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Lunes, 8 de agosto de 2011

CULTURA

Una obra que nunca termina

En Mi vida después, una suerte de “Vidas paralelas” durante los años de la dictadura militar, seis personajes actúan como bastoneros de las biografías de sus propios padres: un ex sacerdote que dejó los hábitos, tres militantes de Montoneros, un sargento del ERP, un policía de inteligencia y un empleado de banco. Los actores se envuelven en las ropas de sus padres: Liza Casullo en la del entrañable Nicolás Casullo; Carla Crespo, en la del militante del ERP desaparecido en el ataque de Monte Chingolo; y Vanina Falco en la del apropiador de su hermano, el diputado Juan Cabandié, para resumir alguna de las historias. “Hubo que hacer algunos ajustes en el caso de Vanina, porque el juicio se resolvió y su hermano se volvió una figura política con su cara empapelada por toda la ciudad”, cuenta Lola Arias. “La obra se va reescribiendo con relación a la vida de cada uno de los actores; es un proceso que no termina nunca. En el punto en que la obra se haga, seguirá cambiando. Y cuando se deje de hacer, quedará en la fecha en que terminó la vida de ellos y la vida de la obra.”

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