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Viernes, 8 de febrero de 2002

TALK SHOW › TALK SHOW

Amores perros

 Por Moira Soto

Las que somos partidarias de las/os gatas/os acaso no comprendamos del todo los amores vehementes, humanizados, incluso desaforados de muchas/os ¿amas/os? ¿dueñas/os? ¿adoptantes? por sus perras o perros. Al revés de la reserva misteriosa de los gatos, de su independencia inquebrantable que vuelve más preciada su compañía, de su digna contención en el dolor, los perros –aunque en ocasiones les salte el espíritu salvaje de su antepasado el lobo– son habitualmente sociables, expresivos en la alegría y el sufrimiento, sensibles al menor gesto juguetón o afectuoso o amenazador, jerárquicos... Bah, casi humanos, salvo en la absoluta incondicionalidad de su amor, en su legendaria fidelidad. En cambio, se sabe, las/os gatas/os, ni tienen ni amas ni amos, en todo caso eligen por quién dejarse querer...
Pero tornemos a los canes, que son el motivo de esta nota merced al estreno teatral Doméstico, y que, por otra parte, las cifras cantan, son las mascotas preferidas de la gente (en esta Capital, triplican largamente como compañía a las/os felinas/os). También, desde hace rato, vienen siendo favoritas/os en el cine, ya en dibujos, ya de carne y hueso y pelos, de Lassie (cuasi travesti: pasaba por hembra, pero era un macho collie) y Beethoven a La Dama y el Vagabundo... En el circo, las/os pichichas/os suelen hacer sus gracias aprendidas, no así en el teatro, aunque en el caso de la última puesta del musical Mi bella dama, la perrita Emily de Aída Luz participó tan disciplinadamente de los ensayos que terminó incorporada a la escena y recibiendo especiales aplausos del público. En la tele, más allá de contadas/os chuchas/os que alegraron la pantalla en la ficción –y de los animalitos presentados por Sofovich y Portal–, ningún perrito ni perrita le quita el moño al adorado Jazmín, el yorkshire de Su Giménez, que llegó a ser tapa de revista.
“Bobby, no me extrañes mucho,/ pronto voy a regresar,/ cuida todos mis juguetes,/ Bobby, no te portes mal”, canta con emoción a duras penas sofocada Jorgelina Aruzzi en el arranque de Doméstico, la pieza que con dirección y dramaturgia (a la que aportó la actriz) de Guillermo Cacace se ofrece los sábados a las 21.30 en el Teatro Callejón, Humahuaca 3759, a $ 5. Aruzzi, pese a su todavía corta carrera (el desopilante show teatral Pasado carnal, en sociedad con Eugenia Guerty; incursiones recordables en Chabonas y Peor es nada –ay, ésa Zulemita–, en la tele; giras con Confesiones de mujeres de 30), figura entre las mejores actrices jóvenes argentinas. Aunque ella dice que su formación “es haber picoteado aquí y allá” –léase el Lavardén, Alezzo, Bartís–, su presencia escénica y su despliegue de recursos son realmente llamativos. En Doméstico, Jorgelina se transfigura en una mujer (in) madura, soltera y solitaria, fijada en su infancia aunque se recibió de veterinaria y atiende un consultorio.
Cuando la pieza comienza se escucha desde alguna radio el típico relato anhelante de un partido de fútbol, cerca de la platea hay una tabla de planchar a la que la mujer –de movimientos vacilantes, la espalda vencida, aire de desamparo– se arrima para alisar un delantal. Pero sus intenciones son diferidas por la aparición de fantasmas del pasado –su amadísimo perro Bobby, en segundo plano sus padres–, la formulación de textos de estudio sobre el perro –que quiebran el tono coloquial–, la evocación de hechos y personajes del presente. Como una extendida digresión, como un rodeo para disimular la parálisis –nunca llega a tomar la plancha– la protagonista, en la ricamente matizada interpretación deAruzzi, va dejando aflorar el profundo, vivo dolor por la separación forzada del Bobby, llevado por la perrera, seguramente después de morder a alguien. Ella recuerda el ruego en la mirada del perro y trata de confortarse con una fantasía (“para mí que se escapó...”), Ahora la mujer tiene a Peter, un perro que se come la carne y deja el arroz, cuya caca ella recoge con la bolsa del pan Fargo (“es regia, un guante”) y al que por cierto le habla como a una criaturita. Pero su corazón vuelve al Bobby, los veranos felices, la desgarradora separación... Es que es domingo y la orfandad se hace sentir, se vuelve estremecedora cuando la mujer evoca y reproduce los jadeos del perro al bañarlo, que luego amplificados resuenan como la llegada o la partida de un viejo tren a vapor. Y se tiñe de oscura ironía cuando se escucha, al cierre, la canción del mítico programa Feliz Domingo.

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