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Viernes, 24 de abril de 2015

CINE › PELICULAS DE LUIS ORTEGA Y MATIAS PIÑEIRO EN LA SECCION COMPETENCIA ARGENTINA

De iluminaciones y coreografías visuales

Lulú, lo nuevo del realizador de Caja negra, coquetea con la belleza efímera y con una forma de romanticismo lumpen. La princesa de Francia muestra a un Piñeiro cada vez más consumado en el manejo de sus materiales, como si tuviera ya una larga carrera detrás.

 Por Horacio Bernades

Lulú, opus 6 del cineasta, es lo que podría llamarse “un Ortega clásico”.

La programación de esta decimoquinta edición del Bafici guardó para el final de la Competencia Argentina, como cartas bravas, a dos de los “autores” de mayores antecedentes del plantel. Ganadora el año pasado del Buenos Aires Lab (plataforma de promoción y financiación de películas sin terminar, que es parte de la estructura del festival), Lulú, opus 6 de Luis Ortega, es lo que podría llamarse “un Ortega clásico”. En ambos sentidos de la palabra: por desplegar los ambientes, personajes y modo de construcción que le son propios al realizador de Caja negra, Monoblock y Dromómanos, y por hacerlo de modo algo más prolijo, más académico si se quiere, más clásico que la previa Dromómanos, posiblemente el film de estética más lumpen del realizador. Tercera del ciclo que su autor llama “las shakespereadas”, La princesa de Francia muestra a un Matías Piñeiro cada vez más consumado en el manejo de sus materiales, como si en lugar de un puñado de películas tuviera ya una larga carrera detrás. En la misma competencia se presenta Idilio, ópera prima de Nicolás Aponte A. Gutter, un tipo de trabajo más propio del ejercicio de estilo (o trabajo de graduación) que de lo que puede considerarse una obra fílmica.

En la escena más bonita de Lulú (todas las escenas de baile suelen serlo), Ailín Salas y Nahuel Pérez Biscayart bailan muy sueltos bajo la lluvia, en la puerta de la casilla abandonada en la que viven como okupas. El está tan contento que tira tiros al aire con su pistola, la cámara registra todo en un único plano amplio, de perfecta ubicación, sin cortes de montaje. La escena refleja lo mejor y lo peor de la nueva película de Luis Ortega y, tal vez, de todo su cine en general: la capacidad de lograr impromptus que son como breves iluminaciones, el agudo sentido visual, la belleza efímera, y también el coqueteo con una forma de romanticismo lumpen, siempre al borde de deslizarse a una idealización de “la pureza en la roña”. El título de la nueva película del hijo de Palito parece un nombre pero es un acrónimo de los nombres de sus protagonistas, Ludmila y Lucas, que viven al margen pero reproduciendo, curiosamente, el modelo matrimonial más tradicional, el del macho proveedor y la mujer en la cas(ill)a.

Lucas trabaja para una procesadora de carne, recorriendo carnicerías a bordo de un camión que maneja Hueso (Daniel Melingo, que toca el saxo alto mientras maneja), tirándole a veces huesos a los paseantes y amenazando con su pistola a algún chofer peleador. A veces sale de paseo pistola en mano, y en otras ocasiones, ya que la tiene la usa para asaltar farmacias y llevarse de allí lo que llama “golosinas”. Ludmila anda en silla de ruedas, aunque ya no la necesita. Antes sí, consecuencia de un balazo que le metió su novio, jugando, seguramente. Cuando no lo hace visita a su hermano menor, le pide que no le cuente nada de su padre enfermo, manguea moneditas junto con un homeless veterano que, como el médico-drogón de Dromómanos, tiene aura de maestro (ambos derivan del personaje del doctor-gurú, de William Burroughs en Drugstore Cowboy). A diferencia de la película previa, que era pura noche, oscuridad y sordidez, Lulú está hecha de imágenes diurnas, soleadas, cristalinas. El sonido de Catriel Vildosola pone al mango temas de Billy Bond y La Pesada, entre otros, transmitiendo una suerte de joie de vivre au marge, que Lucas y su arma ponen en permanente estado de amenaza. Detalle curioso: de mamá de la protagonista la hace nada menos que Carola, mítica ex de Leonardo Favio. Algo querrá decir. Aunque más no sea una despedida a quien Ortega siempre consideró su maestro y mentor.

Presentada entre otros festivales en la edición 2014 de Locarno y basada en Trabajos de amor en vano, en La princesa de Francia, Matías Piñeiro presenta su sistema cinematográfico más aceitado que nunca. El sistema consiste en hacer del cine una coreografía visual y narrativa, con su elenco estable, delante (Julián Larquier, María Villar, Romina Paula, Agustina Muñoz & Cía.) y detrás de cámara (el director de fotografía Fernando Lockett alcanza un nivel de excelsitud infrecuente), jugando el juego de las pequeñas intrigas amorosas, en la ficción y la ficción de la ficción. Esta última tiene lugar, en esta ocasión, en el ámbito del radioteatro, con Larquier como conductor de un programa dedicado a las puestas teatrales, montando la obra de Shakespeare al frente de un elenco mixto. Una segunda referencia, al pintor francés William Bouguereau, hace de Larquier el fauno rodeado de seis ninfas de uno de sus cuadros más famosos. La princesa de Francia es una “coreo” de alta precisión, en el fraseo de sus diálogos, la dinámica interna de cada plano y la precisión de cada corte (gentileza del editor Sebastián Schjaer).

Blanco y negro digital, un número contado de encuadres fijos, división en capítulos, media docena de canciones de amor sobre cuadros negros. El problema de Idilio no es el ultraminimalismo, totalmente lícito (el célebre documental La secretaria de Hitler lograba mucho más con menos) sino el carácter especular de la protagonista excluyente, una chica común a la que le sucede lo más común del mundo (se ilusiona de más con un tipo que está en pareja, no tiene trabajo fijo ni vocación definida), lo vive de manera común y lo manifiesta ídem. La actriz tiene la naturalidad necesaria. Pero nadie dijo que la naturalidad deba constituir, en cine, una meta a alcanzar.

* Lulú se proyecta por última vez mañana, a las 19, en Artecinema Belgrano 3. La princesa de Francia, hoy a las 17, y mañana, a las 12.55, en ambos casos en Village Recoleta 5. Idilio, mañana, a las 15.30, en Artecinema Belgrano 1.

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