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Domingo, 4 de junio de 2006

TELEVISION

La hora de las esposas

Las casadas de Desperate housewives son preurbanas (no compran ni consumen) y prepsicoanalíticas: se avergüenzan de ir al “consejero matrimonial”. La ficción se cansó de sus liberadas y fue a buscar a la mamita con fantasías irresueltas, a la dejada que sufre, o a la casada que quiere aleccionar a su marido sobre la dificultad de la crianza. Las sobrevuela un leve ronroneo sarcástico, como un eco semifeminista que no se concreta, ese tonito tomado prestado de películas como Las mujeres perfectas, donde la revuelta es, apenas, por la felicidad del ama de casa sin salirse de la casta. La esposa modelo, en la ficción, es prepolítica: sólo concibe un mundo que empieza y termina en la casa, sin relaciones de amistad, recuperando el anacrónico vínculo de vecindad por encima de todos. Tienen preocupaciones de los ’50: aparentar una familia feliz, acostarse con el jardinero, encubrir la terapia de pareja o presentar un candidato en sociedad (el plomero) antes de la primera cita. En esas calles suburbanas, este universo se corre del infierno de la ciudad amenazada, se aparta de la Nueva York que cautivó en los ’90. Las nuevas dicen: ya no necesitamos glamour. Hasta se animan a un amague de infidelidad pero más parecido al cotilleo de peluquería que a una batalla entre los sexos.

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