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Viernes, 19 de febrero de 2016

CINE › LA VERDAD OCULTA, DE PETER LANDESMAN

Los oscuros secretos de la NFL

 Por Ezequiel Boetti

Will Smith es Bennet Omalu.

El médico forense nigeriano Bennet Omalu sacudió los cimientos del popularísimo y multimillonario negocio del fútbol americano y arrinconó contra las cuerdas a la poderosa entidad que lo regentea, la NFL, cuando, a raíz de la investigación de las causas de la muerte de una ex estrella de los Pittsburgh Steelers en 2002, descubrió que estrolar la cabeza una y otra vez durante décadas de carrera profesional destruye el cerebro de los jugadores, empujando a muchos de ellos a una locura sin retorno. Al principio, claro está, todos los miraron de reojo: nadie, ni mucho menos un extranjero, ni mucho menos un extranjero africano, ni mucho menos un extranjero africano y negro, debía meterse con un deporte constitutivo de la identidad estadounidense. Lo presionaron, lo persiguieron, lo arrinconaron, pero el tipo siguió adelante hasta que más o menos le dijeron que sí, que un poco de razón tenía. Vale preguntarse, entonces, por los motivos de semejante patriada. La respuesta es que Omalu quería ser un buen ciudadano de la tierra de George Washington. O al menos eso transmiten las dos horas de esta enésima visita a la historia del héroe anónimo enfrentándose al sistema que es La verdad oculta.

Basado en un artículo de Jeanne Marie Laskas para la revista GQ y en el libro de esa periodista sobre esa investigación, el film de Peter Landesman fue catalogado como una de las grandes omisiones de la próxima entrega de los Oscar; pero lo cierto es que, al menos por una vez en la vida, los electores tuvieron razón. Aunque quizá no haya primado un criterio artístico sino otro económico, por el cual nadie estuvo demasiado dispuesto a darle más circulación a un film que tematiza los mecanismos espurios de un universo cuyo alcance masivo es utilizado asiduamente por Hollywood: basta ver los trailers emitidos en el último Super Bowl (la gran final de la liga) para comprobarlo. El propio film es consciente de esa encrucijada, y apuesta a un tono más bien acrítico que prioriza el costado melodramático de las consecuencias de la investigación (los temores de su mujer, las amenazas de deportación, las llamadas anónimas con insultos) por sobre la investigación en sí, ubicándose lejos tanto de la frialdad detectivesca y empresarial de El informante, de Michael Mann, como de la corrección política de Erin Brockovich, de Steven Soderbergh.

Así, simplificada y dispuesta a no herir susceptibilidades ni intereses de ningún tipo, La verdad oculta hace del enfrentamiento casi solitario de Omalu (Will Smith, en una sobreactuación que pedía a gritos una nominación) contra una corporación con tentáculos infinitos una somera entronización de la bonhomía inherente a todo norteamericano que se precie de serlo. Más allá de todos los contratiempos, las cosas le salieron bárbaro: las placas negras que clausuran el relato aseguran que los jugadores siguen muriéndose y la NFL entrega enormes sumas de dinero a las víctimas a cambio de silencio, pero también que Omalu consiguió su tan ansiada ciudadanía.

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