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Viernes, 26 de julio de 2013

CULTURA › DANIEL SANTORO Y LA MUESTRA EVA PERON EN LOS LIBROS

“La única hoguera fueron los libros peronistas quemados”

El artista plástico es el curador de esta exposición que se inaugura hoy en la Biblioteca Nacional y que aglutina las múltiples representaciones de Evita y abarca la construcción del icono, el surgimiento del mito y la permanencia de su culto.

 Por Silvina Friera

El inagotable encanto de la ambigüedad es una puerta siempre abierta en el complejo bazar de las interpretaciones. ¿En qué consisten esos nuevos matices que imprime el tiempo en un rostro familiar, en el despliegue de fotografías, retratos, pinturas, tapas de diarios y de revistas, estampillas, portadas de libros? Quien quiera ver, que vea. La irradiación de imágenes es –literalmente– apabullante. La razón de una vida que, instalada en el imaginario popular no sólo argentino sino mundial, prolifera más allá de los avatares políticos. Esa mujer –sintagma-hallazgo como única nominación del personaje por antonomasia en el cuento de Rodolfo Walsh– ha soportado las más violentas torsiones simbólicas según pasan los años. “Eva Perón en los libros”, que se inaugura hoy a las 19 en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno con la participación de Cristina Alvarez Rodríguez, Daniel Santoro y Horacio González, aglutina las múltiples representaciones de Evita por la imprenta en un trayecto que parte de la prometedora actriz venida de Los Toldos a “la abanderada de los humildes”. El itinerario abarca la construcción del icono, el surgimiento del mito invulnerable y la permanencia de su culto (ver aparte).

El curador de esta exposición, organizada por la Biblioteca Nacional y el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón-Museo Evita, es Daniel Santoro. La otra columna vertebral es la selección biblio-hemerográfica realizada por Roberto Baschetti; vitrinas con ediciones de La razón de mi vida en las que se incluyen ejemplares raros como la traducción japonesa. Caminar con Santoro por la Plaza del Lector, donde irrumpen las primeras imágenes de Evita, es un placer mayúsculo. Cuenta que está leyendo a Jacques Lacan, una deuda que tenía, por sugerencia del psicoanalista Jorge Alemán. Y, por momentos, se pondrá lacaniano. “El fantasma neurótico del goce llevó a la demolición del Palacio Unzué, donde murió Eva. Entonces se invirtió la fórmula ‘alpargatas sí, libros no’ y se pensó en poner la Biblioteca acá ya desde aquel momento, para hacer pedagogía contra el peronismo. Una paradoja muy interesante, ¿no? Pensamos en títulos para la muestra y jugamos un poco con “Eva Perón en la hoguera”. ¿Qué hoguera política de libros hubo? La única hoguera fueron los libros peronistas que se quemaron. No fueron los peronistas los que quemaron libros, fueron los antiperonistas”, subraya Santoro a Página/12. De pronto se detiene frente a una fotografía donde los muchachos peronistas con bigotitos anchoa a lo Cámpora exhiben en sus manos ejemplares de La razón de mi vida. “Esta foto –revela– fue hecha ocho años antes de que Mao hiciera una similar con El libro rojo. Hay una sintonía visual. Es una foto súper machista; pero todos tienen a la ninfa erecta en la mano. Hay una tensión muy linda entre el machismo y el sometimiento.”

¿Por qué Evita tiene anclaje icónico? “Podemos definir cuatro imágenes de Eva y todos sabemos de qué estamos hablando. Están homologadas en nuestro imaginario –plantea Santoro–. Si yo digo Perón, vamos a estar en desacuerdo sobre esa imagen. La figura de Perón no tiene anclaje icónico, siendo Perón el inventor de este artefacto político-cultural que es el peronismo. ¿Cuál es la clave para entender que alguien se proyecte en el tiempo a través de un icono? La vida de Eva Perón es la clave, la idea de sacrificio. Eva se mueve en una tensión –que la hace tan polisémica– entre un itinerario crístico –de Cristo, del cuerpo que se sacrifica– y la figura mediadora, que desde el cristianismo sería la Virgen María. Entre esas dos formas, el sacrificio y la piedad, se resuelve el sistema icónico de Eva.” La primera imagen es esa especie de “madonna renacentista” –tributaria también de los retratos neoclásicos franceses por las líneas constructivas del cuerpo– de la portada que ilustra La razón de mi vida, un detalle de una pintura de Numa Ayrinhac. Es la Eva de “rostro bondadoso” y “una mirada un poco elusiva”, apunta el curador. La segunda, en cambio, es la Eva “cabeza parlante”, hablando desde el balcón. El rodete –precisa Santoro– parece actuar como “cámara de resonancia de esa voz que retumba en la plaza”. El tercer icono es la Eva del cabello suelto, que remite al Nacimiento de Venus de Sandro Boticelli. La cuarta es la Eva del perfil numismático, la de las estampillas, billetes, medallas, la Eva del bronce. Otra vez se pueden trazar vínculos con el Renacimiento italiano, con el Retrato de una joven mujer de Antonio Pallaiuolo.

Santoro habla con una vivacidad y un entusiasmo difíciles de igualar. “Tenemos a la Eva que va a ser la parte a sacrificar del todo del peronismo; por eso la Eva embalsamada se justifica a partir de ese recorrido crístico en que queda el testimonio del cuerpo sin vida, como el cristianismo usa al cuerpo sin vida de Cristo. Por otro lado, el icono permanente es la Virgen, la figura de la piedad que es la figura de la mediación –compara–. Hay un Dios, que en este sistema sería Perón, que no es representable. No hay un icono de Dios homologado en casi ninguna religión, salvo las religiones orientales, que de todas maneras tampoco es exactamente Dios; es muy difícil representar icónicamente al creador porque siempre se lo ve como una impertinencia, ¿no? Esto la religión judía lo tiene muy claro; los musulmanes también. Hay una interdicción de la representación del creador. Lo que se representa son figuras inmediatas, figuras mediadoras que nos van a posibilitar el acceso a la divinidad. Este es uno de los roles de Eva Perón. Esa es también la tensión que produce la Eva del renunciamiento, del famoso balcón del renunciamiento. Es la Eva crística que se va a sacrificar, la que renuncia a los honores. La Eva del combate.”

–La imagen de mayor uso popular es la de la tapa de La razón de mi vida. ¿Cómo opera este primer icono, si se compara con la Evita “cabeza parlante”?

–La Eva de La razón de mi vida es la Eva mediadora, la Eva Virgen María, la Eva a la que se le puede pedir algo, la Eva del chalecito californiano, la de la máquina de coser. La Eva del renunciamiento está ligada a la Eva revolucionaria, la Eva que disputa con Perón. Es la Eva que nos recuerda esa frase fundadora de la religión católica: “Padre por qué me has abandonado”, “General Perón, por qué me has traicionado”. Está en esa línea del reclamo religioso, que después es retomada como emblema por los sectores más de izquierda del peronismo. Tendríamos que ver a esa Eva como la Eva del micrófono, la Eva autosuficiente. Es la Eva del reclamo; la voz es lo más importante, el agujero de la boca y no la mirada, que sí lo es en la Eva de La razón de mi vida. Yo trabajo con la teoría de Aby Warburg de la tensión icónica de la ninfa erecta (maníaca) y el Dios Fluvial (depresivo), que me parece es la base de la comprensión de todo esto. El Dios Fluvial depresivo es el continente, Neptuno, todos los dioses masculinos, y sobre eso se yergue siempre la ninfa. Esa Eva que se yergue, la Eva del pelo suelto como una ninfa renacentista que puede ser comparada con la Venus de Boticelli, esa Venus también podemos verla de forma más paranoica porque se la vendió como la Eva de los ’70, la Evita montonera. Y hay un gran error ahí. La Evita montonera es la del micrófono, la Evita que formula el reclamo revolucionario. En cambio la Eva del pelo suelto es una Eva más íntima, es la ninfa desanudada que se pone más sexuada, más femenina. Pero es por un malentendido con la foto en blanco y negro, que parece que tiene una campera medio de combate, de fajina, pero en la versión color de la foto es una campera sport muy fashion. Hay un giro glamoroso en ese desanudarse el pelo y no hay esa cosa juvenil revolucionaria con la cual se la quiere interpretar. Si miramos con atención esa foto tiene un éxito porque detrás de eso está la tractorista rusa. Y acá armamos quilombo (risas). La tractorista rusa mira un poco hacia la izquierda y hacia arriba, donde está la luz revolucionaria; esa ninfa primordial va a garantizar la continuidad de la revolución y mira con desafío, con alegría, la venida de esa revolución. Esa foto de la tractorista rubia estalinista es muy similar; hay una especie de empatía de la imagen de Eva con la imagen de la tractorista. Pero Eva es demasiado glamorosa para ser una tractorista rusa. El icono de Eva Perón navega entre la mitología religiosa y cierta mitología del imaginario de las izquierdas.

–¿Cuál de las imágenes de Evita prevalece hoy?

–La del pelo suelto es permanente; hay una búsqueda en los chicos, sobre todo en agrupaciones como La Cámpora o el Movimiento Evita, que quieren referenciarse en esa Eva porque es la más cercana, la que produce más empatía. Creo que la Eva del micrófono es la que resume toda su tarea. A esa Eva del micrófono hay que ponerla en línea con esa imagen de Perón sosteniéndola de la cintura en el último discurso del 17 de octubre, cuando Eva, con sus últimas fuerzas, está saludando. Ese es el último gesto de la ninfa erecta con Perón como Dios Fluvial depresivo. Esa foto es muy dramática y eso hace al icono de Eva: la construcción mitológica y el final tan trágico. La Eva embalsamada es un testimonio de ese itinerario. Y está muy bien que no sea visible. Sería obsceno, casi un final pornográfico, que se pudiera ver la momia de Eva Perón. Acá tenemos un final lacaniano. Un cuerpo ultrajado, robado, maltratado, pero que sigue ahí. Y no lo vamos a ver. Espero que a ningún torpe se le ocurra mostrarlo.

–¿La democratización del goce hace que sea tan insoportable el peronismo para las clases medias?

–Sí, exacto. Por eso Eva es tan revulsiva. Gracias a su polisemia hay una parte de Eva que puede ser bancada por Susana Giménez. Pero la Eva del reclamo revolucionario, de la acción social contundente, del chalecito californiano, es la Eva insoportable porque es la Eva del goce inmediato. Es una Eva que se torna tan molesta para la derecha como para la izquierda. Ante el programa del sacrificio revolucionario, de cumplir las leyes de la historia y que todo termine de una manera dialéctica como debería terminar, Eva dice: “Vamos a gozar ahora, vamos a repartir ahora”. Ese cortoplacismo que tanto desprecia la derecha lo vemos en el diario La Nación continuamente. Siempre que aparece el peronismo aparece el cortoplacismo, por eso el horizonte del peronismo es un horizonte de felicidad inmediata. Viene el peronismo, viene la felicidad. No va a haber un período de sacrificio. El general Perón era un gran planificador, estaba muy atento a los planes quinquenales. No era un cortoplacismo bobo; había una atención al corto plazo muy importante, pero también al largo plazo. Eva era la inmediatez más absoluta: la vivienda ya y el goce de esa vivienda. El tema del asado con parquet es un emblema del cual hay que apropiarse porque es el emblema del goce inmediato.

–¿A qué se refiere con apropiarse?

–Acá aparece Lacan, algo que tiene que ver con el fantasma neurótico del goce, que es lo que te impide gozar porque hay alguien gozando a costa tuya. En la actualidad se dice que estamos bancando a unos negros para que cojan y tengan hijos; que esa es la Asignación Universal por Hijo. Nosotros no podemos ser felices porque hay unos negros garchando por ahí, teniendo hijos, siendo más o menos felices, mientras nosotros tenemos que bancarlos a ellos con nuestros impuestos. Eso es el fantasma neurótico del goce. Y ese fantasma produce una gran angustia. Lo que se necesita para sacarse la angustia es saber que ese goce del otro va a tener un final y cuando termine yo voy a empezar a gozar tranquilo. ¿Cómo termina el goce del negro que le dieron un chalecito californiano con pisos de roble de Eslavonia? Lo ominoso ahí es el roble de Eslavonia; si es un piso de madera común, no sirve. No es lo mismo. Ese lujo insospechado produce el fantasma neurótico. ¿Qué podemos suponer que va a hacer ese negro con la casa? Que va a hacer un mal uso y se la va a terminar comiendo. Va a agarrar el piso, lo va a prender fuego y va a hacer un asado. Eso me quita la angustia porque ese negro no va a iniciar un linaje de felicidad permanente con su familia, sino que va a terminar con su casa. Y cuando el negro acabe con su casa, todo va a volver a ser como era antes. El peronismo es un uso contra natura del capitalismo. El capitalismo no está para democratizar el goce o la felicidad. En vez de la lucha de clases, el peronismo hace un uso contra natura del capitalismo. El peronismo termina provocando un nivel de irritación tan grande que produce grandes catástrofes sociales, paradójicamente, porque no se tolera ese núcleo duro que es el goce del negro. Esa figura del negro peronista siempre está dando vueltas. Es tan permanente como la vuelta del malón a la ciudad de los blancos. Como le dan dádivas, siguen dando vueltas. Si no les dieran choripanes, se irían a la oscuridad de la pampa y los blancos viviríamos felices. Esa sería la utopía de nuestra clase media, que nunca termina de ser cumplida. La frase de (John William) Cooke es fantástica. El peronismo siempre reaparece como una especie de “hecho maldito”.

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“La Eva de la acción social contundente es la Eva insoportable porque es la Eva del goce inmediato”, reflexiona Daniel Santoro.
Imagen: Carolina Camps
 
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