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Martes, 26 de enero de 2016

PLASTICA › A PROPóSITO DEL LIBRO DOBLE DE LUIS FELIPE NOé

Bitácora de un viaje de mil páginas

Se publicó una obra monumental (dos libros en uno, de 370 y 624 páginas) donde Noé presenta su recorrido artístico y vital a lo largo de casi sesenta años. Un ejercicio memorístico, documental y de imágenes deslumbrante.

 Por Luis Felipe Noé *

Esta obra comenzó con la intención de hacer un panorama de mi pintura acompañado de otro de mi proceso creativo y de un inventario de comentarios sobre ambos. Pero este propósito, por su extensión, pronto se convirtió en dos libros: uno que muestra visualmente la evolución de mi pintura, al que llamé Mi viaje, y otro que es un testimonio y un inventario y que por lo tanto llamé Cuaderno de bitácora.

El concepto de viaje para referirme a mi evolución artística deriva de la idea de que un artista siempre está en lo mismo, en su propio tren, pero como éste está en permanente movimiento, siempre está cambiando y tomando conciencia de distintos paisajes. Esta convicción me ha servido tanto para estructurar el panorama de mi obra pictórica como para relatar mi proceso, con su eco consecuente.

El que esta obra esté compuesta de dos libros es algo así como tener dos hijos mellizos: cada uno hará su camino propio, pero han nacido juntos porque fueron concebidos simultáneamente y así los presento.

Mi Viaje. Punto de partida. Mojo el pincel y lo aproximo a la tela, dividido entre la seguridad de las reglas aprendidas en el manual y la vacilación que voy a elegir para ser. Leí esta frase del Manual de Pintura y Caligrafía de José Saramago y me dije: “Claro está, existen dos oficios, el aprendido y el que uno va haciendo a través de un recorrido, de tal manera que ambos términos se hacen uno solo y a éste se lo conoce cuando ya está finalizado. El que se queda solamente con el oficio aprendido nunca lo dominará, porque, justamente, éste lo domina a él. El que va sabiendo su oficio a lo largo de su vida –o sea, el que lo está inventando cotidianamente– tampoco lo dominará, pero, al menos, será dueño de su propio interrogante”.

Es así que creo que todo artista –o sea, aquel que se inventa a sí mismo a través del lenguaje artístico que escoge–, al inicio de su transcurrir profesional, es alguien que muy vagamente sabe adónde se dirige pero elige un tren que cree que lo llevará a un destino que solamente conocerá al finalizar su vida. Mejor dicho, sabrán de él los contempladores, lectores u oyentes de sus obras.

En lo personal, creo que –sin mucho oficio aprendido–, ignorando adónde me conduciría el tren elegido, me dije a mí mismo que era hacia el caos. De tal manera que fui sabiendo en ese viaje qué era lo que iba entendiendo por tal: todo aquello que me superaba, o sea, la vida misma.

La sensación de que frente a mis ojos sorprendidos sólo se presentaba un mundo convulsionado me llevó a subirme al tren que tenía como destino el entender ese incierto que se denomina caos.

Así como la marcha de un tren está pautada por las distintas estaciones que van marcando las diferentes etapas del viaje, creo ya haber cumplido diez períodos en mi evolución pictórica.

1959/1961. El gesto en la pintura, que de por sí invade terrenos en el fluir gozoso de su libertad, y la necesidad interior de saber qué era lo que se me iba presentando en su caótico transcurrir me llevó a buscar el ejemplo en pintores que admiraba: Grünewald, El Greco, Rembrandt, Goya y los románticos en general. Pero luego de haber recibido también los ejemplos de la pintura surgidos después de la Segunda Guerra Mundial –action-painting e informalismo– y sin negar a las sucesivas vanguardias (por el contrario, amándolas), me sentí nutrido por igual de las experiencias figurativas y abstractas. El clima convocante y la pasión envolvente fueron mis primeras asunciones como profesión de fe. La historia argentina en ese sentido fue una fuente de inspiración. Mis primeras cuatro exposiciones –entre 1959 y 1961– y en particular la última de ellas, la Serie Federal, constituyen el ejemplo de esta primera etapa. Cumplida ella, cuando el tren se detuvo en la primera estación me di cuenta de los caminos paralelos por los que transitaban los trenes en los que viajaban Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega. Así nació el grupo cuya primera muestra se denominó Otra Figuración.

1962/1964. La conciencia de que yo sólo había asumido un caos con reaseguro, sumergido en una atmósfera envolvente, cuando el mundo que me rodeaba sólo me ofrecía como espectáculo tensiones y rupturas, me llevó a hablar de visión quebrada, cuadro dividido y, por primera vez de manera consciente, de la asunción del caos. En esta segunda etapa los cuatro integrantes del grupo, luego de un año compartido en Europa, asumimos que nuestra propuesta era aprovechar eclécticamente todas las experiencias estéticas. En un país aluvional, era lo que correspondía. Nuestras obras del período comprendido entre 1962 y 1965 dan testimonio de ello. La historia argentina, con sus contrastes violentos, continuó siendo una referencia importante en mi obra, pero si antes mojaba el pincel en el tintero del siglo XIX, en este período lo hacía con el siglo XX, particularmente con el recuerdo de mis vivencias adolescentes en tiempos del primer peronismo. También mis últimos resabios cristianos en estado crítico aparecieron en algunos cuadros. Durante este período no hice exposiciones individuales, solamente participé en las del grupo, que ya no tenía otro título que nuestros propios nombres: Deira, Macció, Noé, De la Vega. Pero nos conocieron vox populi como Nueva Figuración, nombre que nunca nos satisfizo.

1964/1965. En 1964, en una primera estadía de nueves meses en Nueva York, yo personalmente comencé a extremar mi asunción del caos y me extendí a las instalaciones. El uso de esta palabra no existía aun aplicado al campo estético, pero estas obras sui generis, al extenderse en el espacio, de alguna manera eran instalaciones (¿protoinstalaciones?). Eran obras complejas compuestas de cuadros, bastidores solos, telas colgantes y siluetas de maderas que se entrecruzaban invadiendo las salas. Era el tiempo en que escribí mi libro Antiestética (entendida como la estética creativa contra la estética establecida). “El caos como estructura”, se denominaba un capítulo. En los años 1964 y 1965 realicé las obras que ejemplifican este período, algunas en Nueva York –ciudad a la que había viajado gracias al Premio Di Tella– y otras en Buenos Aires a mi regreso. Por otra parte, 1965 fue el año de la disolución de nuestro grupo.

1966/1968. La conciencia de que estas instalaciones no tenían otro destino que su propia destrucción me llevó a un estado crítico. El tren se detuvo en 1966. ¿Descarriló? En cierta forma continuó por un tiempo replanteando de otra manera –de forma objetiva– la asunción del caos. Contribuyó a esta decisión la presión del ambiente cultural de Nueva York –ciudad a la que había retornado a fines de 1965 con una beca de la Fundación John Simon Guggenheim– propensa a que la mano del artista no se sintiese en la obra.

Con espejos plano cóncavos (tres cuartas partes rectas y una cóncava) conseguía el siguiente efecto: el reflejo que figuraba en la parte plana se invertía en la cóncava, de tal manera que uno podía ver su rostro unido por el cuello con la cabeza dada vuelta o las piernas separadas del cuerpo con zapatos en ambas extremidades. El sentido de estas obras era hacer ambientaciones capaces de conmover los supuestos sobre el orden de las cosas de los espectadores. Sólo pude presentarlo así en mayo de 1968 en el Museo Nacional de Bellas Artes de Caracas.

1968/1974. Abandonada esta experiencia, difícil de concretar y de planteamiento cerrado, y ya de regreso de Nueva York, asumí que de hecho no estaba haciendo obra. Me pareció que el mundo en su acontecer desbordante superaba toda posibilidad simbólica y que solamente se podía participar en los mecanismos de cambio y suscitación político-cultural. El espíritu internacional que flotaba en 1968 aceleró esta creencia, y en cierta medida actué en consecuencia, pero las ambiciones eran muchas y los resultados mínimos, casi imperceptibles. Por otra parte, con la contribución de algunos socios pude concretar el proyecto de abrir un bar, el Bárbaro, como una forma de calentar el ambiente. Escribí entonces el libro El arte entre la tecnología y la rebelión, que dejé inédito cuando, casi al finalizarlo, sospeché que sus fundamentos eran lúcidos y certeros pero sus propuestas candorosas. Publiqué sí, por entonces, dos libros: Una sociedad colonial avanzada (1971) compuesto por paradojas sobre la sociedad argentina de la época y Código rompecabeza sobre Recontrapoder en cajón desastre. Este último es una novela escrita y dibujada de carácter absolutamente subjetivo. Se publicó en 1974 cuando ya me hallaba en proceso de reencontrarme con la pintura luego de una terapia psicoanalítica y de una experiencia didáctica como otra forma de ganarme la vida. A partir de mis sesiones terapéuticas, en las cuales dibujaba mientras hablaba, redescubrí el lenguaje de la línea. El dibujo preparó mi regreso a la pintura.

* Fragmentos de Mi viaje y Cuadernos de bitácora, de Noé, publicado por editorial El Ateneo.

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Un vacío difícil de llenar, 1964, de Luis Felipe Noé.
 
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