propio estudio de baile en Tokio. Al ser consultados sobre los docentes que los formaron, no dudaron en mencionar a Carlos y Rosa Pérez, Fabián Peralta y Valentina Villarroel. Todos nombres que hablan de un gusto por las formas más tradicionales, lo mismo que las milongas que eligen para ir a bailar cuando visitan Buenos Aires: Sunderland, La Baldosa y Glorias Argentinas. “Para nosotros el valor del tango es que permite que la gente se encuentre. Si bien dos desconocidos pueden lograr un buen baile, ser pareja en la vida permite lograr mucho más”, dijo él, intérprete mediante, ya en camarines luego de la euforia de la premiación. Con un estilo prolijo, musical y fluido pero más austero que el de otros años, los nipones se impusieron en una final relativamente chata, con bailarines que lucían como contenidos por los nervios o, acaso, conscientes del gusto por la sobriedad que viene mostrando el jurado en los últimos años o de una polémica disposición que anula las notas más altas y bajas de cada participante, esas que se consiguen asumiendo riesgos más que cuidándose.

El segundo puesto fue para los colombianos Edwin León y Jenifert Arango Agudelo, en tanto resultó tercera la pareja italoargentina de Damián Mariño y Sara Parnigoni. Considerando que la cuarta pareja fue la de los italianos Mauro Zompa y Sara Masi (habitués de las finales, además de mimados por el público) y la quinta otra binacional, de los diez bailarines mejor ubicados, ocho fueron extranjeros. Los otros preferidos de la multitud fueron los rusos Andrey Panferov y Natalia Alyushkina, elegantes intérpretes de una música que mostró variantes respecto de la habitual.

Los shows que amenizaron la espera del fallo tampoco tuvieron la fuerza de otros años, en parte por la ausencia por razones de salud de Chico Novarro, quien en los planes figuraba como partícipe de un homenaje a su obra. Lo único que se escuchó de él fue “Convencernos” en la voz una Julia Zenko que vino en frasco chico, ya que a continuación se despidió con “Yo soy María”. La acompañó un septeto liderado por el pianista José “Pepo” Ojivieki que también sirvió de marco instrumental para el tramo que levantó el promedio emotivo de la noche: la interpretación de “Balada para un loco” por Amelita Baltar en el mismo recinto en el que ella misma la había defendido como cantante en un concurso de nuevas composiciones hace 40 años. El otro gran acierto de los programadores fue la exhibición simultánea de quince parejas de milongueros mayores en una ronda que el estadio (cubierto en un 90 por ciento) supo festejar con una larga ovación. El resto de la espera la dominó la joven bailarina Johana Copes, eje de un grupo de cinco parejas para un ajustado trabajo colectivo.

Las últimas imágenes de la noche volvieron a dejar un sabor agridulce. Como en otras instancias del Festival y del Mundial, el ministro de Cultura de la Ciudad, Hernán Lombardi, se sintió obligado a intervenir para decir poco y nada sobre un evento que, si bien es verdad que se mantiene saludable, se creó y consolidó en gestiones anteriores. A continuación, los firuletes inspirados, ya más relajados, de Hiroshi y Kyoko limpiaron el paladar con una exhibición de festejo en medio de la coreografía preparada especialmente para la ocasión por Aurora Lúbiz y Johana Copes. Pero la postal más elocuente de los campeones fue la del estribo, cuando ambos se acercaron al borde del escenario y, tomados de la mano, inclinaron el torso hacia delante en ese típico gesto oriental de reverencia, prolongado esta vez durante medio minuto. El tango y Japón tienen un nuevo motivo para seguir enamorados.

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Hiroshi y Kyoko triunfaron en la 7ª edición del Mundial.
Imagen: Pablo Dondero
 
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