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Martes, 23 de junio de 2015

DANZA › MARíA JULIA CAROZZI, AUTORA DE AQUí SE BAILA EL TANGO

Una etnografía de las milongas

Durante quince años, esta antropóloga se propuso investigar los códigos de la milonga y lo hizo tan a fondo que terminó dando clases de baile. “Quería estar muy atenta al movimiento, los conflictos y alianzas que genera el tango”, explica.

 Por Andrés Valenzuela

La milonga tiene sus códigos. Algunos resultan más o menos obvios. Otros son más difíciles de percibir, como cuántas tandas seguidas se puede invitar a bailar a una señorita sin comprometerla o qué pasos son aceptables en qué lugar. María Julia Carozzi es antropóloga y se encontró con estos códigos cuando empezó a aprender a bailar el 2x4 que le venía por herencia familiar. Pronto dejó de lado a los santos populares que habían sido sus objetos de estudio preferenciales y los reemplazó por el ambiente de cortes y quebradas, de abrazos y de “sacarle viruta al piso”. El resultado, tras quince años de baile, de aprendizaje, de enseñanza, de centenares de entrevistas, charlas y comentarios con milongueros de toda índole, es Aquí se baila el tango, una “etnografía de las milongas porteñas”, profunda y de ágil lectura, publicada recientemente por Siglo XXI Editores.

El ensayo-etnografía-libro se articula en torno de tres ejes temáticos principales. El primero es una recorrida por la construcción del baile de tango contemporáneo, desde el regreso de la democracia hasta hoy, que revela cuánto tiene de construcción mítica el origen del tango como música y como baile. El segundo, que guió el trabajo de Carozzi, se centra en la conciencia del cuerpo y del movimiento que se propuso atender la investigadora. El tercero, finalmente, pasa por las relaciones que se generan dentro y fuera de la pista con la excusa del baile (y cómo se construyeron históricamente).

“Quería estar muy atenta al movimiento, los conflictos y alianzas que genera, porque es algo que sobre todo los que tenemos muchos años de educación formal aprendemos rápidamente a mecanizar y automatizar, a no prestarle atención”, explica Carozzi. Quince años de investigación, reconoce entre risas, puede hacer pensar que quizá se le fue un poco la mano con su idea de ampliar la conciencia sobre el propio movimiento, aunque eso la llevó por derroteros inesperados, como aprender a bailar “la parte del varón” y hasta dar clases. “Esto entra dentro de algunas corrientes antropológicas que intentan superar el ser parte de una cultura occidental muy educada, que impone limitaciones a la percepción”, apunta.

Los otros temas, como la evolución del modo de bailar tango o las relaciones, aparecieron más tarde, cuando se hicieron visibles los distintos estilos (ella baila “estilo milonguero”, en el que los cuerpos “se apilan” y el despliegue acrobático de pasos es menor porque los cuerpos están pegados), o cuando la relación inevitable con compañeras y compañeros de pista llevó a amistades y confidencias.

“Hablás con cualquier tanguero y te dice que el baile se multiplicó en la década del 90 por el turismo, y como en los orígenes, hay un viaje transatlántico de ida y de vuelta para explicarlo. Me llamó mucho la atención y empecé a plantearme qué pasaba acá para que el tango refloreciera acá.” El resultado sorprende y también explica los conflictos generacionales en las pistas. La investigación de Carozzi destaca la importancia de los talleres culturales barriales del gobierno porteño de la década del 80 para difundir el tango o la importancia de la codificación de los pasos “de estilo milonguero”, entre otros factores específicamente locales. Esto, además, con las “disputas” en la pista por el espacio, entre aquellos que “caminan” el tango y quienes disfrutan del firulete.

En este punto, Carozzi ofrece dos categorías: las milongas “ortodoxas” y las milongas “relajadas” o “prácticas”. Las primeras, estrictas observadoras de los códigos de antaño. Las segundas, permeables a nuevos modos de hacer, bailar y relacionarse. Entre unas y otras, admite, hay un montón de espacios intermedios. “Hay una disputa que se produjo con la llegada de nuevos bailarines que provenían de los talleres del Programa Cultural en Barrios y del Centro Cultural San Martín”, explica la autora. “Esta gente se incorporó a las milongas que estaban funcionando, pero donde casi no se había renovado la población desde los ’50.” Este “aluvión” de nuevos milongueros devino en peleas feroces por el espacio, que aún hoy perviven en algunas pistas (en forma de codazos al aire o atropelladas que más de un joven sufre a manos de los veteranos). “Para mí, la disputa máxima fue entre el ‘nosotros circulamos’, de los antiguos, con las formas más fijas de bailar de los nuevos.” Y aunque ya no quedan tantos milongueros del ’50 o el ’60, muchos jóvenes retomaron esa tradición, algo que también explica la sacralización de ciertas orquestas entre los disc jockeys y milongueros porteños, incluso en circuitos tangueros menos formales.

“Esas orquestas ya eran reconocidas, pero a partir de su repetición en las milongas hay una sacralización”, explica Carozzi. Ante milongueros veteranos que recordaban la formación de las orquestas de Di Sarli, D’Arienzo o Pugliese como quien recuerda la de un River Plate exitoso o la del Huracán exquisito del ’73, muchos organizadores de milongas tuvieron que abandonar los intentos de modernizar un poco lo que sonaba en sus parlantes. “Ojo que también he visto todo lo contrario: DJs que pusieron clásicos y fue el organizador a que lo sacaran y pusieron algo nuevo”, advierte la antropóloga. “Pasó algo maravilloso, que es que mucha gente se alió con la defensa de la tradición y quiere seguir con todos los códigos, la misma música, mientras otra gente que quiere innovar, entonces hay un cisma entre las milongas ortodoxas y las relajadas.”

Otro concepto particularmente interesante dentro de Aquí se baila tango es la idea de “deserotización pedagógica”, un modo de llegar a que el tango, al menos en su etapa de aprendizaje, no resulte (tan) sensual. “Enseño tango milonguero, que se baila ‘apilado’, con contacto pecho a pecho con el compañero, y al principio ese contacto es para todos un contacto erótico: se deserotiza a partir de la práctica, de bailar con amigos y con profesores en un contexto de aprendizaje”, elabora Carozzi. De cualquier modo, anticipa una multiplicidad de abordajes del erotismo y el tango, según la época, los lugares (en la época de oro no eran lo mismo los bailes de los clubes de barrio que las “confiterías del centro”, por ejemplo) y claro, el compañero ocasional. No es lo mismo aprender a bailar entre hermanos que sacar a la vecinita o mucho menos aceptar la invitación de un desconocido. ¿Y ahora? ¿Las nuevas generaciones? “Ahora, lo que es muy evidente es que el tango está muy ligado al saber algo, al bailar bien, al aprender algo, un saber que adquiero y voy mejorando y perfeccionándome en eso.”

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Carozzi se interesó por los códigos milongueros cuando aprendió a bailar el tango.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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