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Viernes, 8 de marzo de 2013

MUSICA › DINO SALUZZI Y LOS COMPROMISOS DE UN ARTISTA

“La música es el vehículo, porque carece de palabras”

En medio de un caos urbano que poco tiene que ver con su Salta natal, el instrumentista se presentará todos los fines de semana de este mes en el Torcuato Tasso con una apuesta estética que sirve como antídoto, casi como una declaración filosófica.

 Por Cristian Vitale

Entra Dino Saluzzi a su casa y está agitado: “El tráfico es un caos”, reclama sin sulfuros. En uno de esos típicos días de locura urbana la ciudad, que poco tiene que ver con Campo Santo, su pueblo natal salteño, lo zarandeó de un lado para el otro, retrasó sus tiempos y ahora le queda poco: apenas media hora hasta el ensayo previsto de cara al ciclo que dará, a partir de hoy, todos los fines de semana en el Tasso (Defensa 1575). “Mucho desorden, y esto no se va a arreglar, uno lo toma o lo deja”, es lo último que dirá sobre lo que acaba de quedar afuera. Se puede intentar, pero es difícil que este mago del bandoneón que recorrió el mundo se explaye mucho sobre sí, sobre sus músicos o sobre su música. “Los músicos no deberían tener nombre ni edad. No deberían tener nada más que su presencia en el oído de la gente, no importa cómo sea quien toque, sino que ofrezca algo que ayude”, lanza, en sintonía con esa idea. También se complica lograr que hable, con nombre y apellido, de la música de otros. Prefiere “esbozar” máximas filosóficas, abarcativas, aplicadas a la música y, solo de vez en cuando, usarse como arquetipo. Para el caso puntual, señalar al arte de las musas como el mejor antídoto contra el caos. Su mejor contraste. “Debe ser la solución, sí, pero no todas... hay músicas que contribuyen al caos, a este caos”, dispara y se queda esperando la repregunta.

–¿Por ejemplo?

–Esa que sonaba cuando murieron dos chicos empastillados (N. de la R.: se refiere a los dos fallecidos en la fiesta Ultra Music BA, dos semanas atrás). Todo el mundo se hace el gil, pero todos somos culpables de eso. Hay gente imprudente que organiza, que hace cosas, que le saca plata a otra, y son poderes fuertes, muy duros. La única solución es crecer intelectualmente y tratar de optar por las cosas que no nos hacen tanto daño.

No hay disco que presentar, sí el conocido placer de verlo tocar y un anuncio: como cada vez, Saluzzi (77 años) ofrecerá un concierto “centralizado” en obras de carácter y esencia argentina. Esto es, llevado a su universo, una música climática y compleja, una amalgama de folklore, jazz, tango y música clásica traducida a un parecer, refinado por su impronta polirrítmica, singular e inclasificable. A su lenguaje estético que nace en Salta, pasa por Buenos Aires y se disemina, libre, por el cosmos. Por Corea y Laurenz; por Barbieri y Maffia; por Piazzolla y la melancolía. Por el olvidado crack del bandoneón Julio Ahumada. “Creo que uno tiene que jugarse por lo que cree para que crezca todo, si no el pensamiento queda detenido en una complicidad confortable, que hace que la gente no se haga responsable de sus cosas, de sus elecciones”, sostiene.

–¿A qué se refiere, puntualmente?

–A ver, sacar una entrada para escuchar a un músico es un acto de responsabilidad, a favor o en contra, porque hay una elección. Yo no pagaría nunca para ver a uno de esos cohetes que vienen de afuera, y se llevan toda la guita.... ¡es un delirio pagar 5 mil pesos para escuchar eso! Ahora ¿qué pasa?: si acá usás música hecha en Europa, tenés que pagar derecho de autor. Bueno ¿quién cobra derecho de autor cuando vienen estos tipos y hacen sus canciones? ¿A quién le pagan el derecho de autor? Yo prefiero diez veces tocar un tango de Laurenz o de Julio Ahumada, un tipo que era un genio pero nunca levantó la voz para el autobombo. Yo amo mi patria, amo su música y su gente. Y amo todo lo que pasa aquí, que es único e irrepetible: el folklore, el tango, la comida, la generosidad de la gente, esto hay que cuidarlo y embellecerlo en silencio. Nunca opté por transformar mi carrera en un éxito, esa palabra me parece aberrante, simplemente me dedico a mostrar mi manera de concebir la música. Ahora, si la gente no entiende lo que hago que se prepare o que no vaya, directamente. Voy a mostrar mi responsabilidad como persona y como trabajador en la música.

–¿Y qué implica esa responsabilidad?

–Hacer lo que hago, honestamente y sin segundas intenciones. Tengo la fortuna de haber conocido a los héroes del lenguaje argentino de la música y ayer quedé sorprendido mientras tocaba “Berretín”, el tango de Pedro Laurenz, que es una cosa impresionante. Ese berretín está en mi ideario y no en títulos y honores.

–Ya que estampos en tema, ¿cómo recibió el Premio Nacional de la Música que le dio el Fondo Nacional de las Artes el año pasado?

–Quedé desorientado como turco en la neblina (risas), pero alguno habrá escuchado algo de mi música, no sé. Lo mío es sólo la carrera de un tipo que hace una obra. Vos no podés pedirle sorpresas a Picasso, por ejemplo, porque los genios tienen una manera de expresarse a la que uno puede adscribir o rechazar. Yo odio inducir, pero desgraciadamente un músico que no tiene ninguna ayuda tiene que vivir de lo que vende y está obligado a inducir para poder comer. Y es un problema, porque la música no está protegida y es lo único que queda. De la filosofía, olvidate. La historia depende de quien la escriba y la matemática no dio resultado, porque la razón, a esta altura, parece ser una equivocación.

–La cuestión liga con lo que decía antes acerca del crecimiento intelectual. ¿Ve a la música como un vehículo? ¿En qué grado?

–Totalmente. Es el único vehículo que queda, porque carece de palabras. Las palabras han perdido el valor y son mal usadas, porque uno con las palabras puede convencer a alguien que no se da cuenta de que lo está engañando. Igual, la línea entre la virtud y el vicio está siempre, es la que divide a toda la humanidad, es una línea personal, es el amor, esa palabra tan linda que han gastado tanto.

–Con canciones, sobre todo.

–Sí, las hay lindas, pero generalmente ahora se usan las canciones para hacer proselitismo, como si la gente fuera idiota. O como si fuera que hay que convencer a alguno de los errores propios.

–Se van a enojar los cantautores...

–No, ¿por qué?, hay algunos que me gustan.

–¿Quiénes?

–No. No creo que el gusto mío sea relevante. Las personas se tienen que hacer responsables de sus propias decisiones, y el gusto mío es absolutamente personal, no tiene nada que ver con el gusto de otras personas o con la realidad circundante. El gusto mío queda acá, porque ni siquiera lo puedo usar para elegir la libertad. Hoy todo está en conflicto, no se salva nadie, y en estos momentos uno tiene que ser más severo con uno mismo, con las elecciones que hace, ¿no?, porque como está todo en conflicto es muy difícil que la solución venga de afuera. Y en este sentido, la obligación del músico es no usar lo que hicieron otros en beneficio propio. El músico está obligado a jugarse... uno puede agarrar un instrumento y tocar “La cumparsita” o una zamba del Cuchi y luego cobrar por eso, pero es ridículo esto, porque la calidad empieza por casa. Nace de una convicción profunda.

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“Mi responsabilidad es hacer lo que hago, honestamente y sin segundas intenciones”, dice el bandoneonista.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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