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Lunes, 5 de septiembre de 2016

SERIES › COMIENZA LA SEGUNDA TEMPORADA DE UNREAL, POR LIFE TIME

La jungla del estudio de TV

Retorna la serie que muestra las bambalinas de un reality show de citas amorosas: dos productoras sin tapujos éticos harán lo que sea por el éxito de su programa. En estos nuevos episodios hay un especial peso en la cuestión de género y racial.

 Por Federico Lisica

Primera paradoja de Unreal: la ficción le da un golpe de sobrevida al reality show justo cuando el formato da signos de agotamiento extremo. Utilizar el universo del último gran género de la televisión para contar una historia de arribistas mediáticos fue el trampolín de esta serie. Pero su segunda temporada es más que una corte de hipocresías televisadas (su estreno será hoy a la medianoche por la señal Life Time). En estos diez nuevos episodios se tratarán con desparpajo cuestiones vinculadas con el género femenino y lo racial.

Aquí se sigue el backstage de un exitoso programa de citas llamado Everlasting. Envío rancio con un soltero codiciado por una corte de aspirantes que quieren llevarlo al altar. En pantalla todo se ve brilloso y rococó, aunque el detrás de escena es muy diferente. Y ahí viene la segunda paradoja, una de tintes misóginos. La inescrupulosa productora Rachel Goldberg (Shiri Appleby) y su jefa, Quinn King (Constance Zimmer), son las titiriteras que manipularán a las concursantes y también a los ejecutivos con tal de lograr lo que desean. Émulas directas de Faye Dunaway en Poder que mata (Sidney Lumet, 1976), las damas irrumpen en escena y saben cómo exprimir lo que pasa frente a la cámara desde la cabina de control. Uno de los méritos de la serie pasa por su sincericidio a través de handies y cucarachas. Lo que Roberto Galán decía entre dientes, Rachel y Quinn lo pondrían en graphs tipo catástrofe. Tampoco tienen empatía con las de su propio género. “Demasiado rosa, es como si vomitara Mi Pequeño Pony”, dice Quinn cuando las entrevistadas se ponen melosas. Saben que el escándalo genera repercusión. “Yo también puedo sacar pelotitas de ping pong de mi vagina, pero nadie va a querer ver eso”, lanza en otro momento Quinn frente a la amenaza de un directivo de la cadena. Para mantenerse en ese lugar las dos protagonistas repiten su lema: “Dinero, pene, poder”.

La otra gran temática de la temporada surge del candidato por el que las chicas van a mostrar sus uñas. Se trata de Darius Hill (B.J. Britt), el primer afroamericano en ocupar el lugar de pretendiente añorado. Estrella de futbol americano y con problemas de ira, no parece el novio ideal, aunque conciba al reality como la válvula necesaria para conseguir mejor publicidad. Los popes de la cadena dudan, pero se convencen cuando les prometen 20 millones de espectadores. ¿Cómo lo van a lograr? “Cuando el negro ponga sus manos sobre unas nalgas blancas, Twitter explotará. ¡Y las candidatas! Hay una linda racista, una activista del black power, una religiosa y hasta una terrorista”, asegura Quinn, que por cada parlamento lanza un dardo (y que lamentablemente no se pueden apreciar en su totalidad por el doblaje).

Las dos intérpretes han sabido capitalizar el envión de la serie. Goldberg, además de encarar a la productora que va en ascenso, ha dirigido algunos de sus episodios. Pero quien se roba cada una de las escenas es Zimmer, con el porte y las palabras descarnadas de su personaje. “Prepararla es más complicado de lo que parece. Sus zapatos me hacen caminar de cierta manera, me gusta que use tacos altos y ropa ajustada. No es una mujer haciendo el trabajo de un hombre, es una mujer vestida como una mujer, y que con esos tacos altos hace lo que quiere”, dijo la actriz.

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La serie viene a darle un poco de aire al agotado género del reality show.
 
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