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Domingo, 1 de agosto de 2010

MUSICA › ENTREVISTA A LA PIANISTA NORA SARMORIA

En sintonía fina con el Altiplano

Porteña, hija de uruguayos, formada en el jazz y cultora de un folklore exquisito, en su flamante quinto disco solista –Fénix Espiral– experimentó con sonidos del NOA. Lo presentará hoy en No Avestruz. “La esencia es apuntar a la austeridad”, dice.

 Por Cristian Vitale

La que entra por el portal vidriado del bar no lleva ningún mantón de colores fuertes en la espalda. No tiene faja roja en la cintura y tampoco falda tricolor alguna que le tape las piernas. Sería surrealista imaginarla con la piel resquebrajada por un clima hostil –el de la Puna– y no hay registros de sus ojos cerrándose en leve desnivel hacia la derecha. Los ojos de Nora Sarmoria, la que entra por el portal vidriado del bar, son grandes, casi verdes y bien redondos. Se viste urbana y lleva pantalones sueltos, salmón. “No importa –parece pensar, y lo pone en palabras–, hay un lugar en el que me siento una colla más. Estoy plenamente identificada con el cholismo”, dice sin dudar. Pianista formada en la escuela de jazz de Edgardo Beilín, docente de ensamble en el Sadem durante doce años, versada en clínicas y workshops por el mundo y en aplicar tangos, candombes, milongas, chacareras y zambas al piano, la Sarmoria le suma a su sangre rioplatense (padres uruguayos, cuna porteña) la impronta de una zona que no la parió, pero sí la amamantó. “El sentir del Altiplano es una cosa profunda, inexplicable y mágica que me envuelve. Busco esa sonoridad, esas escalas pentatónicas, ese clima árido... esa austeridad como modo de ser. La austeridad de un cardón, de la nada misma, lo imponente del desierto o las montañas”, sigue ella, en pleno trance NOA.

El sostén musical de esta querencia, efecto de nutridos y constantes viajes a las tierras de Uña Ramos y Tomás Lipán, fue plasmado en su flamante quinto disco solista –Fénix Espiral– que presentará hoy en No Avestruz (Humboldt 1857). “Mis viajes al Noroeste me llenan de vida y simplicidad. Me ponen en sintonía con eso de olvidarse de tanta cosa inútil que uno contrae en la ciudad”, explica, como otra aproximación posible a un disco austero, instrumentalmente primitivo –piano y voz–, y contrapuesto a los encares polifónicos que Nora propone con el grupo Amaranto o con la Orquesta de Música Sudamericana. “Es como el descanso de la oreja en función de algo que es como el comienzo, como volver a la raíz. No quiere decir que haya terminado con mis proyectos grupales, incluso con la Orquesta vamos a hacer una versión de ‘Canto Labriego’ con Liliana Herrero y Teresa Parodi –su autora– como invitadas, pero ahora estoy concentrada en esto, en Fénix Espiral, en volver a los principios para reversionar, por ejemplo, ‘Enamorada del muro’, uno de los temas que más amo de mi primer disco”, comenta.

Un tema propio que, junto a dos composiciones –unificadas– de más al norte aún (“Hojita de coca”, de Bolivia y “La flor de papa”, de Perú), “Bolivian Buey”, y la bellísima “Zamba de la sirena” de Cuchi Leguizamón conforman el cuadrilátero estético que la reviste con una imaginaria faja roja. El resto es una trascripción más despojada de los intereses rítmicos sudamericanos presentes desde Vuelo Uno, aquel debut discográfico de 1995: la pata uruguaya, en este caso mediante una muy gustosa versión de “Malísimo”, de Rubén Rada, y la propia “Milonga Cromada”; los besos jugosos con el jazz (“Barcos en nubes”) y el componente afectivo, esta vez dado a través de “Tus rulos”, una balada cantada a dúo con Catalina, su hija de seis años. “Es un poco el concepto del fénix ¿no? renacer sobre cosas hechas pero rehaciéndolas de otra manera. ‘Enamorada del muro’ la reví, la tunié –se ríe–, pero sin correrla mucho de esa esencia de vidala súper lenta del primer disco. Es un poco distinta, no más.”

–¿Y cómo liga el concepto de espiral con el de fénix?, ¿tiene alguna trascendencia?

–Se conectan. Tiene que ver con pasar por esos mismos lugares donde estuviste pero en sentido ascendente. Digo: pasar por el mismo lugar desde otra dimensión.

–Habla de evolución. ¿Existe en la música? Hay quienes jamás pueden sacar un disco mejor que el primero...

–Yo creo que sí, porque el cambio es inherente a la vida aunque es cierto que puede ser para peor.

–Ahí enfocaba la pregunta.

–Es cierto. Pero en definitiva es la evolución del tiempo lo que te va marcando la foto ¿no? Mis discos son siempre como fotos. Nunca pretendo que un disco sea algo que me obsesione o neurotice. Es más un impulso, un dar rienda suelta a plasmar eso que está pasando en tal momento.

–Remarca como eje del disco la búsqueda de simplicidad. ¿Fénix Espiral implica una contraposición con discos anteriores tal vez más elaborados?

–Elaboración hay en todos, incluso en éste. La diferencia es que por ahí ahora la elaboración tiende a la síntesis. Pienso que si la sofisticación tiene que ver con una búsqueda, con algo sutil, es lo mismo. La diferencia básica es la polifonía. Si bien en la versión de “Enamorada del muro” escribí un arreglito para tres flautas, la esencia es apuntar, insisto, a la austeridad.

–¿Esta mirada opera solamente cuando reversiona composiciones propias o también cuando toma versiones ajenas?

–En ambos casos. Respecto de “Zamba de la sirena”, del Cuchi, en principio iba a grabar “Amores de la vendimia”, pero como hice otra versión en Cuchichiando, el disco de Quique, no quise, y aproveche ésta porque me hicieron acordar Delfín, el hijo del Cuchi, y también Nadalino, un amigo que vive en Tilcara, que me lo mandó con el manuscrito hecho del Cuchi. Es un tema que sólo está grabado por el Dúo Salteño, una joya que, de no haber sido por la editorial Lagos, hubiese desaparecido. La fuente del Cuchi es tan inagotable como la magia del Altiplano.

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“El sentir del Altiplano es una cosa profunda, inexplicable y mágica que me envuelve. Busco esa sonoridad.”
Imagen: Pablo Piovano
 
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