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Miércoles, 14 de septiembre de 2005

DISCOS › UNA SEMANA MUY BRITANICA

El patio trasero de Paul McCartney

En Chaos and Creation in the Backyard, el ex Beatle
toca todo y le saca jugo al productor estrella Nigel Godrich.

 Por Eduardo Fabregat

La leyenda dice que The Rolling Stones y The Beatles solían consensuar las fechas de salida de sus respectivos discos para no “pisarse” en las bateas. Pero desde que el cuarteto de Liverpool se atomizó y en particular desde los ’90, Paul McCartney y los Stones –o, en su defecto, Mick Jagger– parecen empeñados en encontrarse de modo cíclico en las disquerías. En 1993 coincidieron Off the Ground (el disco con el que Macca vino a la Argentina) y Wandering Spirit, de Jagger; en 1997, el Flaming pie del ex Beatle se cruzó con Bridges to Babylon; en 2001, mientras Jagger lanzaba el olvidable Goddess in the Doorway, McCartney demostraba buen nervio con el rockerito Driving Rain. La historia podría sumar un capítulo de 1991, cuando se editó Choba B CCCP –el disco grabado por McCartney en exclusiva para la Unión Soviética–, el Flashpoint de los Stones y Live at the Hollywood Palladium, de Keith Richards, un show grabado en 1988 con los X-Pensive Winos. Y un episodio aún más reciente: mientras resuenan los ecos del notable A Bigger Bang, editado la semana pasada, ayer apareció en todo el mundo Chaos and Creation in the Backyard, lo nuevo del bajista zurdo con cara de ya–no-tan-niño.
Resulta más lógico pensar en cuestiones del azar antes que en una boba competencia, pero la coincidencia aumenta el riesgo de ponerse a comparar. Una pavada: siempre se supo que los Stones y los Beatles son diferentes y parecidos a la vez, y allí está el encanto. Sí hay un par de cuestiones formales para apuntar. Mientras los Stones grabaron su disco más “de banda” en mucho tiempo, prescindiendo de adornos instrumentales para concentrarse en cómo debe sonar el grupo de rock más famoso del planeta, Paul McCartney lanzó su disco más “solista”, donde asume la gran mayoría de los instrumentos (sólo hay un par de invitados) y lleva toda la carga. Apuntadas las diferencias, debe destacarse el parecido: por vías diferentes, ambos discos demuestran un nivel de inspiración a esta altura sorprendente.
Con McCartney, se sabe, es un todo o nada. Quien no lo soporte de antes, difícilmente se enamore del Beatle con su Caos y creación en el patio trasero. Dicho de un modo más brutal, aquellos que sientan náusea ante los conocidos trucos de armonías vocales de Paul volverán a sentir arcadas con el midtempo y las resoluciones del single Fine line. Pero más allá de cuestiones casi de camiseta, hay que decir que McCartney inició su disco con una inteligente decisión, la de convocar a Nigel Godrich para hacerse cargo de la producción. Godrich, el cerebro detrás de perlas firmadas por Radiohead, Beck, Travis, Air, The Flaming Lips, REM, Pavement y Orbital, parecía una opción “rara” para el clasicismo de Macca, mas la extraña pareja rindió sus frutos.
¿Es Chaos... un disco “de productor”? Claro que no. El ego de Paul es demasiado grande como para permitirlo. Y ese ego anda aquí por las alturas, con el protagonista haciéndose cargo de guitarras, pianos, bajos, percusión, campanas tubulares, armonio, ¡cello! y sigue el catálogo de instrumentos. Las discusiones entre Godrich y McCartney deberían salir en un disco aparte, pero lo cierto es que llegaron a algún acuerdo: lejos de ser un simple empleado, el muchacho detrás de la consola de OK Computer supo hacer su aporte, propiciando un entorno sonoro que da otro sello. En canciones como How Kind of You, Too Much Rain (que hace pensar en otro viejo colega de Paul, un tal George Harrison), la relajada A Certain Softness, Riding to Vanity Fair o This Never Happened Before hay un ambiente que les da otro relieve a las canciones... y de McCartney se pueden decir unas cuantas cosas, pero su solvencia como artesano de canciones está fuera de duda.
Punto para ambos, entonces, sobre todo en experimentos riesgosos como Jenny Wren o English Tea. De arranque, el primero podría parecer una revisita a los tiempos de Blackbird, pero el doudouk del venezolano Pedro Eustache introduce una nota melancólica que cambia el camino. El segundo, en manos de otro productor, podría resultar sencillamente insufrible: uno de esos elegantes ejercicios para la campiña inglesa, pero que en sus escasos dos minutos transmite una luminosidad juguetona antes que ese tono empalagoso del que Macca a veces abusa. De a poco, hasta llegar a Anyway y su track oculto con experimentaciones colgadas, McCartney consigue evitar algunos de sus clichés, y sacar el mejor provecho de aquellos que son inseparables de su personalidad. Y, entre el caos y la creación, redondea una gran semana para los viejos carrozas del Swinging London.

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