espectaculos

Lunes, 30 de septiembre de 2013

CULTURA › LILIANA CABRERA, O LA ILUMINACIóN POéTICA EN LA OSCURIDAD

“Veo belleza en cosas crudas”

Comenzó a escribir poesía en un pabellón de la unidad 31 del penal de Ezeiza. Y no paró más. Acaba de publicar su tercer libro, Tu nombre escrito en tinta china, de manera artesanal. “Mis compañeras ven en mí lo que pueden lograr”, dice.

 Por María Daniela Yaccar

“La única irreal es la reja”, escribió Paco Urondo en la cárcel de Devoto. Liliana Cabrera, también en un penal, escribió algo parecido hace menos tiempo: “La reja se cierra, deja surcos invisibles en el mosaico; marcas que permanecen como heridas abiertas, en las muñecas, cortes verticales en las venas, de esos que no se pueden suturar. Ustedes allí, nosotras acá. En el medio, un torrente de vida que se escapa. Es imposible unir lo que separa”. En un pabellón de la unidad 31 del penal de Ezeiza, Cabrera comenzó a escribir poesía. Fundó la primera editorial cartonera en un penal de mujeres y publicó dos libros. Acaba de editar un tercero, Tu nombre escrito en tinta china, igual de artesanal, pero con tapas de madera.

La poeta viene deslumbrando a los espectadores de Lunas cautivas, historias de poetas presas, un documental de Marcia Paradiso que retrata el taller de poesía que se desarrolla en la unidad. Se trata del que brinda María Medrano, de la asociación civil Yo No Fui. Cabrera, de 32 años y siete fuera de la vida “ordinaria” –y a días de recuperar la libertad–, se descubrió como poeta en el sitio menos pensado. Su poesía es otra expresión de la cultura alternativa de estos tiempos –y del “hágalo usted mismo” que se impuso–, con el plus de una originalidad que no es tan frecuente. Desde que la inspiración la iluminó, no para de escribir sobre todo lo que se le ocurre. Sobre lo lindo y lo feo. Podría decirse que hay dos Liliana Cabrera en su poesía. Está la que habla, por ejemplo, de un aborto que ocurre en las peores condiciones o de cómo se limpia un arma, y está la que habla del amor y de los instantes que podrían haber torcido el destino. Hay una Liliana Cabrera maldita y otra bien borgeana. Sus poesías son, casi siempre, enigmas que se resuelven al final. Y los finales son nuevos misterios. Parecen mantras.

“La poesía fue el medio que encontré para expresarme mejor. Al penal va Raúl Malosetti a darnos guitarra. Tiene una paciencia de oro, ¡pobre! Le pone toda la garra para que aprenda guitarra, pero terminé tocando el cajón”, cuenta Cabrera a Página/12, en una charla que ofrece en una salida transitoria. Siempre leyó mucho. Entonces se enganchó enseguida con el taller de Medrano, uno de esos seres anónimos que son luchadores invisibles e invencibles. Así que, empujada por Medrano, Cabrera empezó a escribir y no paró. Al principio mandaba sus textos a Neuquén, donde una editorial amiga le publicaba sus libros, y luego, con otra compañera escritora (Silvina Prieto), encaró su emprendimiento. Primero la editorial se llamó Me Muero Muerta y después, Bancame y Punto. Por su buen concepto y conducta, Cabrera consiguió permiso para tener una computadora donde tipear sus escritos y para ingresar materiales para la confección de sus libros. Los dos primeros se llamaron Obligado Tic Tac y Bancame y punto.

–¿Cuáles son sus influencias?

–Lamborghini. Cuando María trajo sus poesías me parecieron re crudas. En un momento hasta habla de un posible suicidio. Me llamaron la atención los temas que tocaba. María había traído todo tipo de poetas: algunos clásicos, otros que hablaban de la naturaleza... y Lamborghini. Al principio me enganché mucho con (Joaquín) Giannuzzi. Borges siempre me gustó, con él el idilio me sigue. También leo a Mariano Blatt, un poeta joven, amigo de María, que tiene cosas impresionantes. No pensé que se podía escribir así. Es descontracturado y escribe de cosas cotidianas.

–Usted también, ¿no?

–Sí. Pero hasta que lo leí no pensaba que se podía escribir así. Venía viendo poetas que escribían sobre la naturaleza. En el colegio leía a Juana de Ibarbourou, que tenía un gran estilo. Pero la rima y toda esa cosa... yo no me veía rimando. Empecé a ver que había otra forma de escribir. Eso me atrajo de Lamborghini, de Blatt, de María Teresa Andruetto, que una vez nos visitó en el taller. No me gusta lo sencillo. Soy medio retorcida. Necesito un trasfondo. Tiene que haber cierto artilugio atrás, cierto misterio.

–Dicen que persona significa máscara. ¿Hay distintas personalidades en sus poesías? Habla tanto del amor como de su pasado difícil, y lo cuenta con mucha crudeza...

–Muchas veces me pasó que escribí algo y alguien pensó que era una poesía de amor, cuando hablaba de otra cosa. Soy muy intensa para querer a alguien. Puede ser por la vida que llevé. A mi papá lo quiero mucho, hemos estado en situaciones difíciles. Con él voy con los ojos cerrados a cualquier lado porque confío en él, y me pasa lo mismo con los pocos amigos que tengo. Esto está bueno, a veces no: te lo puede decir cualquier psicólogo, que hay que preservarse. Ciertas poesías pueden parecer románticas, pero no hay un “yo” romántico. Eso me gusta de escribir: cada cual adapta la poesía a lo que piensa o siente. Una vez escuché que Serrat dijo que era como la confección de una ropa: cuando la gente escuchaba sus canciones, capaz le cortaba un poquito la manga o le achicaba el pantalón. Cuando la gente las lee, las poesías pasan a ser de ella. Escribo de mi cariño hacia las personas. Y realmente es un “yo” diferente al que escribe, de repente, “boqueabas como un pescado”.

–Con la poesía recuerda muchos episodios de la delincuencia. ¿Cómo se siente con eso?

–En el encierro se vuelve muy presente lo que pasó afuera. Tenés todo muy a flor de piel. Tengo presentes todos los momentos de tensión, los aprendizajes de la vida. A veces veo cierta belleza en cosas que la gente no. Por ejemplo, en cómo se limpia una pistola. Al principio, cuando empecé a escribir en serio, pensaba que la gente iba a tener muchos pruritos sobre mi poesía, que me iban a acusar de apología del delito. Pero la gente compra el libro si quiere. Tampoco salgo con pancartas sobre lo que hablo. Veo belleza en cosas crudas.

–¿Cree que su voz es la voz de muchas personas que están en su situación?

–Sí, totalmente. A las presentaciones de mis libros van todas mis compañeras. A partir de eso, la gente se acerca al taller de Yo No Fui. Quizás ven en mí lo que pueden lograr. Lo que les comento siempre es que para mí la poesía fue una catarsis. Cuando empecé a escribir no pensé que iba a publicar. En principio fue algo que me resultó positivo. Si lo hice yo lo puede hacer cualquiera. Era una persona sin medios ni contactos. Iba al taller de poesía para pasarla bien y para tener algo para hacer en el pabellón. Tenía algo para hacer los fines de semana: escribir. Y eso me resultó siempre muy importante.

* Los libros de Liliana Cabrera se consiguen en Bonpland 1660, en el espacio de Yo No Fui, y se pueden encargar a través del Facebook de la autora.

Compartir: 

Twitter

Cabrera en la foto del taller de fotografía estenopeica que brindó Alejandra Marín en el penal.
SUBNOTAS
 
CULTURA Y ESPECTáCULOS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.