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Miércoles, 7 de enero de 2009

LA PUBLICACIóN DE TOSCO: LA CALLE TIENE MEMORIA

Con la pasión de los convencidos

Las fotos que integran el libro, compiladas por Adrián Jaime, con prólogo de Hebe de Bonafini, reconstruyen distintos momentos de la vida del recordado sindicalista. Conmovedoras imágenes domésticas y testimonios de una lucha que terminó en tragedia.

 Por Silvina Friera

Vestido siempre con su mameluco azul, curtido de tanto trabajar, el hombre que escribió las mejores páginas de la lucha sindical de la Argentina mira a la cámara con la pasión de los convencidos. Sus ojos abrazan con la fraternidad de los justos. Las fotos de Tosco: la calle tiene memoria (Ediciones Madres de Plaza de Mayo), compilado por Adrián Jaime y prologado por Hebe de Bonafini, reconstruyen los momentos de la vida del sindicalista más valioso de nuestro tiempo. Las imágenes escapan de los márgenes del pasado para fijarse en el presente. El Gringo habla, tres dedos de su mano izquierda se aferran a la madera del palco; la derecha la eleva como si quisiera señalar, en algún punto del más allá –quizás “el acá” del que mira– las coordenadas de una lucha que no hay que perder de vista. Nada puede acallar esa voz, que ahora no se escucha, pero que se repone en los fragmentos de sus discursos que acompañan algunas de las fotografías: “Debemos inspirarnos en todos aquellos que en el siglo pasado y comienzos de éste luchaban contra la opresión y la miseria, luchaban contra los linchamientos, como sucedió en Chicago, luchaban en la Semana Trágica, pese a que no veían en el horizonte perspectiva alguna de conquista para dignificar su existencia”.

El Agustín, como le decían algunos compañeros, camina por las calles de Córdoba, al frente de sus compañeros del Sindicato de Luz y Fuerza; participa en las asambleas obreras, dialoga, escucha. Ese mismo hombre, más íntimo, en su casa, se revela paternalmente amoroso cuando tiene en brazos a su pequeña beba, Malvina, o cuando se ríe junto a su hijo Héctor, un rubio precioso que abre la boca y muestra que le falta un diente.

A pocos meses de cumplirse el cuarenta aniversario del Cordobazo (29 de mayo de 1969), Bonafini plantea en el prólogo del libro la necesidad de “volver presentes los recuerdos de aquella gesta popular a través de las imágenes de uno de sus protagonistas: Agustín José Tosco, nacido en el sur de Córdoba, en Coronel Moldes, el 22 de mayo de 1930. Hijo de campesinos, el Gringo trabajó junto a sus padres desde chico una parcela de tierra. Después de cursar el colegio primario en Moldes –en el libro se pueden apreciar las calificaciones de su boletín de sexto grado, de 1943, con 8 en Historia y Ejercicios Físicos y un 7 en lectura–, se trasladó a la ciudad e ingresó como interno en una escuela de artes y oficios. “Allí se discutía mucho y el diálogo permanente me incitaba a profundizar la lectura. Siempre me gustó leer –recordaba Tosco–. En mi propia casa con piso de tierra y sin luz eléctrica me había construido una pequeña biblioteca precaria pero accesible.” Cuando cumplió la mayoría de edad, se incorporó a Luz y Fuerza como ayudante electricista. Por aquella época ya había adquirido una clara conciencia de los conflictos sociales y había decidido también tomar partido por su clase. A los 19 años había sido elegido subdelegado y a los 20 ascendió a delegado.

Jaime, fotógrafo, periodista y realizador del documental Tosco, el grito de piedra (1998), resume la razón del libro con algo que escuchó en la calle: “La injusticia triunfa cuando el pueblo calla”. El compilador seleccionó un valioso material fotográfico (fotos de la infancia y juventud, en una con su padre en la casa de Moldes, con el equipo de fútbol de la sección Electromecánica, con Horacio Guarany, y el volante por el acto de recibimiento a Tosco al ser liberado de la cárcel que le impuso Onganía, entre otras), perteneciente a los archivos de la familia Tosco, a los reporteros gráficos de la ciudad de Córdoba que registraron el histórico Cordobazo y al Centro de Documentación Histórica del Sindicato de Luz y Fuerza. Quizá uno de los materiales más significativos, tan íntimo como político, sea la carta que Tosco le escribió a su hijo, desde la cárcel de Rawson, en la que estuvo preso después del mayo cordobés. “He recibido tu cartita y me gustó mucho, principalmente me alegró saber que ya estás bien y espero que pronto aprendas a caminar así puedes pasearte por toda la casa sin que te metan en ese corralito, me imagino, hijo, la bronca que tendrás. Papá también está en un corralito, aunque sabe caminar, claro que como camina papá no le gusta a unos señores malos, ellos quieren que caminemos con la cabeza gacha, pero por más corralito que nos den seguiremos caminando con la cabeza levantada, así hijo debes aprender a caminar, ésa es la libertad.” Imposible imaginarlo al Gringo con la cabeza gacha, a pesar del cansancio por los castigos y las persecuciones que sufrió (arrinconado por la policía y la patota de forajidos de la Triple A) hasta que murió en la clandestinidad, a los 45 años, el 5 de noviembre de 1975. Su coraje personal y su férrea voluntad (sabía que tenía que “aguantar todo lo que venga permanentemente hasta lograr nuestro triunfo”) lo mantuvieron siempre en pie. Y había que sostener a ese cuerpo enorme, imponente en medio de las manifestaciones, tan cálido y solidario en el apretón de manos como intrépido cuando cerraba los puños. Tosco, “el Hijo del Pueblo”, como lo bautizó Osvaldo Bayer, murió sin haber traicionado a su clase.

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