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Miércoles, 13 de junio de 2007

MUSICA › LIZA MINNELLI, UN ENCUENTRO EN BUENOS AIRES

“No soy buena cantante”

La estrella llegó en una visita relámpago, que incluye un show esta noche en el Gran Rex, una presentación en televisión, un viajecito a Punta del Este y un rato en una tanguería.

 Por Karina Micheletto

“¡¡Oh, yess!! ¡I will dance a lllot!”, anuncia Liza Minnelli sobre el que será su único show en la Argentina, hoy en el teatro Gran Rex. Lo dice de ese modo tannn teatral, arrastrando las vocales. Con la misma histriónica dicción, adelanta que su concierto incluirá “algunas cosas que según escuché gustan aquí, más un par de sorpresas”. No hace falta explicar mucho más. Al fin y al cabo, todos saben que quienes lograron acceder a una entrada –están agotadas hace rato, y en la reventa de Internet hay ofertas de 540 pesos en las primeras filas o unos módicos 400 en el pullman– irán a buscar algo que anda más o menos por el lado de “Cabaret” y “New York, New York”. También Liza, que se muestra tannn profesional a la hora de equilibrar luces, flashes y tomas. El encanto de las conferencias de prensa –esos lugares donde pasan tantas cosas ajenas a la prensa– devuelve a esta mujer bastante alejada de la estrella concert que se espera que sea. Así de afable y normalona, Liza Minnelli podría ser una coqueta señora de barrio más. Si no fuera, claro, porque es Liza Minnelli. De ponchito beige, pantalón con brillos encendidos lo suficiente, las cirugías justas y necesarias, la hija de Judy Garland y Vincente Minnelli, la gran diva de Broadway, se muestra con ganas de responder lo justo a cada pregunta. Claro que para eso habrá que sortear a la traductora que cambia el sentido de lo que traduce, al movilero chupamedias que vino a hacerle propaganda a Adrián Suar (productor de la versión criolla de Cabaret), a las señoras que quieren sacarse una foto con Liza... En fin, a esa aura general de decadencia que suele cubrir las conferencias de prensa, ahora acentuada por la paquetería modernosa del Hotel Faena, donde, según rezonga el enviado especial avezado, está faltando la bandeja de sandwiches que suele levantar este tipo de trances.

Liza avanza sobre todas las cosas que ella would lllove hacer en Buenos Aires, entre las que, por supuesto, está esa pasión del tango mundialmente aceptada. Pero el trabajo es el trabajo. Apenas tendrá tiempo para ir al programa de Susana Giménez y a la tanguería de La Boca que pautaron los agentes de prensa. Después del Gran Rex deberá volar a Punta del Este, donde dará un show privado para clientes VIP del casino del Conrad. El resto del tiempo tendrá que ensayar. “Me encantaría ir a bailar tango, pero no podré hacerlo. Además, siempre bailé con mi amigo Julio Bocca, que fue el que me llevó a recorrer toda la ciudad en mi visita anterior. No podría seguir a otro en la pista, y él no está aquí. Por suerte pude tomar algunas clases con Juan Carlos Copes”, comenta Liza.

En el recuerdo aparece, por supuesto, Cabaret: “Simplemente, el productor me llamó. Creo que me vio cantar el tema, porque originalmente fue escrito para mí, y está en mi primer álbum. Con Cabaret empezó mi relación con Bob Fosse”, contó la cantante bailarina. También vuelven los peores momentos, como cuando sufrió aquella encefalitis. “Tuve que aprender a hacer todo de nuevo: cómo moverme, caminar, hablar. Realmente fue muy difícil. Me dijeron que no iba a poder recuperarme del todo, pero nunca perdí las esperanzas. Porque recordé algo que me había dicho mi padre cuando yo tenía cuatro años: ‘Siempre hay una forma de lograr lo que querés. Para encontrarla hay que ponerse a pensar cuál es’. Así que mientras estuve en recuperación sólo pensaba: ‘¡Dios, tengo que pensar, tengo que pensar!’.”

Entre tantas preguntas aparece una sobre su corte de pelo, ese que, según apunta la cronista que toma el micrófono, “se pide en las peluquerías”. “Dios, no creo que puedan copiarlo. ¡Tengo tantos tijeretazos que es un milagro que pueda arreglármelo cada mañana!”, se ríe Liza, y avanza en la anécdota capilar que, por supuesto, involucra a otra estrella. “La primera que me cortó el pelo fue Mia Farrow, nos pusimos con las tijeras, una contra la otra, hasta que nos quedó el pelo bien cortito. Cuando salimos a la calle nos gritaron: ‘¡¿Pero qué se creen que son, varones?!’. Fue horrible.” Después se alcanza a saber que Minnelli está haciendo el guión de una película que aún no tiene fecha de estreno, sobre la que prefiere no dar demasiados datos. “Hacía mucho que quería escribir esta historia, es sobre una zona de Nueva York adonde van todos los jóvenes que quieren ser famosos, y todos los que ya son famosos”, cuenta. Ni pensó en abarcar también el rol de directora: “Jamás me pondría en los zapatos de mi padre. Son demasiado grandes”, asegura.

Hay tiempo para hablar sobre su felicísimo estado civil: “Por primera vez en mi vida no necesito depender de ningún hombre. ¡¡Estoy tannn feliz así! No pienso dejar mi libertad por nada del mundo”. Y de un poco de técnica de canto: “Para ser un buen intérprete, el truco es comprender el pasado y el presente. Yo no creo ser una buena cantante, soy una buena contadora de historias. Como Charles Aznavour. Hay que saber expresar el valor de las palabras en cada canción”. ¿Y cómo se imagina Liza Minnelli una película sobre su vida, al estilo de la que recientemente se vio sobre Edith Piaf? “Por el momento, prefiero seguir contando mi historia yo misma”, se ríe la mujer que por lo visto no quiere saber nada con la etiqueta de “leyenda viviente” que lleva pegada. “Definitivamente, esta es la mejor historia para mí.”

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“Me encantaría ir a bailar tango, pero no podré hacerlo. Además, siempre bailé con mi amigo Julio Bocca.”
 
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