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Domingo, 6 de enero de 2013

Carne trémula

En El entramado, su último libro, el sociólogo Christian Ferrer indaga en lo que dio en llamar las industrias del cuerpo: una variedad de prácticas y disciplinas hijas directas de la revolución cultural y de las costumbres de los años sesenta. Una mirada crítica sobre cirugías, dietas, instrumentos para el placer sexual y otras delicias de la bioteconología más avanzada.

 Por Juan Jose Mendoza

En El entramado, Christian Ferrer trata de pensar la conquista técnica de los cuerpos, esa gran oferta de dietas, cirugías y aparatos con que se forjan los barrotes de las cárceles biotecnológicas y mentales del presente. Docente del seminario Informática y Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, podría decirse que las tecnologías son el centro de ese blanco móvil contra el que Ferrer lanza sus flechas envenenadas. Pero no: “No las desprecio. Me interesan mucho las tecnologías. Lo que me impresiona más bien es su elogio desmesurado. Ya hubo grandes entusiasmos. Cuando apareció la televisión se pensaba que iba a mejorar moralmente a la humanidad. Lo mismo con la radio. Hasta con el cable submarino, que se pensaba que iba a unir a todos los habitantes del mundo en una única hermandad. Y el cable submarino sirvió en realidad para mandar órdenes militares durante la Primera Guerra. Lo que las personas esperan de las tecnologías es que los protejan, que los liberen del aburrimiento, que les mejore la imagen corporal. Es un truco viejo. Todos han asumido que el aspecto corporal es un arma en la lucha por sobrevivir en los mercados laborales y en los mercados del deseo”.

En el libro te referís a las transformaciones técnicas y culturales que se produjeron en los años ‘60: el trasplante de órganos, la píldora anticonceptiva.

–El ciclo de las transformaciones culturales abierto en la década del sesenta todavía sigue activo. Es decir, lo que entonces fue una especie de “revolución cultural”, muy mitificada por otra parte y por lo tanto muy cristalizada en imágenes que a esta altura son más obstáculos que otra cosa para pensar la década. Pero esas revoluciones culturales siguen interpelándonos.

¿De qué modo?

–A través de lo que yo llamo las industrias del cuerpo, que se ocupan de modelarlo, formatearlo, potenciarlo a través de la farmacología, la erótica, la cirugía, las dietéticas, la gimnástica, la sexología. Todas ellas son efectos no deseados de los programas culturales que se empezaron en los ‘60. Ahora, cincuenta años después, son dominantes. De aquella época quedó vigente la voluntad de transformar la vida, ahora por medios técnicos.

¿Dirías que las tecnologías son formas anestésicas de la conciencia?

–Vivimos en una sociedad que trata de incluir a la mayor cantidad de habitantes en “esferas de inmunización”. La personalidad contemporánea está sentimentalmente muy poco preparada para los embates inevitables de la vida. Las sociedades antiguas tenían un contacto más continuo con el dolor y por lo tanto de-sarrollaban técnicas espirituales destinadas a administrarlo. El temperamento actual se aferra a todo tipo de muletas tecnológicas para poder sostenerse. Son fármacos que intervienen en los estados de ánimo, implantes que mejoran la imagen del cuerpo. Desde los seguros de vida, una industria que comienza en el siglo XIX, hasta la farmacología que lucha contra la depresión, el gran síntoma clínico del siglo XX, o medicaliza el berrinche infantil. Nietzsche escribió una frase reveladora. Decía que en tiempos antiguos, cuando todo era más inhóspito y había que luchar mucho por la vida, se sufría menos que ahora. En otras palabras, nuestro afianzamiento existencial es enclenque, por eso hay que sostenerlo técnicamente.

Frente a todo esto el anarquismo aparece en tu libro como un antídoto.

–El libro está escrito con un trasfondo de ideas libertarias. Sigo pensando que el anarquismo funciona como antídoto contra este nuevo pensamiento conservador, que no es el de la derecha, que no es el de los neoliberales, sino que es el de los benefactores de la humanidad: gente bienpensante que considera que basta con que un país crezca económicamente, gente que se conforma con el mejoramiento gradual como programa. De lo que se trata es de criticar el estilo de vida que llevamos. El anarquismo fue una revolución cultural en su tiempo. Planteaban cambiar el régimen psicológico, político y cultural del sistema de vida moderno. Creo que hay que sospechar de la idea de incluir mayor cantidad de excluidos a un sistema que destruye a las personas.

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Imagen: Gustavo Mujica
 
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