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Domingo, 12 de diciembre de 2010

La niña sola

Natalia Ginzburg dedicó sus últimos años a un caso y una causa: el de Serena Cruz y los niños adoptados. El libro que escribió al respecto es una notable fusión de militancia y sentimientos.

 Por Mariana Enriquez

En 1986 nació en Manila una niña llamada Serena Cruz. La encontraron casi muerta en un contenedor de basura y la llevaron a un orfanato. Un año y medio después, un trabajador ferroviario de Racconigi, Italia, llamado Francesco Giubergia, viajó a Filipinas para adoptar a una criatura. Ya antes había adoptado en el país a un varón, su hijo Nazario. Encontró a Serena en el orfanato, le dijeron que la niña estaba muy enferma y, asustado, fue a la embajada italiana en Manila y la anotó como propia. La niña se adaptó pronto a la familia y superó rápido su precario estado de salud: cuando llegó a casa de los Giubergia, tenía los tímpanos perforados, una infección vaginal y los pabellones de las orejas llenos de insectos, además de graves problemas intestinales. También se llevó bien con su hermano y parecía encontrarse feliz.

Pero en 1988, el Tribunal de Menores local intervino por considerar que la adopción había sido ilegal; aquí las versiones difieren acerca de si la niña era hija o no de Francesco, si la anotó como legítima por apuro, o por qué tardó en notificarlo y otros vericuetos. En síntesis: para enero de 1989, la Justicia separó a la niña de los Giubergia, la entregó a otra familia y la separación fue definitiva. No se tuvo en cuenta el trauma que podría causarle a una criatura con una historia como la de Serena. El caso se convirtió en el tema más comentado del país y el rostro de la niña estaba en todos los medios, en el centro de un debate sin precedentes sobre la adopción, el tráfico de niños, el mal menor y el bien común.

Serena Cruz o la verdadera justicia. Natalia Ginzburg Acantilado 149 páginas

Una de las polemistas más apasionadas fue Natalia Ginzburg, quizá la escritora más importante de la Italia de posguerra, autora de novelas extraordinarias como Las palabras de la noche (1961) y Léxico familiar (1963). Su opinión, sensaciones, incluso investigación sobre el caso quedaron plasmadas en Serena Cruz o la verdadera justicia, un libro escrito al calor de los hechos, terminado en diciembre de 1989, publicado un año después. Ginzburg, sin dudas y con gran aplomo, defiende el derecho de la niña a quedarse con sus padres adoptivos, a pesar de las irregularidades. Se enfrenta a abogados, escritores y periodistas que respeta, pero que defienden la salida legalista del tribunal. Piensan en abstracto, dice Ginzburg. No piensan en esta niña, en Serena, y en esta familia. “El fin no justifica los medios, como es sabido. De hecho, el fin de salvar a un niño del sufrimiento no justifica jurídicamente una acción ilegal. Pero la frase ‘el fin no justifica los medios’ puede pensarse desde un enfoque distinto. El fin de proteger a la totalidad de los niños no justifica una acción cruel cometida contra la persona de un solo niño, inerme, inocente, ignorante.”

Ginzburg participa de mesas, cita sentencias, leyes, artículos, visita a los Giubergia, compara con otros casos, especialmente histerias sobre abusos sexuales nunca cometidos. Cuenta de niños arrancados de sus casas, desaparecidos para siempre, de procesos de adopción imposibles. Sus relatos son tan contundentes y están narrados de forma tan elegante que, por momentos, esos niños jamás vueltos a ver se antojan fantasmas, almas perdidas. “El mundo de las adopciones es hoy un mundo envuelto en tinieblas a los ojos de la gente. Un mundo sumido en el más impenetrable misterio. ¿Cómo es posible? Dónde acaban los niños, no lo sabemos. No sabemos dónde ha acabado Serena Cruz. No sabemos dónde han acabado muchos otros niños de los que han hablado los diarios. Es un mundo lleno de desaparecidos. Querríamos saber por qué.”

¿Y por qué Natalia Ginzburg decidió entregar el último tiempo de su vida a esta historia, a esta niña? La escritora murió en 1991, un año después de editado Serena Cruz... Este breve e intenso ensayo sobre la separación y la pérdida quizá fuera una manera de hablar una vez más pero desde un lugar inesperado, de sus propios desgarros: el asesinato de su esposo Leone Ginzburg, torturado en una prisión alemana en 1944; la muerte de uno de sus hijos cuando el niño tenía apenas un año; la discapacidad de su hija Susanne; la muerte de su segundo esposo. También un último gesto político, ella que además de escritora y editora fue miembro del Partido Comunista y diputada entre 1983 y 1987. Como sea, Ginzburg escribe sobre Serena y los otros niños con gran ternura y firmeza, profundamente movilizada y con una claridad que trasciende el mero caso mediático y consigue trasladar esa fiebre militante con que la escritora italiana escribió este breve y sentido libro.

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