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Miércoles, 5 de septiembre de 2007

CINE › RETROSPECTIVA COMPLETA DE AKI KAURISMÄKI EN LA SALA LUGONES

Un cineasta incomparable

Dueño de un estilo seco, cáustico y despojado hasta el hueso, el director de Luces al atardecer, que se verá hoy en carácter de preestreno, es uno de esos realizadores para quienes parecería haber sido inventado el concepto de “autor cinematográfico”.

 Por Horacio Bernades

Con los dedos de una mano pueden contarse los cineastas contemporáneos que posean un mundo tan reconocible y un estilo tan depurado como el de Aki Kaurismäki, a quien buena parte del público porteño tal vez asuma, con pleno derecho, como el primo finlandés. Familiaridad dada por la frecuentación de ciclos y estrenos, tanto como por la sensación de pertenencia que sus muy habitables películas suelen generar. La buena noticia viene, en este caso, por duplicado, ya que a una retrospectiva integral –que tendrá lugar, a partir de hoy y hasta el viernes 21 de septiembre, en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín– le sucederá, una semana más tarde, el estreno de su film más reciente, Luces al atardecer. Quienes no puedan contener la ansiedad no tienen por qué hacerlo: la retro de la Lugones se abre, hoy, con el preestreno de Luces al atardecer, por cortesía de su distribuidora local, Alfa Films. De allí en más, en el ciclo organizado por el Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina (con auspicio y colaboración de la Embajada de Finlandia en Argentina) se escandirán, por orden cronológico, las quince películas que completan su filmografía.

Continuación de una primera semana de cine finlandés que tuvo lugar en la Lugones a mediados de los ’90, y de una retrospectiva de 1997 que incluyó películas de Aki y de su hermano Mika, ésta es la primera ocasión de ver en Argentina la obra completa, hasta la fecha, del menor de los hermanos Kaurismäki. Apellido que en finlandés significa “Colina de los ciervos”. Hijo de un viajante de comercio, Aki Kaurismäki nació el 4 de abril de 1957 en la ciudad de Orimattila. Expulsado del colegio, trabajó como albañil, cartero y lavaplatos, antes de vincularse con el cine por el lado de la crítica. Previamente y durante años, había consumido películas a razón de seis por día. En 1980 escribió y actuó en una película que su hermano Mika (n. 1955) dirigió como tesis de graduación, y al año siguiente ambos fundaron una compañía de producción. Le pusieron por nombre Villealfa, como homenaje a la Alphaville de Godard. En paralelo con el inicio de ambos como cineastas, a mediados de los ’80 Aki y Mika establecieron dos compañías distribuidoras, dos salas de cine y hasta un festival entero, el Midnight Sun Festival, que se lleva a cabo en el extremo norte del país, a pasitos del polo. Cerrada tiempo después y vuelta a abrir más tarde, una de aquellas dos distribuidoras de los comienzos (Sputnik Oy) sigue vivita y coleando hoy en día, lo mismo que el Midnight Sun Festival.

Aki es uno de esos cineastas para quienes parecería haber sido inventado el concepto de autor cinematográfico. Para comprobarlo bastaría con comparar su debut, la versión de Crimen y castigo realizada en 1983, con su opus 16, Luces al atardecer, presentada en competencia en Cannes el año pasado. En la libérrima versión AK de la novela de Dostoievski (tan fiel a su espíritu, sin embargo, como unos años más tarde lo sería Hamlet empresario a Shakespeare), Raskolnikov es un matarife que para vengar la muerte de su novia (una empleada doméstica) asesina a un desalmado empresario. A su turno, el protagonista de Luces al atardecer, que trabaja como guardia de seguridad nocturno, terminará involucrado en un robo, del cual resultará único acusado. No sólo una misma visión del mundo (siempre tirando al negro) sino los mismos ambientes y, sobre todo, el mismo estilo seco, cáustico y despojado hasta el hueso igualan ambos extremos de su obra, derramándose sobre el resto.

Como en un trabajo de pintura, en la obra de AK todo depende de cómo se dosifiquen los colores, en una gama que va de la negrura extrema de La chica de la fábrica de fósforos a la total blancura de los mockumentaries protagonizados por los Leningrad Cowboys. En películas como Nubes pasajeras y El hombre sin pasado se añaden eventuales toques de rosa. “Soy esquizofrénico”, aseguró AK alguna vez. “Voy de una película seria a una loca, y de regreso a una seria. Me gustan los dos tipos de cine, pero con las películas locas puedo pasar más tiempo en el bar. Así que tal vez sea por eso que ya no hago más películas serias.” Grupo de rock finlandés inventado por Aki, el look rockabilly de los Leningrad Cowboys se expresa en jopos como de medio metro de largo, y botas con puntas del mismo tamaño. En películas como Los Leningrad Cowboys van a América (1989), Total Balalaika Show (1993) y Los Leningrad Cowboys encuentran a Moisés (1994), su abombamiento los convierte en eslabón perdido entre los heavies descerebrados de This Is Spinal Tap y los rockeros idiotas de Peter Capusotto.

Su pasado como trabajador manual pone a AK en sintonía directa con los héroes de sus películas, que trabajan en mataderos (Crimen y castigo, 1983), empresas pesqueras (Sindicato de calamares, 1985), minas (Ariel, 1988) o fábricas (La chica de la fábrica de fósforos, 1989), manejan camiones de basura (Sombras en el paraíso, 1986) o se desempeñan en la cocina de un restaurante (Nubes pasajeras, 1996). Si hay alguna forma de neorrealismo en su obra, se trata en tal caso de un neorrealismo abstraído, arrancado de la realidad “tal como se la ve ahí afuera” y recompuesto en una realidad alterna: el mundo según Aki.

Un segundo dato biográfico a considerar son las ingentes dosis de consumo cinéfilo por parte del autor, casi tan importantes como las de vodka y dando por resultado un cine altamente contaminado por otros. El laconismo de los personajes y el ascetismo de la puesta en escena, proverbiales, derivan directamente de Robert Bresson; el gag visual-geométrico, de la dupla Keaton-Tati; el aire oscuro y fatalista, del film noir; el mundo moral pintado en blanco y negro, del melodrama; el vacío existencial, de Antonioni; la camaradería entre pares, de los westerns de John Ford. Pero también pueden advertirse huellas de humanismo chapliniano, con sus héroes vagabundos lastimados por la sociedad y siempre acompañados de perritos (en El hombre sin pasado, 2002); la recuperación del melodrama social estilo Warner Bros. de los años ’40 (en Ariel); la línea de la comedia negra en Yo alquilé a un asesino por contrato (1990); el gusto por las road movies, expresado en los desplazamientos y las rutas de Cuida tu bufanda, Tatiana (1993); la reposición del folletín mudo en Juha (1999); la relectura del cuento de hadas social, à la Frank Capra, en Nubes pasajeras...

El diálogo con otros cineastas es tan diverso e intenso en AK, que hasta puede llegar a sospecharse que la solidaridad entre trabajadores de sus películas provenga del cine soviético de propaganda. Por una paradoja impar, un cine tan derivativo da resultados hasta tal punto intransferibles, que un plano de una de sus películas es tan reconocible como sus frecuentes tanguitos, su brevísima duración o la troupe de fieles encabezada por sus actores-fetiche, Ma-tti Pellonpää, Kati Outinen y Kari Väänänen. En el cine de Aki todo se tritura, condensa y sintetiza, hasta generar algo irreductiblemente nuevo. Algo que sólo puede definirse como akiano, y que la retrospectiva completa de la sala Lugones –en copias nuevas en 35 mm– permitirá sopesar en todas sus dimensiones.

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La protagonista de Luces al atardecer, Maria Järvenhelmi, presenta hoy el film en la Lugones.
 
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