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Domingo, 6 de marzo de 2005

AMPLIAMENTE INSTALADA EN LA “TERCERA EDAD”, DORIS LESSING INDAGA EN CUATRO RELATOS MAGISTRALES LA FIGURA DE LA “ABUELITUD” Y EL ROL DE LAS MUJERES A LO LARGO DE LAS GENERACIONES, LAS GUERRAS Y EL TIEMPO.

La abuela maravilla

Las Abuelas
Doris Lessing
Ediciones B
325 páginas

Por Juan Pablo Bertazza
A propósito de La hija de Isis –las memorias de la egipcia Nawal El Saadawi merecedoras del premio Catalunya 1993–, Doris Lessing dijo: “En nuestra cultura la educación de las mujeres fue una lucha de nuestras abuelas y nuestras bisabuelas; leyendo este libro nos damos cuenta de que no todo está conseguido”. Más de una década después, vemos a una de las escritoras más importantes de la segunda mitad del siglo XX despacharse, a los 85 años, de eso que llamamos vida interesante, con una obra que, si bien no agrega temas nuevos a su repertorio, los articula con una maestría y lucidez poco común.
Sabemos que Doris Lessing, candidata “natural” al Premio Nobel de Literatura desde hace un buen tiempo, no titubea demasiado a la hora de tomar como material de escritura experiencias de su propia vida. Así, la mujer independizada a los 15 años y varias veces casada, que formara parte del Partido Comunista en Inglaterra para luego desafiliarse polémicamente en 1954, teniendo en su haber más de una cuarentena de libros y ya ubicada en la sospechosa tercera edad, vuelve una vez más al ruedo con cuatro relatos que tienen en común la figura de los abuelos, ya sea encarnada en personajes concretos o a manera de símbolo. “¿Acaso no se ha puesto de moda la figura de los abuelos?”, dice uno de los personajes de “Victoria y los Staveney”, el segundo relato.
Y tal vez sí estén de moda los abuelos. Lo que no es menos cierto es que esta escritora con tendencia realista (partidaria de la doctrina mística del sufismo), pero que ha confesado más de una vez no saber distinguir demasiado bien entre realidad y fantasía, encara con desenvoltura un tema bastante arraigado en la literatura clásica: la ancianidad. Y podría sospecharse que los personajes de la nueva obra de Lessing mezclan la terquedad de Don Alonso Quijano, la perversión de los ancianos de Moratín, la belleza humana del abuelo tipo de Pérez Galdós con la función sustituta de la abuela de Marcel en Proust.
Son cuatro historias autónomas y las cuatro ubican a las abuelas, o mejor dicho a la “abuelitud”, como protagonistas de descarnadas luchas generacionales por conflictos sexuales y políticos. Familias de gran peso matriarcal (aun cuando las apariencias digan lo contrario) que deben tomar una postura con respecto a la negritud (otro de los grandes temas de Lessing) y viven el matrimonio como aquello démodé y perturbador que se busca sólo y siempre por intereses económicos o de ascenso social. Y, en general, sus miembros experimentan el paso de la juventud a la vejez de manera más que traumática.
“Las Abuelas”, tal vez el relato más acabado de la serie, traza el errante itinerario del deseo sexual. Lil y Roz, dos amigas que se conocen en la escuela primaria y pasan juntas toda su vida, luego de ver fracasados sus respectivos matrimonios (con los que tienen cada una un hijo varón que las hará abuelas), se preguntan si son lesbianas. Como las figuras paternas desaparecen (otra constante en el libro), las abuelas y sus hijos conforman una gran familia de cuatro, y cada una de ellas se involucrará sexualmente con el hijo de la otra, generando una atmósfera de incesto. En fin, todos los personajes de esta narración desean lo que no tienen o han perdido y para remediar la falta recurren a otro “personaje consuelo”, que sólo va a valer en tanto mantenga un vínculo con el objeto de deseo primordial.
Sintonizando con la más renombrada escritora feminista, Virginia Woolf, lo que pretende Victoria en “Victoria y los Staveney” es ese cuarto propio en la ciudad de Londres donde poder desarrollarse como mujer. Pero para llegar a ese cuarto propio hay que pasar por experiencias tales como el cuidado de una tía, el matrimonio y la maternidad. Es una historia de conflictos sociales y de género, en la que Victoria sufre (o acepta) la paulatina transculturación de su propia hija.
Por su parte, “El motivo” está ubicado en la notable atmósfera de una civilización muy antigua que veía peligrar su gobierno por los continuos conflictos entre las familias aristócratas. Pese a lo cual, logra una época de esplendor en la que se formaba a la gente a partir de la composición de narraciones y relatos heroicos con olor a exemplos medievales estilo Don Juan Manuel (el siempre interesante sobrino de Alfonso el Sabio). La promotora de esa etapa de florecimiento, Destra, llega al poder luego de envenenar al dictador que la tomara como esposa, pero luego de 150 años de mandato será derrocada por la asunción de su propio hijo (Devara), quien al destruir la vida cultural de la civilización aniquila sin más su esencia. Walter Benjamin llamaba a esto la pérdida del legado de la experiencia de los más ancianos a los jóvenes, a partir de la extinción de las narraciones orales. Sin embargo, el Sabio del Consejo de los Doce descubre que la tiranía de Devara es aparente porque no hace sino obedecer la voluntad de su joven mujer.
En “Un hijo del amor”, la figura de la abuelitud aparece representada por los distintos rangos militares. El joven James Reid, en plena hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, lucha por vivir el amor verdadero. Y durante una fiesta que organizan en Ciudad del Cabo dos anfitrionas inglesas, conoce a Daphne (mujer casada y amante del mar) con quien tiene un affaire que –supuestamente– le da un hijo, al que nunca llega a conocer. En este cuento es la guerra el factor que genera una distancia y silencio crecientes entre tres generaciones.
El legado que Las abuelas deja al presunto nieto lector consta de un puñado de relatos que retoman lo mejor de la pluma de la autora de El cuaderno dorado y lo malcrían con una buena dosis de realismo. Decididamente, Doris Lessing no se duerme en los laureles.

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