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Domingo, 19 de diciembre de 2004

Lugar común, Oriente

Corm disputa con Samuel Huntington y su guerra de civilizaciones.

La fractura imaginaria
Las falsas raíces del enfrentamiento entre Oriente y Occidente
Georges Corm
Tusquets
196 páginas

Por Verónica Gago

Del fin de la Guerra Fría a los atentados del 11 de septiembre de 2001 se consolida una tendencia que tiene su punto cúlmine en la invasión a Irak: la proliferación de imágenes folklóricas de Oriente y Occidente (lo arcaico y lo posmoderno), actualizadas en las fantasías de las películas hollywoodenses y los estilos visuales de los videojuegos en los que hombres con turbantes atacan la metrópoli y luego son perseguidos –en una especie de western bíblico– hasta la más remota caverna del desierto. Este relato, que opera increíblemente como ficción activa en la imaginación occidental, es invocado por el libanés Georges Corm, economista y ex ministro de Hacienda de su país, como punto de partida para refutar lo que considera el más perseverante lugar común del pensamiento sobre el par Occidente-Oriente: lamentar el declive actual de la laicidad y constatar una vuelta de lo religioso. Su tesis es más bien la contraria: demostrar la persistencia de lo teológico en lo político tanto en Oriente como en Occidente y anhelar una laicidad sustancial –que todavía nunca existió y que constituya la base de una ciudadanía real–. Corm rastrea la falsa dicotomía entre laicos y religiosos: la clásica civilización y barbarie. El precio del desencantamiento –dice Corm citando a Serge Moscovici– equivale a la “institucionalización de la melancolía”, hoy renovada en una suerte de “nostalgia por la autenticidad”, todas formas encubiertas de la “angustia del hombre”. A pesar de las dispares citas y repasos por la filosofía que intenta el libro, el objetivo de confrontación está centrado en un blanco: el “mediocre libro de un intelectual estadounidense”, Samuel Huntington y su predicción de una “guerra de civilizaciones”. “El éxito de este libro, construido con un desorden intelectual y una pobreza de análisis poco comunes, sólo se explica por el hecho de que juega con el imaginario de la fractura Oriente-Occidente, puesto de moda por las condiciones geopolíticas mundiales tras el hundimiento de la URSS, y omite todas las relaciones profanas entre potencias en beneficio de un esencialismo identitario religioso que él denomina abusivamente civilización”, sostiene el autor. La tesis de guerra de civilizaciones funciona como relevo de la Guerra Fría, insiste Corm, pero para remarcar otra cosa: la permanencia de lo teológico en el discurso político occidental, la persistencia de lo sagrado, nunca dejado de lado por el nacionalismo moderno a pesar de las clasificaciones weberianas. Corm dedica varias páginas a analizar el discurso político norteamericano de la era Bush donde encuentra el arquetipo bíblico de la conquista de la Tierra prometida y la eficacia del “profeta armado” que saca a su pueblo de la oscuridad. Así la preocupación final del autor es que “la victoria estadounidense en la Guerra Fría ha significado también la victoria de la cultura anglosajona con sus raíces protestantes y bíblicas. Y ha precipitado la decadencia de la hegemonía del mito de las raíces grecorromanas de Occidente forjado por la Europa del Renacimiento y la Ilustración”. En nombre de una verdadera ilustración laica, Corm reivindica la cultura europea, las ideas del Renacimiento y la Ilustración de los siglos XVI al XIX.

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