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Jueves, 30 de abril de 2009

CINE › LA METáFORA DE LA REPRESENTACIóN COMO PRUEBA DE ILEGALIDAD

La verdad tras la máscara

Si se puede ser un pibe de izquierda y matar, en nombre de un Estado de derecha, a enemigos en inferioridad de condiciones, es la gran pregunta que Z32 formula. Como siempre sucede con Mograbi, no es el film sino el espectador quien deberá responderla.

 Por Horacio Bernades

“¿Creés que soy un asesino?”, pregunta el muchacho. Su novia se toma un tiempo, piensa, cavila, amaga responder. Pero jamás lo hace. Ante el testimonio del muchacho, que confiesa haber participado de la ejecución de dos palestinos a sangre fría, es posible que el espectador tenga menos dudas que ella. Pero sigue habiendo un problema: el asesino no sólo parece un buen muchacho, sino que en algún momento se confiesa “de izquierda”. Si se puede ser un buen pibe de izquierda y matar, en nombre de un Estado de derecha, a enemigos en inferioridad de condiciones, es la gran pregunta que Z32 formula. Como siempre sucede con Avi Mograbi, anti-Michael Moore por excelencia del cine contemporáneo, no es la película sino el espectador quien deberá responderla.

Z32 es el código bajo el cual está archivado, en una ONG llamada Rompiendo El Silencio, el caso que la película testimonia. Vinculado con esa ONG, Avi Mograbi decidió convertir el asunto en película. Pero sucede que a Mograbi no le simpatizan los documentales-entrevista ni las cabezas parlantes. Por lo cual se vio obligado a plantearse lo que ya se había planteado en Cómo aprendí a vencer el miedo y amar a Arik Sharon y films posteriores: el problema de la forma. Para resolverlo, volvió a acudir a una estructura de bloques narrativos alternantes y resolvió de modo socrático el tema de las declaraciones a cámara, dándole a la novia del muchacho (cuyo nombre se mantiene en el más estricto anonimato) el papel de interlocutora. Eso le permitió reemplazar el monólogo por el diálogo, permitiendo además que la chica funcionara como conciencia moral. Como a su vez el protagonista no tiene reparos en contar las cosas tal y como sucedieron –imposible saber si por franqueza, irresponsabilidad o necesidad de exorcizar–, el testimonio es tan transparente y revelador como pocos suelen serlo.

Lo que motiva la confesión del protagonista de Z32 es un operativo de represalia, llevado adelante por su escuadrón de elite tras la muerte de seis soldados israelíes a manos de palestinos, en una zona fronteriza. De acuerdo al “ojo por ojo, diente por diente”, seis enemigos debían ser ejecutados, por diferentes comandos y al mismo tiempo, a razón de dos por comando. “Teníamos tantas ansias de matar que éramos capaces de cualquier cosa”, dice el ex soldado sobre los meses previos, cuando él y sus compañeros, formados como máquinas de exterminio, toleraban mal la inacción y la espera. “Para nosotros, un chico con una piedra era el enemigo, y la orden era dispararle al enemigo.” Al toparse con algo más que un chico en la mira, no es difícil de entender que, según declara el protagonista, se hayan puesto a dar “disparos de felicidad” frente al objetivo. “Fue divertido.”

Algunas declaraciones son formuladas en el living de su departamento, ante dos testigos: su novia y la cámara. Como en todas las películas de Mograbi, la presencia de ésta –que el propio protagonista opera– no es disimulada. “Se nota que le estás hablando a la cámara”, reprocha su novia. “Hablás como si tuvieras público”. Lo tiene. Confirmando una vez más la fidelidad de Mograbi no sólo a la idea de representación, sino a esa instancia de deformación de lo real que es la truca cinematográfica, tanto el rostro del protagonista como el de su novia aparecen enmascarados, por obra de la digitalización. Necesidad de mantener el anonimato que el realizador aprovecha para hacer visible la máscara, poniéndola en primer plano. Máscara como metáfora de la representación y como prueba de ilegalidad.

A su vez y de un modo que recuerda a la legendaria Shoah (asociación particularmente revulsiva, en este caso), el protagonista presta también testimonio en lo que podría considerarse “el lugar del crimen”, baldío pedregoso al que vuelve en compañía del realizador. Mograbi aparece en cámara allí, pero sobre todo en el ya legendario living de su casa, donde enfrenta a su conciencia moral de toda la vida: la esposa, que le cuestiona que le preste cámara a un asesino. Lo cual es aquí, recuérdese, literal. La puesta en escena refrenda la paridad entre cineasta y asesino, al enfrentar a ambos con sus respectivas parejas/conciencias. Pero además Mograbi vuelve a expresar sus dudas a cámara, como hizo en todas las películas previas a Venganza por uno de mis dos ojos. Claro que ahora lo hace de modo más brechtiano que nunca, rodeado de una orquesta (que se abarrota cómicamente dentro de su living) y cantando una operita, cuya letra cuestiona el darle voz a un asesino.

“Así empieza la película”, dice Mograbi en una de las primeras escenas, recordándole al espectador que eso que va a tener frente a sí durante la siguiente hora y media no es la verdad de los hechos, sino una forma mediada de ella. Por una paradoja muy propia del cine, la verdad es, sin embargo, lo que nadie deja de hacer a lo largo de Z32, debajo de máscaras que, en lugar de ocultar, muestran.

8-Z32

(Israel/Francia, 2008)

Dirección: Avi Mograbi.

Estreno de hoy, en proyección DVD, exclusivamente en el Complejo Tita Merello. En la sala Leopoldo Lugones se exhibirá, también en DVD ampliado, el sábado y domingo próximos y los viernes 15 y 22, sábados 16 y 23 y domingos 17 y 24 de mayo, en los horarios de las 19.30 y 22.

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“Teníamos tantas ansias de matar que éramos capaces de todo”, dice el ex soldado israelí.
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