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Viernes, 13 de julio de 2007

DANZA › ENTREVISTA A MONICA FRACCHIA, QUE ESTRENA “MOZARTIANA”

Pequeña serenata para Amadeus

La coreógrafa propone a partir de hoy, en el Centro Cultural Borges, un doble homenaje: al genial compositor austríaco y a Ana María Stekelman, la creadora del Ballet del Teatro San Martín.

 Por Alina Mazzaferro

Mozart está en todas partes: en los ringtones de los celulares, en las estridentes musiquillas de espera de cualquier conversación telefónica, incluso, a modo de soundtrack de la vida real, en múltiples y variados lugares públicos, desde el subte hasta la clínica privada donde la recepcionista atiende sonriente al ritmo de la “Pequeña serenata nocturna”. Cada melodía es tan pegadiza y cotidiana y, sin embargo, aún aterra a quienes trabajan en el mundo contemporáneo de la cultura abordar “un Mozart”. Tal vez por la solemnidad que conlleva el nombre del gran maestro, tal vez por su uso indiscriminado, “usar” a Mozart implica, desde el inicio, un desafío. Cuando el año pasado se cumplieron los 250 años de su nacimiento, algunos encontraron el pretexto perfecto para animarse, por fin, a trabajar con el gran Amadeus.

Mónica Fracchia, una de las seis integrantes femeninas del primer Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín de 1977, coreógrafa y directora de la agrupación independiente Castadiva que dirige desde 1998, presenta Mozartiana –desde hoy hasta el 3 de agosto en el Centro Cultural Borges (San Martín y Viamonte) a las 21–, una obra que, como anticipa su nombre, rinde un doble homenaje: por un lado, al gran compositor austríaco, que nunca hubiera imaginado que dos siglos más tarde sería fuente de inspiración de creaciones de danza contemporánea, un género del que jamás hubiera podido oír hablar. Por el otro, Mozartiana –léase también Mozart y Ana– está dedicada a Ana María Stekelman, la creadora del ballet del TGSM que este año celebra su treinta aniversario, quien nunca se atrevió a usar a Mozart en sus obras y ahora se encuentra junto a él, de igual a igual, en el título de una pieza firmada por una de sus discípulas más antiguas.

Fracchia comenzó a trabajar en esta obra en 2006, con motivo de un encuentro coreográfico dedicado en su aniversario al creador de Don Giovanni. Fue así como compuso “Afortunada alegría”, un sexteto femenino montado sobre la archiconocida “Pequeña serenata nocturna”. Hoy, Mozartiana se compone de otros dos números coreográficos: “Transición”, sobre el Concierto para piano número 23, y “Desolación extrema”, basado en “Lacrimosa”, el célebre fragmento del Réquiem. “Yo soy de hacer algunas cosas sin darme cuenta, hasta que me doy cuenta. Un día descubrí que esta obra la había hecho para Ana María Stekelman. La había llamado Mozart-i-ana. Y la había construido como creo que a ella le gustaría: con mucho movimiento, bastante abstracta”, cuenta Fra-cchia a Página/12. “A lo largo de mi carrera bailé cosas de muchos coreógrafos; Ana siempre fue mi preferida”, confiesa sin ánimos de ofender a ningún otro maestro, sino de hacer un balance: “Ella era muy talentosa, era muy lindo trabajar en sus obras. Yo guardo un recuerdo muy grato de esos años en el ballet del TGSM”, subraya.

A partir de su experiencia en la compañía oficial y luego de pertenecer a esa casa por doce años, Fra-cchia desplegó una extensísima y jugosa carrera: se convirtió en la bailarina predilecta y fetiche de las obras de Stekelman, se animó a trabajar como solista de forma independiente abordando sus propias coreografías, se perfeccionó con Pina Bauch y Jennifer Muller y hace nueve años que encabeza su propia compañía, lo que no es poca cosa, si se tiene en cuenta las dificultades que una agrupación independiente debe sobrellevar para permanecer en el tiempo. Desde hace algunos años viene trabajando en lo que ella llama su “tríptico popular”: Sudakas, Febo asoma y Fechas patrias, tres obras en las que se ha propuesto analizar, mediante el lenguaje de la danza y utilizando música folklórica y tango, la historia y la identidad nacionales; un prisma de imágenes en movimiento que recupera desde los símbolos patrios tal como nos los enseñaron en la fiestita escolar hasta los cuerpos ausentes de la dictadura. “Fue mi manera de decir nunca más, un exorcismo de las dictaduras”, explica acerca de Fechas patrias, la pieza que describe como “su mejor obra, aunque la más dura”, que le llevó dos años terminar de armar y que pudo mostrar en una única función en el festival Cambalache de 2006.

–¿Cuán difícil es mantener una compañía independiente y poder estrenar con ella?

–Yo no he podido mantener a mi gente desde el comienzo. Los bailarines van queriendo tener sus propias compañías o vivir de la danza, lo que en mi compañía es imposible. Mantengo este espacio porque estoy aferrada a él. Los subsidios funcionan, pero siempre hay gente que queda afuera y nosotros trabajamos igual, salga o no el subsidio. En Fechas patrias la mitad del subsidio fue para armar el video que usamos en la obra y la otra mitad para la música; no me quedó plata para la ropa, entonces necesité otro año para poder juntar de mi plata para hacer el vestuario. Y los bailarines bailan gratis pobrecitos... son divinos. Mis obras, en general, son reconocidas después de un tiempo. Sudakas es del 2002 y recién ahora tengo éxito con ella. Acabamos de llegar del V Festival Mujeres en la Danza de Ecuador, donde la consideraron el mejor espectáculo.

–¿Por qué su grupo tiene más repercusión afuera que en Buenos Aires? ¿Es más difícil sostener la compañía en esta ciudad?

–No es más difícil; yo no hago lo que se usa, como tampoco me pongo la ropa que se usa. Acá se compra mucho lo europeo y lo norteamericano.

–Entonces, ¿el que no tiene influencia de flying low no está de moda?

–El flying es fantástico, pero como técnica. Cuando en el escenario sólo veo flying o release me aburre. Cada coreógrafo debería tener su propia forma de expresarse, su lenguaje. Acá todo el mundo utiliza el lenguaje con el que se entrena. En cuanto a lo visual, lo que se usa son las nuevas tecnologías. Yo también hice una obra con video, pero no es lo único que hago. Cuando ponés el movimiento en dos dimensiones se pierde lo corpóreo, el volumen.

–¿El usar música folklórica también la aleja de las modas?

–Soy como la oveja negra de la danza contemporánea. Si bien vengo del palo más contemporáneo e intelectual, de repente necesité hacer cosas populares.

–En el Festival de Danza Contemporánea pasado hubo muchos solos y dúos y pocas compañías. ¿Esa es otra moda o es que las políticas culturales han olvidado ocuparse de las compañías?

–Ahora se usa poner a uno o dos en el escenario, pero a mí me encanta poner mucha gente. Yo me presento todos los años a Prodanza, me dan el subsidio un año sí, el otro no. No sé cuál es el criterio. De a dos, por supuesto, es más fácil para conseguir la ropa, la plata, un teatro y estrenar. Pero si me preguntan, ¿por qué lo hacés con trece personas? ¿Porque es difícil? Tal vez inconscientemente, pero es más porque me gusta ver mucha gente bailando.

Al inicio de esta entrevista, Fra-cchia comenzó describiendo los desafíos de hacer una obra contemporánea con las melodías, tan clásicas como conocidas, de Mozart. Sin embargo, la sensación que deja antes de marcharse es que el reto es aún mayor. ¿Es un desafío estrenar? A Fracchia esa palabra no le gusta; enseguida elige otra, sonríe y dice: “Es una fiesta”.

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“Soy como la oveja negra de la danza contemporánea”, señala Fracchia.
Imagen: Nancy Larios
 
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