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Sábado, 11 de octubre de 2008

RECITAL DE GILBERTO GIL EN EL TEATRO GRAN REX

La alegría de vivir y de cantar

El músico bahiano volvió a cautivar en su nueva visita a Buenos Aires. El ex ministro de Cultura de Brasil presentó Banda larga cordel, cantó “Something”, de Los Beatles, “No woman, no cry”, de Bob Marley, y no les huyó a los clásicos.

 Por Cristian Vitale

En términos lacanianos, la felicidad (o algo que se parezca a ella) consiste, a paso simple o no, en transformar lo trágico de la vida en una tragicomedia. Traducido al brasileño, la máxima vital de Jacques, el francés nacido junto al siglo XX, es genética, natural: nadie tiene que decirlo para que se note. Dentro y fuera de sus límites, la vasta tierra del Amazonas y las arenas blancas suena en música como una tragicomedia hermosa. En este caso, la demostración del axioma fue Gilberto Gil, hombre de Bahía devenido –hasta hace un tiempito– en ministro de Cultura, que bajó una vez más a las pampas (jueves, Teatro Gran Rex) para exponer su trigésimo novena criatura: Banda larga cordel, un disco fuertemente influido por la prédica que difunde desde que Internet se apoderó del mundo: el software libre; o la libre navegación de música por la web. Un disco que, además de bajada de línea “hackeriana”, resume, compila y enlaza –casi– todos los géneros que el músico hurgó desde el tropicalismo –complicado y dorado– de los sesenta hasta hoy: samba, reggae, soul, blues, bossa nova, pop, baion, rock, todo encimado y en brasileño.

“Es un honor para mí volver a estar frente a esta presencia popular, simpática y calurosa”, dijo Gil, otra vez más cerca de escenarios que de escritorios. El guitarrista y cantante dedicó la primera mitad del show a estrenar ante el público argentino varias de las piezas que integran su disco, el primero que grabó en once años. Así sucedieron, ante un teatro con pocos claros en las butacas, pequeñas gemas que hablan de un Gil intacto, imperecedero y feliz: desde la que da nombre al título (fresca, muy rítmica) a la mansa y transparente (“Olho mágico”), pasando por el blues-balada “a lo Bahía” de “A faca e o queijo”; la percusiva, llena de ruiditos y pistas ‘modernas’, “Gueixa no tatame” y el reggae, también con impronta intrafronteras, que emana de “Os país”, algo así como el “hit” de este disco que, como corresponde a todo hombre con principios, puede ser bajado íntegramente por Internet. O uno de los hits. Porque “Despedida de solteira” también logró despertar los ánimos despojados de su legión amadora. Un lindo samba –muy festivo– que anuda, como en bloque, con “Nao Grude Nao”. “Para los brasileños y también para la gente de los países limítrofes, el baion –se dice así, se pronuncia bajao– es el ritmo más consagrado de mi país, después del samba”, expresó Gilberto en otra de sus pocas intervenciones habladas de la noche; fue el presagio de dos de las canciones que hacen honor al género: “Oco do mundo” y “Nao tenho medo da morte”, dos baiones (y ninguno para el ojo idiota). Ni el primero, por bellamente melodioso, ni el segundo, por poner en otras palabras lo que Lacan sentenció en su propio limbo: “No tengo miedo de la muerte, pero sí de morir”. Impecable.

El resto del set –la otra mitad– transcurrió entre esos covers de clásicos que el templado Gil suele llevar hacia su perfil (esta vez le tocó a “Something”, de Los Beatles, y “No woman, no cry”, del Marley piola, que Gil grabó en 1981 bajo el nombre de “Nao chores mais”) y clásicos. Esperados y de los otros: “Realce”, entre los más antiguos, operó como el plafón ideal para que la banda se despachara sólida y potente. Sergio Chiavazzoli y Bem Gil (guitarras), Arthur Maia –un monstruo– en bajo; Alex Fonseca –otro– en batería, Claudio Andrade (teclados) y Gustavo Di Dalva (percusión) tuvieron su breve pero intensa instancia de solipsismo largamente festejado. Tanto como el más cercano, en el tiempo, “Se eu quiser falar com deus” –inmortalizado en los ochenta por la voz de Elis Regina– y “Vamos fugir” cuya traducción al español da una definición más que sintomática, dado lo visto: Gilberto Gil no huye “de” ni resigna elementos clave entre sus 42 años de música: la sutileza en el decir –y tocar–, el compromiso con la libertad, una estética global que nunca escapa de la aldea y la alegría de vivir: eficaz herramienta antidiván.

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Gil se mostró feliz y musicalmente impecable ante el público porteño.
Imagen: Vera Rosemberg
 
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