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Sábado, 17 de noviembre de 2007

DANZA › “ANOCHE (UN BAILE DE TANGO)”, DE CAMILA VILLAMIL

Milongueando sin firuletes

En el Centro Cultural Borges, Villamil reconstruye ilusiones, deseos, exigencias y “planchazos” de una típica milonga porteña sin recurrir a los clichés del tango for export.

 Por Carolina Prieto

Anoche (Un baile de tango) es un espectáculo de danza que evita los lugares comunes del género: ni despliegue escenográfico (apenas una serie de sillas), ni el típico farolito, ni la figura del compadrito o las mujeres con medias de red, tajo y lentejuelas, ni los himnos más escuchados. Se trata, más bien, de un acercamiento al mundo de la milonga y a las relaciones mudas que allí se tejen: los encuentros hombre-mujer con sus señas claras (el cabeceo, la aceptación), sus ilusiones, deseos, rechazos, exigencias y “planchazos”. Una ventana a una situación atemporal –el vestuario de las bailarinas es actual y sin los brillos del for export, mientras que ellos lucen más vistosos pero sin remitir a un momento preciso– marcada por tal síntesis de la puesta en escena, expresividad de los rostros e intencionalidad de las miradas que tiene bastante de película muda musicalizada con una banda de sonido de lo más sugestiva.

En el comienzo se oye la voz de María Nieves describiendo sus inicios; más adelante, a Carmencita Calderón (otra gran bailarina) y a Félix Picherna (expertísimo dj tanguero), entre valses y tangos entrañables como Mariposita, Mocosita y Yo no sé qué me han hecho tus ojos. La gestora de este inusual trabajo es Camila Villamil (35 años, bailarina y profesora de tango), hermana de Soledad y de un encanto muy parecido: ojos grandes, pelo negro pesado, labios bien delineados. Con apenas un vestido lánguido y simple, ella es una de las exquisitas intérpretes, además de la directora y la coreógrafa (junto a Matilde Ventura) de esta obra que se presenta los viernes en el Centro Cultural Borges y que marca su debut en un triple rol, después de más de una década de curtir milongas porteñas, enseñar y participar en varios espectáculos que giraron por el exterior.

“El tango de escenario no es lo mío. Nunca me identifiqué con la estética del brillo, el rodete y la red ni con los saltos y los revoleos del baile. Hay gente que lo hace muy bien, pero yo –tal vez por ser grandota– no me sentía muy cómoda. Todo lo que sentía al bailar en la pista de una milonga y todo lo que allí veía no pasaban arriba de un escenario.” Y agrega: “Por eso, mi intención fue recrear una milonga de cualquier tiempo y de ninguno a la vez, casi como una abstracción, evitando un registro naturalista. Convoqué entonces a bailarines con cualidades interpretativas que me permitieran contar una serie de situaciones que van más allá del baile”. Con sólo ocho sillas que el joven elenco manipula, se las ingenió para sugerir dos ámbitos precisos: la zona del baile y el afuera de pista, donde las miradas y los cuerpos se buscan, se encuentran, se rechazan y se pierden. Ese espacio es el preámbulo para la danza, donde el sexteto despliega sutileza y sensualidad, pero también velocidad y virtuosismo. Hasta se permiten ciertas rarezas: en varios momentos un bailarín corrige a otro, le señala el movimiento exacto del brazo. O una pareja marca a otra o le venda los ojos para que bailen a ciegas. “Las correcciones surgieron a partir de la idea de la manipulación –explica la directora–. Son escenas más irreales: para algunos pueden ser momentos de una clase, o una ensoñación. En todo caso, el sentido se abre y eso me gusta.”

El diseño de sonido es de Daniel Duarte Loza, un músico que conoce bien las milongas y supo recrear su sonido característico. Hay ruido ambiente, murmullos, testimonios extraídos de entrevistas, las voces de Ada Falcón, Nelly Omar y Rosita Quiroga, y secuencias orquestales. Un collage de texturas armado sobre una base de las orquestas del ’40, que genera climas románticos, exaltados, serenos, graciosos. “No tengo muy claro qué hace que una milonga sea exitosa –confiesa Camila–. El sonido, por ejemplo, suele ser bastante malo.” Lo que sí tiene en claro es la sensación de enamoramiento que este baile le despertó desde el comienzo, algo que no le sucedía antes cuando se dedicada a la danza contemporánea. “Tenía mariposas en el estómago y no por el hombre que me sacaba, que en general eran mucho más grandes que yo. El abrazo, la comunicación sutil entre los cuerpos, el rol receptivamente activo de la mujer, que recorre los espacios que el hombre le habilita, son cosas que no se dan otros ámbitos.”

Anoche (Un baile de tango), viernes y sábados a las 22 en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín). Entradas desde $20.

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“Nunca me identifiqué con los saltos y los revoleos del baile”, dice Camila.
 
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