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Lunes, 24 de enero de 2011

MUSICA › SEGUNDA JORNADA DEL FESTIVAL DE COSQUíN

Una luna redonda y luminosa

Luis Salinas, Rolando Goldman, Paola Bernal y José Ceña, entre otros, sintonizaron con el costado más creativo del maratón coscoíno. También, claro, Víctor Heredia, que enriqueció su set con homenajes a Mercedes, Ramón Ayala y Hugo Díaz.

 Por Cristian Vitale

Desde Cosquín

No es cuestión de virtuosismo. Ni siquiera, ciertas veces, de talento. En la creación musical, sea el género que fuere, también juegan fuerte otros factores: la intuición, el riesgo, la sensibilidad, la intención de entregarle al otro nuevos mundos contenidos en una canción y, claro, originalidad. Sorpresa. Tacto esencial. Intrepidez. Un festival como éste, cuya televisación abre la ventana a todos los puntos del país, y en el que diversas y contrastantes expresiones estéticas conviven bajo una misma luz, propone entonces una especie de teatro de ensayo. A veces, el Atahualpa Yupanqui soporta una especie de circo romano en el que la música no vale más –más bien lo mismo– que una empanada de carne, un locro o un choripán. Grupos que son la repetición de la repetición de la repetición de algo que fue. Una mala copia, tribunera y predecible, de lo que la gente quiere –¿qué gente?, ¿qué quiere?, ¿movilizada por qué?, ¿bajo qué interés?–. Grupos que, más allá de manejos, presiones, “construcción de imagen”, manija y un ejército de asesores detrás no cumplen con ningún requisito de esos –los dichos– que convierten a la música en un arte maravilloso, inesperado, atrapante; un mosaico de sensaciones que no linkea necesariamente con lo virtuoso. Lo supera.

Y a veces Cosquín, felizmente y con la misma intensidad, es suelo firme para que el oído pueda conectar con las estrellas. Para que supere la mera necesidad del cuerpo, el corte de tickets o el aplauso efímero. Ayer primó, en lo global, esta sensación. En su segunda jornada, el festival se entregó a expresiones que, haciendo base en cualquiera de los factores, hacen de la música un arte sublime. A saber: 1) Inti Illimani (histórico). El legendario grupo chileno capitaneado por los Horacios, Durán y Salinas, conserva intacto el perfil que lo tornó andino y cautivador cuando el Chile de Allende, la esperanza de una América mejor y la resignificación de una identidad cascoteada por intereses imperiales. Eso, en música, no implica necesariamente un lamento borincano. También puede sonreír, y los Inti tienen de ambos: una impecable revisión de “El aparecido”, tema que Víctor Jara le compuso al Che poco antes de su muerte, o una cumbia colombiana que, bajo el pulso de estos soles de montaña, divierte y enriquece a la vez: “La fiesta eres tú”.

Sonia Amaya, cantante de Merlo, San Luis, de voz levemente penetrante, pero –mejor aún– un sentido de ubicuidad festivalera que muchos stars podrían empezar a considerar. Ella subió, austera y calma. Cantó una versión exacta, sin pretensiones, de “El violín de Becho” de Zitarrosa, otra de Negrín Andrade (“Responso por chacarera”) saludó y se fue, dejando una sensación de remanso como antídoto.

Rolando Goldman (y antes, un grupo santafesino llamado Los Abra, cuya escucha es como tomarse un Sertal para el dolor de muelas); Rolando, entonces, con su trío de percusión, guitarra y charango, cuyos punteos cuentan entre los más viajados de la patria musical, hizo “La media pena”, “Carnavalito del duende”, la formidable creación del Cuchi Leguizamón, y dejó el aire embrujado para que la taumaturga del clan, Paola Bernal, hiciera lo mismo que Peteco Carabajal la noche anterior –basar su repertorio en un disco que aún no salió– pero, claro, con su propia impronta. Paola, la coscoína de voz única que cura y se cura a través de ella, ejecutó perfecto su plan. Una saya para el escozor –“Tiembla”–; un aire de chacarera de honda atmósfera –“Intenso silencio”– y un viaje de clímax sutil y actitud audaz: “Un mismo latido”. Paola corre límites. Los fuerza. Invita a una pareja de hombres a bailar chacarera y la chacarera, bajo su luz, nunca es más de lo mismo. Contrasta con la ortodoxia (pero genuina) de Los Manseros Santiagueños. Los Stones del folklore, con 50 años al ruedo, están más allá de todo y de todos. Un brindis por ellos. También por la versión de “Libertango” que ensayó con tacto el trío instrumental MJC. Y por Luis Salinas, un virtuoso que, claro, no se queda en el mero límite de tal condición. La experiencia le indicó que hace falta algo más que una digitación perfecta. Que eso no es más que una herramienta para transmitir estadios del alma. Así fue con “Piedra y camino”, de Yupanqui, y una zapada de largo aliento como bis.

Luego de un tendal de números dispares, Víctor Heredia, el más clásico de los clásicos en Cosquín, tiñó su set de homenajes: a Ramón Ayala con “Cachapacero”, a Hugo Díaz con “Zamba del ángel” junto con la hija del gran armoniquista (Mavi), que tuvo su propio momento en la noche; a Mercedes Sosa, “Razón de vivir” mediante, y piezas clave que Heredia no puede evitar: “Ojos de cielo” junto a Goldman en charango y la quenista cafayateña Mariana Cayón; “Sobreviviendo” y una sosegada visita al “El viejo Matías” como bis. José Ceña –en la senda zen de Atahualpa– y Viviana Pozzebón –que marcó su terreno de tambores al grito de “Domingo Cura”– sintonizaron con una noche de mezcla vital (talento y/o magia, vuelo, creatividad, intuición, ubicuidad festivalera, respeto, etc.) que terminó con los primeros rayos del alba y el aura amerindia de los otros chilenos de la noche, Illapu, encargados de contornear las últimas siluetas de una luna redonda. Tal vez la más.

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Víctor Heredia, un clásico en Cosquín. Cerró con “El viejo Matías”.
Imagen: Rafael Yohai
 
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