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Viernes, 22 de agosto de 2008

JUAN JOSE MOSALINI, LOS CAMINOS DE LA MUSICA, PUGLIESE, AGRI Y SU EXPERIENCIA EN FRANCIA

“Allá traté de ser un militante del tango”

El bandoneonista repasa sus años en París, las circunstancias que determinaron cada formación y la experiencia que le deja la enseñanza del instrumento, que abre horizontes impensados en Europa: “Hay gente que estudió conmigo y no se dedica al tango”.

 Por Santiago Giordano

Hace dos años, el sello Acqua emprendía en Argentina la edición de los discos que el bandoneonista Juan José Mosalini grabó y editó en Francia, donde vive desde 1977. La bordona, Imágenes y Violento, en trío con el pianista Gustavo Beytelmann y el contrabajista Patrice Caratini, e Ida y vuelta, en dúo con el flautista Enzo Gieco, revelaban a un músico que desde un sólido vocabulario tanguero fogueado, entre otras, en la orquesta de Osvaldo Pugliese, trascendió las fronteras del género con originalidad, sin perder identidad. Hoy, tras 22 años sin tocar en la Argentina –la última vez fue en 1986 con el trío–, Mosalini estará en el 10º Festival Buenos Aires Tango, para proponer otro hito importante, el quinteto. “El corazón del repertorio que presentaremos en el Teatro Avenida está en aquel disco que grabamos y publicamos en Francia en 1996 (Mosalini-Agri Quinteto), junto al querido Antonio Agri”, comenta. Sumergido en el clima del festival, Mosalini conversa con José Colángelo en el piso de la FM 2x4, antes de entrar al programa de Gogo Safigueroa. De pronto hace señas y apunta para el bar de enfrente. Pide un café y un vaso de agua y sigue conversando. Cuenta que llegó hace pocos días, que por la mañana ensaya, por la tarde se encuentra con amigos y colegas y por la noche va a conciertos. “Creo que esta invitación es consecuencia del estímulo que se creó por la publicación de mis discos”, reflexiona. “Es emotivo y extraordinario, para mí será un gran momento.”

La conversación vuelve sobre el quinteto y Mosalini cuenta que surgió como consecuencia de un homenaje que un sello francés quería hacerle a Astor Piazzolla. “Les había interesado la presencia de un músico como Agri, que había tocado con Astor”, explica. “La propuesta fue hacer repertorio de Piazzolla, pero yo me opuse; pensaba que no era el caso de invadir el terreno que tan bien transitaban otros intérpretes. En cambio, propuse hacer músicas originales, e incluimos obras mías, de Leonardo Sánchez y compositores invitados.” Además de Mosalini y Agri, aquella primera formación contaba con Osvaldo Caló (piano), Leonardo Sánchez (guitarra) y Roberto Tormo (contrabajo). “Después de grabar hicimos conciertos en Francia y emprendimos varias giras por Japón”, agrega. “Cuando se nos fue Antonio, todavía teníamos algunos compromisos y llamamos a Pablo, su hijo, otro gran violinista. El quinteto se convirtió entonces en un homenaje a Antonio, con toda la emotividad del caso. De los integrantes actuales, tres están radicados en Buenos Aires: Pablo Agri, Roberto Tormo y Cristian Zárate. Sánchez y yo seguimos en París, por lo que no son muy frecuentes las reuniones.”

Más allá de su actividad en diversas formaciones, desde el dúo hasta su propia orquesta típica, Mosalini dedica buena parte de sus esfuerzos a enseñar su instrumento. En el conservatorio de Grennevilliers, cerca de París, creó hace más de 20 años la primera cátedra de bandoneón europea. “Fue la primera, pero poco a poco los profesionales que pasaron por ahí, franceses pero también holandeses, noruegos, alemanes, finlandeses, belgas, comenzaron también a enseñar, por lo que hoy hay en Europa numerosos bandoneonistas en plena actividad, y no sólo haciendo tango.”

–En uno de los discos con el trío hay un acercamiento concreto al jazz, con temas de Thelonius Monk y Charles Mingus...

–No hubo intención de emprender una búsqueda particular o actuar una fusión. El tango y el jazz tienen cada uno su lenguaje específico. Fue el contrabajista, Patrice Caratini, que conoce muy bien el mundo del jazz, quien propuso lo que resultó una especie de homenaje a una música popular importante, desde una formación no común para ese género. Lo hicimos con mucho respeto y admiración, pero yo no creo en las mezclas de esa naturaleza. En cambio, estoy convencido de que dentro del tango hay una dinámica para que las cosas se muevan. Basta ser ambicioso, provocar, adoptar nuevas posturas, crear condiciones para que haya desarrollos, que se utilicen técnicas de escritura o conceptos que vayan más allá de los convencionales, para que puedan aparecer nuevas obras, nuevas miradas. Tratando –y no puedo decir que sea siempre posible– de quedarse adentro.

–¿Qué tan importante es “quedarse adentro”?

–Mucho. Ese es el mayor desafío para un compositor o un arreglador. Estar adentro es importante, de la misma manera que encontrar estímulos en las músicas que nos circundan. En una ciudad como París, tan cosmopolita, uno recibe continuamente tentaciones externas. Eso hace que los códigos por ahí sean otros, en el sentido de que hay menos exigencias respecto de las convenciones propias de un género. Eso también crea un modo de trabajo en el que hay un margen de libertad, pero al mismo tiempo hay que cuidarse de eso. De todas maneras, creo que a mediano y largo plazo es la dinámica que se establece con el público la que determina un resultado. El artista siempre debe estar atento a recibir esas ondas que llegan del otro lado.

–Hacer tango lejos de la cuna da también la libertad de no tener que responder inmediatamente al juicio de los inventores de la tradición...

–Sí, claro. El que está en el lugar de nacimiento del tango naturalmente está expuesto a una dialéctica permanente e inmediata con eso. Es cierto que cuando estás lejos y te confrontás con estos códigos la presión no es tal, hay más posibilidad de lanzarse. Pero ojo, el tango antes que nada es música y en la medida en que esté bien hecho y posea la capacidad de llegar a un público, si ese público tiene un oído estimulado, se libera de otros juicios.

–¿Cómo administra usted esa libertad de hacer tango lejos?

–Es que cuando me fui tenía 34 años, ya estaba determinado culturalmente. En Francia traté de ser, modestamente, un militante tanguero, pero también me interesó ampliar los horizontes de mi instrumento. Además, como también me dedico a la enseñanza, no enseño el bandoneón para que se quede enmarcado en el género. Hay gente que estudió conmigo y no se dedica al tango. Un pensamiento actual obliga al músico a investigar y a abrirse a todo lo que suena. Hice experiencias con compositores de música contemporánea, para que experimenten con el sonido del bandoneón, para que individualicen las características de su escritura. Ese intercambio es fundamental y muy enriquecedor.

–Cuando se fue, en 1977, tocaba en la orquesta de Pugliese, estaba en el Quinteto Guardia Nueva y colaboraba con músicos de rock. ¿Cómo conciliaba esos ámbitos aparentemente separados?

–Por razones generacionales estábamos expuestos al movimiento que se daba a inicios de los ’70 en Buenos Aires. De ese paisaje también formaba parte lo que se llamó “Rock Nacional”. Había una sensibilidad común, estábamos atentos a lo que ocurría y había cosas que objetivamente eran muy buenas. Muchos me decían: “Pero no vas a comparar eso con los tangos de Cátulo Castillo”; obvio que no, porque no se trataba de comparar. En ese momento, gente como Litto Nebbia o Luis Alberto Spinetta representaban el pensamiento generacional dentro de una ebullición general. Ellos también miraban lo que pasaba en el tango y se dieron encuentros como el que se dio con el grupo Alas de Gustavo Moretto. No esquivamos esa opción y abordamos esas experiencias. En buena hora, el tiempo pasó y todavía tenemos cosas en común...

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“Hicimos bien en abordar la experiencia con el rock. El tiempo pasó y todavía tenemos cosas en común.”
Imagen: Sandra Cartasso
 
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