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Jueves, 27 de marzo de 2014

LITERATURA › PABLO SIMONETTI, LA HISTORIA Y EL TRASFONDO DE LA SOBERBIA JUVENTUD

“No se cambia el pensamiento de la sociedad sólo con leyes”

“Hay un sentido de la fragilidad que se va adquiriendo con los años: no podría haber escrito antes esta novela”, admite el autor chileno, que volcó algo de su propia historia en un libro que pone el foco sobre todo en la clase alta de la sociedad trasandina.

 Por Silvina Friera

Los tiempos han cambiado. Hay preguntas inesperadas que alumbran los contrastes entre el pasado y el presente, que van de la ficción a los hechos, de las páginas de una novela a la vida misma. “¿Cómo había sido mi primer amor adulto con un hombre?”, quiere saber el joven Felipe Selden, un veinteañero que proyecta una poderosa seguridad en sí mismo, que tiene literalmente el mundo a sus pies –ha logrado que el abogado Camilo Suárez pierda la cabeza por él–, aunque su conservadora familia, miembros del Opus Dei chileno, no acepte su homosexualidad. El interrogado es el escritor Tomás Vergara, un hombre que ya pasó los cincuenta años y recuerda la época sombría en la que tuvo que avanzar a tientas para ocultarse de una sociedad que se guardaba la luz para sí y lo perseguía “desde incluso antes de saber que yo era gay”. Quizá La soberbia juventud (Alfaguara) sea la novela más autobiográfica del narrador chileno Pablo Simonetti, la más íntima por el modo en que indaga en los complejos sentimientos de personajes que se encuentran expulsados de su “útero familiar” y tienen que pulsear contra los prejuicios, la discriminación y un sinfín de humillaciones, además de lidiar con las herencias y los legados, para reafirmar sus identidades. Un tópico que atraviesa la narrativa de Simonetti y tiene una dimensión política desde la creación de la Fundación Iguales, una ONG que trabaja por la plena igualdad de derechos de la diversidad sexual y que ha logrado ampliar el consenso en torno de un proyecto de ley de Acuerdo de Vida en Pareja.

“No tengo la sensación de que sea una novela relacionada directamente con la edad”, plantea Simonetti a Página/12. “Pero haber alcanzado los cincuenta años es una condición para haberla escrito, porque adquirí cierta distancia con la juventud. En ese sentido, el mismo título habla de eso. Cuando uno dice la soberbia juventud, mirada desde mi adultez, la siento soberbiamente bella, llena de energía y de vigor. Y al mismo tiempo es soberbia al creer que el mundo está ahí para mis personajes y que nada les va a pasar. Hay un sentido de la fragilidad que se va adquiriendo con los años. No podría haber escrito antes esta novela, aunque la madurez literaria la alcancé hace unos años, en cuanto a las herramientas literarias que puedo emplear. Pero sí creo que era necesaria una madurez personal para poder apreciar la vulnerabilidad.”

La novela está atravesada por dos muertes: la muerte de Alicia –tía abuela de Felipe, a quien le dejará una inmensa fortuna– y la de Elvira, poeta precoz excomulgada también de su familia, amiga íntima de Tomás y Santiago Pumarino, uno de los directores de cine publicitario mejor cotizados de Chile. Josefina, la hija de Elvira, recién conocerá quién es su padre horas después de la muerte repentina de su madre. Las dos mujeres fuertes de esta novela tienen secretos que impactarán de modos opuestos en el devenir de la trama. “El secreto de Alicia es un secreto virtuoso; en cambio, el secreto de Elvira arrastra más gente con ella y modifica el destino de esas personas. Quizá son figuras que tienen un cierto grado de oposición. Alicia, viniendo de lo más estrecho de su clase social en cuanto a valores y miradas, se va abriendo camino y va siendo capaz de aceptar a su marido tal cual es. Cuando pienso en Elvira, pienso también en Tomás y en Pumarino, en esa nueva familia que se forma a propósito de que ellos son como unos exiliados de sus familias originales”, compara el escritor. “Hay algo que por supuesto es virtuoso en esa nueva familia: ellos se acompañan, se aceptan por lo que son y se valoran por lo que son. Pero es resultado de un trauma, de la separación violenta de sus familias biológicas.”

–En su narrativa, el tema de la familia es clave. Los personajes tienen que transitar por la experiencia de liberarse del peso de la mirada familiar, ¿no?

–Sí, completamente. Esto está en todas mis novelas. Siempre hay un proceso íntimo que se va haciendo más público, respecto de la familia y el entorno social. El peso del lugar en que uno vive y de lo familiar siempre me ha interesado porque en Chile tiene una dimensión política. Las familias deben ser capaces de aceptar a sus hijos tal cual son en aquellas cosas que respondan a su identidad. Respetar la identidad de los hijos es algo esencial. En general, el peso de la familia sobre los hijos es muy grande. Y aunque eso ha cambiado, todavía somos bastante precarios en la aceptación de la identidad del otro. Una de mis luchas políticas es ésta: decirles a los padres que por favor respeten a sus hijos como son. Desde que son niños, los padres se dan cuenta de cómo son sus hijos. Y en vez de decir esto es lo que me trajo la vida, qué bueno que sea así, intentan torcer no sólo su orientación sexual, sino sus ideas, su inclinación a las artes, la música o lo espiritual.

–Uno de los focos en esta novela está puesto en cómo las familias de las clases altas chilenas prefieren no hablar de la homosexualidad de sus hijos. Más allá de la ficción, de la novela en sí, ¿aún prevalece esta reticencia, aunque se haya avanzado más en el tema?

–Yo diría que la mayor herencia de la vida es lo que te entregan tus padres y todas las formas de transmisión cultural que existen. Esa herencia es gigantesca y muy pesada. En ese sentido, la herencia que recibe Felipe Selden también tiene una representación teórica: el dolor de los herederos. Todos somos herederos y padecemos muchas veces el dolor de ser herederos de estructuras que están en contra de nuestra libertad. Esto se aplica a muchas cosas, por ejemplo a ser escritor, viniendo de una familia comerciante, industrial o trabajadora, y el peso de la desconfianza que uno acarrea por esta vocación. El asunto de no hablar del tema creo que es cada vez menor. A mí me interesaba poner a Felipe en una situación de pleno privilegio. Pero tiene su orientación sexual, que le reviste un problema con su familia. La pregunta que uno se puede hacer es si somos nuestros privilegios o nuestros dolores, nuestras pérdidas, nuestras humillaciones, nuestras exclusiones... A pesar de que Felipe tiene el mundo a sus pies, siente la humillación profunda y dolorosa de su familia. Felipe no es capaz de ver el amor de Camilo porque todavía está atrapado por la humillación de sus padres...

Como un abismo de sombras, lo pendiente emerge desde el silencio. Simonetti sabe que lo que puede ser dicho hay que decirlo claramente. “Le voy a dar un ejemplo muy tonto. Yo también me siento un hombre privilegiado, hago lo que quiero, vivo de lo que hago. He podido servir a mi país en política, a propósito de la orientación sexual desde la Fundación Iguales. Hace poco, estaba en una clínica y un señor que subió al ascensor donde yo estaba me dijo: ‘Ojalá que no se me pegue el sida’... Como soy un escritor gay, él me asoció con el sida... Fue muy violento, lo dijo delante de unas quince personas. Siendo un hombre muy privilegiado, igual sentí la humillación.”

–El ex presidente Sebastián Piñera terminó su mandato sin lograr que se votara el proyecto de Acuerdo de Vida en Pareja, que él contribuyó a impulsar. ¿Cómo sigue el tema de ahora en más?

–Nosotros tenemos una fundación que trabaja por la plena igualdad de derechos en la diversidad sexual. Esto tiene varias dimensiones. La ley que estábamos impulsando durante el período de Piñera fue el Acuerdo de Vida en Pareja, que es una suerte de unión civil. Ahora con Michelle Bachelet estamos impulsando el matrimonio igualitario. También están las políticas públicas en contra de la discriminación, a favor de la diversidad; hay otras leyes como la identidad de género. Hay un cuerpo legislativo-administrativo, pero además hay una serie de trabajos vinculados con la educación y difusión, que implican cambiar la manera de pensar de la sociedad, que no se logra sólo con leyes. Piñera tuvo la gracia de que siendo un presidente de derecha presentó un proyecto de unión civil al Congreso. Ese proyecto avanzó algo, pero no terminó su trámite legislativo porque hubo mucha oposición dentro de su propia coalición. Sin embargo, el cambio de percepción que ha habido en estos últimos tres años ha sido enorme. En este momento, las cifras de aprobación sobre el Acuerdo de Vida en Pareja están sobre el 70 por ciento; la aceptación de la homosexualidad como una forma de vida como cualquier otra es sobre un 70 por ciento. Son todos cambios muy radicales de porcentajes que antes estaban muy por debajo del 50 por ciento. Creo que la aprobación del matrimonio igualitario en la Argentina y en muchos otros países, el ingreso masivo de Internet, que en Chile no terminaba de afianzarse, y sobre todo, y principalmente, los abusos sexuales dentro de la Iglesia en Chile, quebraron el poder que la Iglesia tenía todavía sobre los temas de moral sexual. Por primera vez el mundo político ha empezado a jugar sin tenerle miedo a la Iglesia en estos temas. Pero relativamente, porque no se pudo sacar leyes como el aborto en caso de violación, malformación o peligro de la vida de la madre. La izquierda en general siempre ha estado alineada con estos temas, salvo algunas excepciones. Pero con Piñera se sumó un ala de la derecha que antes no estaba en esta ecuación. Aunque todavía falten unos dos o tres años más, no me caben dudas de que el matrimonio igualitario se va a aprobar en Chile.

–¿Cree que Bachelet va a impulsar con más fuerza el matrimonio igualitario?

–Bachelet es la primera presidenta que está personalmente a favor del matrimonio igualitario y una líder de tanto arrastre genera una expresión social importante. Ella se comprometió a poner el tema en un debate abierto y enviar un proyecto de matrimonio igualitario al Congreso. ¿Ahora cuánto se la va a jugar? Eso está por verse. Si Bachelet viera que puede enfrentar una derrota política, no creo que se jugaría ciento por ciento. Pero tener una presidenta que está a favor del matrimonio igualitario, tener una presidenta del Senado a favor del matrimonio igualitario, tener al presidente de la Cámara de Diputados que está a favor del matrimonio igualitario, tener al ministro de Justicia que está a favor del matrimonio igualitario, hace que el panorama sea otro hoy. Y por eso podemos aspirar perfectamente que de acá a cuatro años se pueda aprobar.

–¿Cómo recibió la sociedad chilena esta novela, especialmente las clases altas, que son muy cuestionadas por su frivolidad y cierto esnobismo? ¿Se divierten con la minuciosa descripción de sus propias taras o se lo toman en serio y se molestan por ese trabajo microscópico sobre sus comportamientos?

–Lo hice con toda honestidad y con todo propósito. También hay una crítica a ciertos grupos gays que se reúnen en torno de una fiesta incesante para evadirse de la situación de discriminación que viven. Es preferible enfrentar la discriminación y ser capaz de realizarse en la vida, más que estar conduciendo toda esa energía hacia una fiesta interminable. Respecto del mundo de las clases altas en Chile, hay de todo. Por supuesto que hay gente que tiene la capacidad de darse cuenta de que las cosas que describo en la novela existen. Pero hay otros que se molestan y me dicen que los personajes son muy arquetípicos, que son una caricatura. Es la crítica del que no quiere aceptar que está en el medio de la caricatura.

–La cuestión de “salir del clóset” y asumir la homosexualidad está abordada desde tres generaciones y perspectivas diferentes en La soberbia juventud. Quizá para Tomás, el escritor, fue más difícil y complicado asumir su condición. En cambio, daría la impresión de que para Felipe y Camilo fue menos traumático.

–Sí, sin dudas es así. Yo he observado que hoy los jóvenes salen del clóset entre los 17 y los 20 años. En mi época, salí del clóset a los 25 para mí y 27 para mi familia. Para mí cuando me dije: “Soy homosexual y no voy a luchar más contra esto”. Y a los 27 le conté a mi familia y a mis amigos. En ese tiempo, el promedio estaba en 28 o 30 años. La generación anterior había salido alrededor de los 32 años. La generación anterior a ésta sencillamente no salió del clóset. El mismo Tomás siente que cuando sale a la vida gay sale con un tiempo oscuro todavía mordiéndole los talones. La comparación generacional está entre el marido de Alicia, Tomás y Felipe, y muestra las tres diferencias. Los problemas de Felipe son más sutiles; puede ser muy doloroso y tener una influencia en su vida, en su carácter y en su manera de actuar, pero no es la persecución, el ostracismo, el horror de la discriminación desatada que se vivía antes, cuando se perdían la familia, el trabajo, los amigos; cualquier privilegio por más mínimo que fuera. En Chile, hasta el final de la dictadura, la homosexualidad era una forma de vida condenada socialmente. Patricio Aylwin, que es reconocido por haber sido el primer presidente de la transición, fue a Dinamarca en 1993, el primer país que aprobó una ley de unión civil en 1989, y le preguntaron qué estaba haciendo por los derechos de las personas gays, lesbianas y transexuales en Chile. Y él dijo: “Nosotros no tenemos ese problema en Chile”... Me gusta esa imagen de los “tiempos de sombra”; en ese sentido, soy muy Tomás, porque lo viví de esa manera. Salí a la vida gay justo por la puertecita que se venía abriendo, como un tímido amanecer.

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