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Viernes, 17 de febrero de 2006

CINE › LO NUEVO DE CLAUDE CHABROL, EN EL FESTIVAL DE BERLIN

Ese sutil veneno del poder

En L’ivresse du pouvoir, el francés obtiene otro notable trabajo de Isabelle Huppert, una jueza implacable en un caso de corrupción que, de cualquier modo, evita el final heroico.

Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín


“Cuando uno tiene poder en sus manos, ¿en qué clase de ser humano se convierte?” Con esta pregunta simple, inquietante, Claude Chabrol presentó ayer en la competencia de la Berlinale la magnífica L’ivresse du pouvoir (La embriaguez del poder), su película más explícitamente política desde La ceremonia, diez años atrás. Una vez más protagonizada por ese hielo ardiente que es Isabelle Huppert (esta es la séptima colaboración entre la actriz y el director desde Violette Noziere, en 1978), el film de Chabrol no es de aquellos que necesariamente se ganan las simpatías de un jurado, pero no dejó indiferente a la crítica, que colmó la sala del Berlinale Palast y luego la conferencia de prensa, para encontrarse con uno de los dúos más emblemáticos de la historia del cine.

Esa intoxicación, esa borrachera del poder de la que habla el título del film, es muy clara desde la primera escena, cuando se ve al omnímodo presidente de una corporación intereuropea (François Berléand) dar múltiples órdenes e instrucciones a su ejército de secretarias, mientras se dirige hacia la salida de la empresa. Pero basta con que transponga las puertas para que una comisión policial lo arreste sin miramientos. Citando de manera casi literal el comienzo de El hombre equivocado, de su admirado Hitchcock (una influencia determinante desde su primera juventud), pero sin la angustia del film del Maestro, sino con un tono burlón cada vez más corrosivo, Chabrol va desnudando al personaje de todos sus atributos, hasta que en el momento antes de ingresar a la celda es obligado a despojarse de su ropa. Y en el instante en que el poderoso en desgracia se baja los pantalones, el film corta directo a negro y aparece el cartel que informa: “Dirigido por Claude Chabrol”. Eso es L’ivre-

sse du pouvoir: una imprecación, una burla, pero también un acto de civismo por parte del autor de La flor del mal.

Inspirado en un caso real de corrupción, el film sin embargo elige apartarse de hechos y personajes concretos “para no limitar su impacto”, según aclaró Chabrol aquí en Berlín. Quien ordena la captura y el procesamiento del CEO de la corporación, por malversación de fondos y corrupción de funcionarios públicos, es la juez de instrucción Charmant-Killerman, o sea una encantadora trituradora de hombres, a cargo por supuesto de Mme. Huppert.

También conocida como “la piraña”, la jueza está decidida a comerse de un bocado no sólo al presidente de la compañía, sino también a todo su consejo directivo, que no se queda quieto, por cierto. Desde presiones, amenazas e intentos de soborno, todo lo intentan para frenar la investigación, pero es inútil. La señora jueza está dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias, aunque por ello tenga que pagar las consecuencias. De lo que quizá Charmant-Killerman no se da cuenta es de que, en su escalada, ella también comienza a embriagarse de poder.

La confusión entre responsabilidad cívica y vida familiar, la contaminación de esferas que finalmente termina poniendo en crisis el matrimonio de Charmant-Killerman, es también un aspecto de L’ivresse du pouvoir que Chabrol maneja con su solvencia de siempre. La dualidad vicios privados-virtudes públicas es una constante de toda su obra y reaparece una vez más aquí, con un tratamiento entre sombrío e irónico. “No me interesa la imagen de la justicia, me interesa la justicia”, dice la jueza cuando sus superiores, campeones de las buenas maneras de la hipocresía, también se inquietan por los alcances de su investigación. Pero el film de Chabrol no quiere dar falsas esperanzas ni finales heroicos: como buen pesimista, el suyo es, en todo caso, un llamado a la rebelión. Como esa maldición que pronuncia en la toma final la señora jueza, con toda la ferocidad y la rabia contenida de la que es capaz Isabelle Huppert.

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“No me interesa la imagen de la justicia, me interesa la justicia”, dice la jueza.
 
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