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Miércoles, 4 de noviembre de 2009

LITERATURA › EL ESCRITOR FRANCISCO “PACO” AYALA MURIó AYER EN MADRID A LOS 103 AñOS

Adiós al último símbolo de una época

El autor de Razón del mundo sufrió el exilio durante el franquismo y fue parte esencial de la llamada “generación del ’27”, de la que formaron parte Federico García Lorca y Rafael Alberti. Ganó el Premio Cervantes y el Príncipe de Asturias.

Después de atravesar un siglo tan intenso, no era descabellado suponer que Francisco Ayala tenía algún tipo de inmunidad frente a la muerte. Sin embargo, falleció ayer en Madrid, a los 103 años, luego de una existencia prolífica en la que –exilio en Argentina de por medio– se abocó a la narración, el ensayo, la sociología y la docencia. Era el último sobreviviente de la llamada “generación del ’27”, a la que pertenecieron Federico García Lorca y Rafael Alberti, entre otros, y acaso por eso España le rinde tributo como quien despide a toda una época. Ayala había nacido en 1906 en Granada, al sur de la Península Ibérica. Estudió Derecho y Filosofía en Madrid, y fue el último testigo del esplendor cultural y científico que se vivió allí hasta la Guerra Civil (1936-1939). Inició su carrera literaria en 1925, cuando tenía 19 años y echó a la luz su novela Tragicomedia de un hombre sin espíritu. Luego, la inquietud por aprender lo llevó a ampliar sus estudios de política en Alemania, donde asistió al ascenso de los nazis al poder, un proceso que lo marcó a fuego. Paralelamente, se codeó con algunas de las más prestigiosas mentes españolas y adhirió al grupo del filósofo Ortega y Gasset, participando en la fundación de la Revista de Occidente.

En 1934, Ayala trabajó como letrado en las Cortes Españolas y siguió con su actividad universitaria hasta el alzamiento militar del general Franco contra el gobierno republicano en 1936, que lo sorprendió en una gira en Latinoamérica. Los sublevados fusilaron a su hermano Rafael y a su padre, Francisco. El, por su parte, sirvió a la República hasta su caída en 1939, cuando tuvo que dejar de dar clases en la Universidad de La Laguna (Tenerife) y debió huir a Buenos Aires para continuar con una carrera artística signada por el sarcasmo y la ironía. “Lo que he escrito ha sido siempre la verdad, lo que he sentido. A veces he callado, pero nunca he optado por el encubrimiento de nada, para qué”, confesaba en una entrevista con el diario El Mundo en 2006. Una década y media antes, al recibir el Premio Cervantes, había expresado que “una parte considerable” de su obra “fue desconocida o tardíamente reconocida” en su tierra natal, “sin que aquellos críticos e historiadores que se ocupan de catalogar, ordenar y categorizar el cuerpo de producción literaria” supieran bien “dónde colocar la de un escritor exiliado”. En 1998, cerrando una década brillante, fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias.

Claro que el camino a la consagración fue más que escarpado. Ayala, que en los años ’60 inició un discreto regreso a España hasta afincarse definitivamente en Madrid –tras haber vivido en la Argentina, Estados Unidos, Brasil y Puerto Rico–, escribió en 1982 y 1983 unas sentidas memorias, con cuyo segundo tomo, El exilio, ganó el premio Nacional de Literatura. Autor también de ensayos como El pensamiento vivo de Saavedra Fajardo y Razón del mundo, era miembro de la Real Academia Española de la Lengua desde 1984. El director de esa institución, Víctor García de la Concha, explicó que el escritor “vivió ajeno a todo rencor” y “fue un referente de la convivencia y de la concordia”. Ayala iba del cuento a la novela, pasando por el ensayo y la crítica literaria y cruzando “desde los cuadros de vanguardia española” hasta “la condición ambigua de escritor español en América”, como él mismo subrayaba. Entre su abundante producción están las novelas El boxeador y un ángel o Cazador al alba, así como los cuentos Muertes de perros, El as de bastos y El jardín de las delicias. Vio publicado La invención del Quijote, su último libro, en 2005.

Al recibir la noticia del deceso del escritor, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, sostuvo que Ayala fue “uno de los grandes humanistas de nuestro tiempo” y “uno de los mejores españoles”. “Su obra, su actitud y su talante están en la memoria de muchas generaciones, por lo que debemos honrarle, recordarle e intentar seguir sus pasos”, agregó. También la ministra de Cultura, Angeles González-Sinde, dio muestras de admiración y respeto al afirmar que el literato había dado “una visión importantísima de nuestro siglo, con un recorrido amplísimo por las distintas formas de la escritura”. Desde otro ámbito, la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) –que en los últimos años había presentado a la Academia Sueca la candidatura de Ayala al Premio Nobel de Literatura– manifestó su “profundo pesar”. “Con la muerte del escritor más querido se cierra la gran literatura española del siglo XX. Amó la vida pese al desesperanzado exilio y las ingratitudes, repartió generosidad por dos continentes y fue el intelectual modélico en el que se reconoce lo mejor de nuestra cultura”, declaró a su turno la directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel. Fue “el primero en depositar un legado secreto en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes”, poco después de cumplir 100 años, y dejó estipulado que el legado se hiciera público en 2057, recordó Caffarel.

Con Ayala se acaba “todo un mundo”: el de la Generación literaria del ’27 y el de la cultura de la República y del exilio como “máximo exponente”, declaró el poeta y ensayista Luis García Montero, comisario de las festividades que se realizaron a propósito del centenario de Ayala. Desde su perspectiva, el escritor “hizo la literatura más inteligente del exilio”. Mario Vargas Llosa también lamentó la pérdida de “un hombre universal con raíces hundidas en España”. El peruano recordó que Ayala fue “un escritor que vivió prácticamente todo el siglo XX, en sus grandezas y en sus miserias, en sus ilusiones y en sus tragedias, y que dio cuenta de todas esas experiencias”. Otros latinoamericanos se sumaron al sentimiento. El director de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, José Luis Vega, lamentó el deceso de “un intelectual ligado a la vida de la isla”, a la que llegó procedente de Buenos Aires por vez primera en 1949. Vega recordó que, aunque por diferencia generacional no conoció a Ayala, sí fue consciente de la “huella profunda” que el intelectual dejó en la vida universitaria, cuyo nombre, dijo, “producía admiración y reverencia en el Recinto de Río Piedras”, el principal campus de la isla.

El intelectual “mantenía un estado de salud bastante bueno, hasta que, hace pocos días, comenzó a sufrir un empeoramiento físico generalizado que finalmente acabó con su vida”, se precisó en un comunicado. Ayala estaba casado con la hispanista estadounidense Carolyn Richmond y era padre de una hija, Nina, fruto de su primer matrimonio con la chilena Etelvina Silva. Amante del cine, se declaraba “ciudadano del mundo” y era longevo gracias a la genética, a su comida frugal y –como dice la leyenda– a su vasito de whisky y sus cucharadas de miel diarios. Según aseguran sus allegados, permaneció lúcido hasta el final. Y cuando le hacían homenajes asistía resignado pero sin perder el humor. “Cansado ya” de su nombre, como él mismo declaraba, se había convertido en referente para diversos ámbitos y últimamente, ya muy desmejorado, insistía en estar “asistiendo a su propia posterioridad”.

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Ayala comenzó su producción literaria a los 19 y la cerró a los 99.
Imagen: EFE
 
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