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Martes, 23 de junio de 2015

CINE › PABLO CéSAR ESTRENARá LOS DIOSES DE AGUA EL PRóXIMO JUEVES

Cosmogonías que no saben de fronteras

El director de Fuego gris filmó una historia basada en las creencias del pueblo dogón, de Malí, sobre unos seres anfibios que, según los relatos históricos, llegaron a crear al ser humano. “Puede ser que haya algo de verdad”, plantea el cineasta.

 Por Oscar Ranzani

A veces, las ideas de una película surgen en la mente de un director mucho tiempo antes de que puedan materializarse. Eso le pasó a Pablo César: el germen de Los dioses de agua –que se estrenará el próximo jueves– surgió cuando el cineasta viajó a Malí en 1998 a filmar Afrodita (El jardín de los perfumes). El asistente de dirección era oriundo de Malí y le contó a César que la cosmogonía reflejada en esa historia de ficción era muy parecida a la que tiene la gente de ese país. “Yo lo desconocía. No es que yo la planteé, porque el mito de Afrodita es muy ancestral, pero hice una pequeña variante que hablaba de mundos paralelos”, recuerda el director. Entonces, comenzó a averiguar sobre la cosmogonía del pueblo dogón, de Malí, que desde hace años viene transmitiendo mensajes de forma oral a las nuevas generaciones. César asegura que estos relatos “han sorprendido a muchos escritores e investigadores”. Hace tres años, el director de Fuego gris pensó en escribir un guión, que no iba a poder transcurrir en Malí porque actualmente es una zona de conflicto. “Al viajar a Angola en 2012, invitado por la entonces presidenta del Incaa, Liliana Mazure, a integrar la misión comercial que encabezó la presidenta de la Nación, empecé a establecer contactos con el Instituto Nacional de Cinematografía de Angola y a pensar de qué manera podía trasladar eso ahí o si habría un camino por el cual vincularlo”, explica César.

Finalmente, el cineasta pudo concretar Los dioses de agua, cuyo título remite a unos seres anfibios que, según los relatos históricos, llegaron a crear al ser humano. El film tiene como protagonista a Hermes (Juan Palomino), un estudioso de las culturas milenarias que vive comparando sus cosmogonías. Y está por presentar una obra teatral inspirada en el mito dogón que señala que el nacimiento de los seres humanos fue consecuencia de un experimento realizado por seres de otros mundos. Hasta que Hermes conoce a Oko, un joven de Angola que viene a Buenos Aires a estudiar la historia de los afrodescendientes, pero también a desentrañar el misterio de unos sueños extraños que tiene periódicamente, en los que ve a unos esclavos africanos hablando en castellano. Ese encuentro le permitirá a Hermes viajar al Africa para seguir estudiando las culturas milenarias y, a la vez, estará marcado por una revelación que se le presentará posteriormente.

–Usted, que ya había filmado en otros países del Africa, ¿cómo vivió la experiencia en Angola y Etiopía?

–Desde el punto de vista humano y técnico, fue maravilloso, porque encontramos dos pueblos aparentemente diferentes. Hice cuatro viajes antes para el casting, selección de actores, y también fui a firmar el convenio de coproducción. Pero fuimos a los pueblos. La película no está filmada en Luanda, la capital de Angola, que es una ciudad moderna como Buenos Aires, porque preferí ir a los lugares donde están las etnias, donde el personaje del antropólogo busca la información. En ese sentido, fue una experiencia muy enriquecedora.

–¿El libro que está escribiendo es sobre ese viaje?

–No, el libro está escrito, sólo falta una corrección técnica. Es sobre todos los viajes de coproducciones con Africa. Incluso, hay una coproducción que quedó en la espera porque fue en 2000 y en 2001 se iba a filmar la película. Estaba firmado el contrato con Sudán, y ahora Sudán se dividió en Sudán del Norte y Sudán del Sur. Así que por ahora nos quedaremos sudando un poco (risas). Filmé en Túnez Equinoccio, el jardín de la rosas. Y el libro cuenta esta experiencia; también la de Cabo Verde con escenas de Fuego gris (la película que musicalizó Luis Alberto Spinetta), la filmación de Afrodita (el jardín de los perfumes) en Malí y Orillas, que se filmó en Benin. Y el libro también aborda el viaje de esta última película en Angola y Etiopía.

–¿Por qué se interesó en los misterios de las cosmogonías de los pueblos dogón y tchokwe?

–Porque puede ser que haya algo de verdad. Cuando el escritor Erich von Däniken publicó el libro Recuerdos del futuro, que señalaba que habíamos sido visitados por seres de civilizaciones más avanzadas, lo trataron de loco. Ahora, ya es muy común que se plantee si la humanidad tuvo un desarrollo muy elevado y si, en algún momento, esa humanidad desapareció. Entonces, lo que me interesa es cómo esos lenguajes pueden estar encriptados en dibujos, elementos o esculturas. Y, a veces, los tenemos enfrente. No es que estén tan ocultos.

–¿El objeto de esta historia es preguntarse de dónde viene el ser humano?

–Sí, dejar la pregunta. Pero yo no tengo la respuesta, porque si no, sería millonario (risas).

–De algún modo, la película muestra culturas y cosmogonías que contradicen las religiones. ¿Cómo se llevó con esto al momento de armar la historia?

–Traté de evitar el conflicto; es decir, no presentar ningún conflicto en los lugares donde filmábamos ni en la película. Un día, cuando estábamos en el rodaje, uno de los chicos tenía la remera con el título en inglés: “The Gods of Water”. Y vino un señor, que apareció de repente de la calle, y con un líquido que se compra en librerías le tapó la s. Dijo: “Hay un solo Dios”. Y el productor nos dijo: “No digan nada, sigamos con la remera así”. También depende del nivel de tolerancia de las personas. En realidad, la ciencia siempre tuvo una gran separación de la religión. Y es obvio. Seguimos mirando el universo y cada vez hay más cientos de millones de galaxias y gente que cree que una persona hizo todo.

–Si bien es una ficción, es de suponer que tuvo un riguroso trabajo de investigación. ¿Cómo fue ese trabajo?

–De años, porque vengo leyendo desde el ’98. De todas maneras, me junté con toda esa información, y con Liliana Nadal para escribir el guión y ver de qué manera se podía tratar toda esa información con el mayor cuidado posible y sin decir “esto es real” sino “esto es una hipótesis: le pregunto a usted, señor espectador, ¿será posible?”.

–¿Siempre le interesó estudiar las culturas antiguas o es algo que le despertó interés al viajar al Africa para hacer sus películas?

–Yo hacía una revista con historietas y me llamaba mucho la atención, pero los veía como seres muy extraños y muy distantes porque yo me nutrí lamentablemente de una información de películas de Hollywood; de Tarzán, por ejemplo, que es el blanco que grita y todos los negros hacen todo lo que él quiere, mientras domina a la selva. Entonces, me eduqué con esa información. Y después, me di cuenta de que estaba en un mundo de ilusión creado por otros. Y en mi primer viaje a Túnez en el ‘89 me encontré con un mundo que me sorprendió. Igual, hay muchas diferencia entre Túnez, Angola y Etiopía. Me encantó ir descubriendo eso y sobre todo cómo nos han alejado.

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Pablo César filmó películas en Malí, Angola, Etiopía, Túnez, Cabo Verde y Benin.
Imagen: Pablo Piovano
 
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