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Miércoles, 4 de junio de 2008

CINE › EL DIRECTOR BENT HAMER PRESENTA UN CICLO DE CINE NORUEGO EN LA SALA LEOPOLDO LUGONES

“Todos llevamos un voyeur adentro”

Con Cuentos de cocina, que abre hoy la muestra, el realizador noruego se ríe de la modernidad tal como se la pensaba en los años ’50 y reconoce que su película también se puede leer como un cuestionamiento a los reality shows: “Los odio”, se sincera.

 Por Oscar Ranzani

Durante la década del ’50, en plena posguerra, Suecia se caracterizó, entre otros asuntos, por la búsqueda de perfección racional del comportamiento humano en la cocina. A esta conclusión, que puede parecer descabellada, llegó con precisión racional el Instituto Sueco de Investigaciones del Hogar, que descubrió que un ama de casa preparando la comida caminaba la distancia entre Estocolmo y el Congo, al cabo de un año. Entonces, se designó a un conjunto de investigadores para que en una región campestre de Noruega, a través de un “revolucionario” estudio científico, observaran las conductas de los hombres solteros en las cocinas bajo el objetivo de encontrar la mejor utilización del lugar y la funcionalidad de los electrodomésticos. El estudio trataba de encontrar “la mejor cocina posible del futuro”. La idea era que los investigadores trabajaran en cada cocina subidos a una silla simulando ser árbitros de tenis y la regla que no se podía violar bajo ningún concepto era que entre el observador y el observado no podía mediar palabra alguna y, por supuesto, los observadores no podían participar de ninguna acción del proceso preparatorio de la comida para que el efecto del experimento fuera ciento por ciento científico. Inspirado en esta historia que conoció desde chico, el realizador noruego Bent Hamer concibió una ficción donde el experimento –que, en la realidad, nunca salió de los laboratorios– se lleva a cabo en una casa donde las reglas terminan vulnerándose. El film Cuentos de cocina podrá verse hoy a las 20, con la presencia del director, en el marco del ciclo Encuentro con el Nuevo Cine Noruego que se desarrollará hasta el 15 de junio en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (ver recuadro).

Cuentos de cocina, galardonado en la Quincena de los Realizadores en el Festival de Cannes 2003 y con La Espiga de Plata de Valladolid, entre otros, narra la historia del observador Folke (Tomas Norström) y del observado Isak (Joachim Calmeyer), un campesino soltero que acepta participar del experimento como voluntario. Cuando el pacto de silencio se rompe, empiezan, entonces, las acciones. “Yo tenía una idea de ese experimento desde que era chico, sin saber los detalles”, cuenta Hamer a PáginaI12. “De alguna manera –agrega– la película intenta mostrar por qué fueron los suecos los que produjeron esta idea. Esto fue algo prevaleciente en varios países en el período de posguerra. Después de la guerra, todos estaban pensando en la modernidad, en los recursos técnicos para ser más eficientes, la gente pensaba en el futuro, y los suecos, particularmente, son muy inclinados a tener sistemas para todo. También hubo una creencia muy fuerte en el positivismo. Por eso, con esta creencia en este sistema, los suecos produjeron este instituto de investigaciones.” Hamer recuerda que, en aquella época, existían libros de interés general sobre “cómo hacer las cosas bien”, como por ejemplo, cómo ser una buena ama de casa, cómo limpiar bien o cómo pasar la aspiradora. En casa de Hamer, sus padres tenían el libro La familia y nosotros. “Eran dos mil páginas que contenían todo tipo de instrucciones sobre cómo ser una familia perfecta. De casa desapareció, pero siempre me quedó el recuerdo y cuando lo vi en un mercado de libros usados compré tres ejemplares porque la idea era que si uno leía y conocía toda la información y seguía todas las instrucciones no había posibilidades de no tener una familia feliz y perfecta.” Uno de los capítulos se titulaba “El ama de casa tiene muchas ocupaciones” y una de sus páginas contenía un diagrama acerca de todo lo que viajaba el ama de casa en la cocina con una distribución “eficiente” de la cocina. “Después regalé dos de estos ejemplares y me quedé con uno, pero solía volver a esta página donde estaba el diagrama y me puse a pensar cómo lo habían hecho, si esto era posible hacerlo observando, sin conversar. A partir de ahí, surgió la idea de hacer esta película”, cuenta Hamer.

–¿El film es un retrato irónico de una determinada idea de progreso de la Noruega de la década del ’50 y una crítica a los métodos sociológicos de observación?

–En realidad, cuando comienza la ficción es cuando saco esto del territorio de Suecia y lo coloco en Noruega, donde el observador va a las cocinas de los solteros. O sea, la crítica a los métodos de observación está, es una parte. Pero el mensaje más importante es que es necesario hablar e intercambiar puntos de vista, experiencias y sentimientos. Y esto se aplicaría desde lo más chiquito como una relación de dos a cualquier constelación humana que uno quisiera tomar, incluyendo países o diálogos entre países.

–¿Su idea fue también mostrar con humor lo que ocurre cuando alguien se introduce en la esfera privada de un individuo?

–La mayoría de los seres humanos quieren ser parte de algo pero muy pocos quieren ser categorizados. Uno quiere ser un individuo libre.

–¿Por qué decidió que los personajes fueran hombres?

–No sé, pero tomo hombres como personajes, incluso hombres viejos. No es un plan, sale así.

–¿El film también busca mostrar como trasfondo la rivalidad entre Suecia y Noruega en aquel entonces?

–Sí, pero es una parte pequeña.

–¿Se puede leer a Cuentos de cocina como un alegato contra la deshumanización en el trabajo?

–Por ejemplo, en los estudios de calidad o cuando se trata de estudios sociológicos o humanísticos se establecen estadísticas y se hacen cálculos (a veces muy precisos) sobre qué es lo que está mal o cuál es el problema. No es que no crea en los métodos de observación. Los métodos científicos sirven, pero aun teniendo un buen método de observación y de cuantificación hay que ponerlo en otro contexto más amplio. Si uno hace estudios de cuantificación en lo económico, en lo político, puede servir pero sólo una parte de la cuestión. Y hay que verlo como una parte.

–También está la parte humana.

–Sí.

–¿El film establece un tiro por elevación a los reality shows de la actualidad?

–(Risas.) Sí, puede ser como una crítica a esos programas. Si lo ve de esa manera me pone muy contento. Los odio. Pero igual me gustaría ser espía. Todos tenemos un voyeur adentro.

–¿Cómo analiza el cine noruego actual respecto de los ’70, en que era más político?

–Tiene una historia cinematográfica muy pequeña y breve, sobre todo si lo comparamos con Dinamarca y Suecia, que tienen una historia mucho más rica. Las películas de los ’70 y los ’80 podían ser parecidas entre sí: todas tenían una nota políticamente correcta o socialdemócrata. En los ’90 empieza a haber una nueva generación que comienza a reflejar temas más desde lo humano, más universales de alguna manera, y que para mí son más interesantes. Hay una producción nacional de 15 o 20 películas por año.

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“A partir de la década del ’90, el cine noruego refleja temas más universales”, dice Hamer.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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