La historia de las ideas demuestra, una y otra vez, algo que nos tendría que resultar evidente: lo material es fundamental, y dura. Desde los gabinetes de curiosidades del siglo XVII hasta los museos modernos, terminando en las redes de bibliotecas especializadas de la actualidad, diversos materiales se almacenan, clasifican y organizan en un espacio con el objetivo de darse a la mirada o a la lectura y así quedar suspendidos a la espera de una interpretación que les devuelva la vida, que vuelva a conectar el tiempo en el que un objeto o un libro fue creado con el presente del investigador que los cuestiona, los abre a mundos imposibles, los reubica. El propio Walter Benjamin, filósofo pero también historiador, propuso en diversos artículos esta idea de prestarle una poderosa atención al detalle menor, al pequeño objeto que puede ser coleccionado y re-leído para encontrar en él algo que la interpretación de la historia oficial oculta o deja de lado. Vayamos a un ejemplo: mucho se ha dicho acerca del romanticismo de los miembros de la Generación del ’37, pero esas lecturas fundacionales como las de Byron o incluso Saint-Simon, ¿dónde y a partir de qué libro las realizaron? ¿Quién los tenía? ¿Estaban en una biblioteca personal o eran prestados, o incluso alquilados? Detalles que podrían parecer menores pasan a cobrar una centralidad insospechada en el último libro del filósofo e historiador Horacio Tarcus, El socialismo romántico en el Río de la Plata (1837-1852), el primero de dos tomos que tienen como objetivo estudiar la recepción del socialismo romántico en Argentina y Uruguay para conectarlo luego con los proyectos socialistas más conocidos de 1890 en adelante.
Tarcus no es alguien precisamente ajeno a la preocupación por la dimensión material de la historia. Director del CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda), entidad creada a partir de su propia biblioteca y de las colecciones y bibliotecas privadas que fue recuperando a lo largo de los años, su labor constante tiene que ver con la atención a lo particular. “A mí me interesa la historia del libro, me interesa la marginalia, la anotación, el papel que está adentro del texto”, agrega con el entusiasmo de un coleccionista obsesivo. “Aquí, si hay un recorte adentro de un libro, de ningún modo se tira, se pone en un sobre y se indica dentro de qué libro estaba. Es cada vez más frecuente que el investigador nos pida el complemento de ese libro subrayado o los recortes que podían estar adentro. Todo esto forma parte de esa posibilidad de poder reconstruir el universo bibliográfico de Echeverría, de Alberdi, de Sarmiento, que es un poco lo que motivó este libro”. Situarse en la historia de la circulación de algunos libros es ofrecer un enfoque particular en torno a la llamada teoría de la recepción: no sólo se revisa la manera en la cual una idea llega desde un supuesto “centro” a una “periferia”, sino que también se pone de relieve el viaje material de esos conceptos y, sobre todo, se entiende que la recepción no es un proceso pasivo, sino de total transformación, hasta el punto de que debería entenderse a esa idea importada como una suerte de materia prima con la cual se produce todo un nuevo sistema.
¿Cuál fue el puntapié de este trabajo de relectura de la Generación del 37? 
–Para recuperar ese momento del riesgo de pérdida, de riesgo de olvido, tuve que reconsiderar las valoraciones que tanto la historia de las ideas como la crítica había hecho del momento romántico. Porque la investigación parte casi de un síntoma que podríamos situar en 1890, cuando aparece la primera biografía sistemática de Alberdi, de Martín García Merou. En ese momento, Vicente Fidel López le advierte a García Merou que Alberdi no fue siempre liberal, Alberdi era revolucionario y socialista. Está hablando de Alberdi pero también está hablando de sí mismo. Quizás tampoco López quería que su propia biografía sea aplanada en el liberalismo de la época. Y ese socialismo no fue un mero sarampión de juventud, sino que fue una experiencia constitutiva, la experiencia constitutiva de esa generación.
Esteban Echeverría, el padre del grupo, aparece en la primera parte del libro como un héroe trágico. ¿Qué diferencias tiene con nombres como Alberdi y Sarmiento? 
–Hay que revisar la recepción al interior de los miembros de la generación de un libro clave como Dogma socialista. Cuando el libro aparece, los compañeros de Echeverría están en otras búsquedas. Búsquedas que los van a llevar incluso a borrar este momento de socialismo romántico, ya a mediados de la década del 40, y que se va a intensificar todavía más con el horror que les producen las revoluciones del 48, sobre todo, con la insurrección obrera y la represión que sufre el sector obrero radical. En cambio, Echeverría va a ver la Revolución del 48 con expectativas, pero al precio de una gran soledad y de una gran marginalidad. Cuando él muere, en 1851, Alberdi escribe una página afectuosa para quien había sido su hermano mayor, su mentor. Y reconoce el socialismo de Echeverría, pero tiene que ponerle toda una serie de observaciones para diferenciarlo a Echeverría y diferenciarse él mismo del socialismo de 1848. El Sarmiento de esa época, inclusive, tiene que burlarse del socialismo y del utopismo de quien se había quedado en un pensamiento de juventud superado por las teorías liberales. Al mismo tiempo, en el contexto de las guerras civiles del Río de la Plata, aparecer como tributario de los socialismos europeos era una carga que lo dejaba a Echeverría como fuera del juego político, del juego literario. Por eso Pedro de Ángelis lo acusa de socialista a Echeverría. Aparece de manera permanente el socialismo como un momento negado, un momento borrado, como acusación de los adversarios. Sin embargo, si vamos un poco para atrás, antes de la aparición de Dogma socialista, muchas referencias veladas a Saint-Simon o incluso a Pierre Leroux estaban en el debate sobre el romanticismo, en la publicación La Moda de Alberdi y en el periódico El Zonda de Sarmiento y Quiroga Rosas. 
Hay dos figuras que para Tarcus también resultan claves en todo este momento, y que son también los militantes más entusiastas del proyecto de la Generación del 37. “El primero es Manuel Quiroga Rosas, que muere muy joven, tuberculoso, y que es el responsable de que varios libros leídos y releídos por esos estudiantes formados durante el proyecto universitario de la presidencia de Rivadavia lleguen a lugares tan distantes como la provincia de San Juan. Gracias a que alguien se atrevió a viajar con libros para ir formando espacios de lectura y de intercambio de ideas en diferentes puntos geográficos del país es que personas como Sarmiento pudieron entrar en sintonía con las ideas de la juventud de avanzada en Buenos Aires. El otro es Echeverría, que no tiene la audacia de Alberdi de plegarse a las luchas políticas del momento, al precio de una gran marginalidad, y que queda desacreditado por este último momento socialista, además de morir abandonado a la pobreza, vendiendo sus libros para obtener algo de dinero. Echeverría es incorporado al panteón del pensamiento y de la literatura nacional por su amigo más leal, Juan María Gutierrez, quien va a tener un gran protagonismo al ser el articulador entre la Generación del 37 y los que vienen después. Echeverría aparece siempre como un liberal de avanzada, cosa que pongo en duda en el libro”.

EN OTRAS ORILLAS

El Río de la Plata es también parte de la construcción del mito nacional, sin lugar a dudas. Es un límite, sí, pero también una orilla en la cual se van distribuyendo, entre Uruguay y la Argentina, costumbres, conceptos y, también, figuras históricas de enorme importancia para la constitución de estos dos países. A la hora de hablar del socialismo romántico, Tarcus tiene que moverse de los acontecimientos ubicados hacia finales de la década del 40 en Buenos Aires hacia Montevideo, y seguir allí sus “personajes”. Esta ciudad tiene bien ganado el título que le pusiera  Alejandro Dumas padre: una “Nueva Troya”, militarizada por el sitio que va de 1843 a 1851 y mítica por ser el punto de reunión de los exiliados argentinos por el rosismo y los europeos fourieristas que comienzan a desplegar su imaginación socialista y romántica en las costas orientales. 
A la hora de hablar del socialismo romántico en Uruguay, dos nombres se destacan. El de Jean-Baptiste Eugène Tandonnet y el de Marcelino Pareja. ¿Qué importancia tuvieron en el desarrollo del socialismo de este período en Montevideo?
–Yo te diría que Montevideo es observada como ciudad que resiste, como ciudad que recibe a los exiliados europeos. Por eso es que llega el anhelo utópico de Tandonnet, un personaje si se quiere desconocido salvo por las menciones que hace Sarmiento en su libro de viajes. Él llega a América del Sur por razones un tanto desconocidas (un viaje de negocios promovido por su padre o la vergüenza de un socialista frente a una familia vinculada a la monarquía de Julio), cargado de su biblioteca fourierista y de algo absolutamente inusual para la época: una de las primeras máquinas de daguerrotipo de todo el continente. Allí opera como periodista y agente de publicaciones socialistas como el Correo de ultramar, editado en París pero en castellano, que tenía como fin último establecer lazos entre Francia, España y América; o Le messenger Français, diario creado por la colonia francesa en Uruguay. Y no sólo se queda con la labor periodística: Tandonnet llega incluso a proponerle a Rosas la creación de un falansterio en la provincia de Buenos Aires. Nada más lejano del universo intelectual, social y literario del rosismo que fundar un falansterio. Y, sin embargo, Tandonnet está lleno de optimismo en su capacidad de convencer a un monarca, a un gobernador,  a un presidente para hacer una experiencia que no va a ir en contra del orden social, desde su perspectiva, sino que va a ser una fuente de regeneración social. Se pueden dirigir a Abraham Lincoln o se pueden dirigir al Zar, o al monarca de Brasil o a Juan Manuel de Rosas. Pero hombres como Tandonnet saben lo que quieren y se tienen confianza a la hora de pedirlo. Él viaja por Montevideo, Río de Janeiro y Buenos Aires, y termina por volverse a Francia. Después va a ser un activo militante en el proceso que se abre en el 48, pero ya no está en el Río de la Plata. Marcelino Pareja, este personaje curiosísimo que es el que trae al Río de la Plata las ideas de Sismondi y de William Goodwin, se pierde en el contexto de las guerras civiles y no se sabe más de él, no se sabe ni cuándo murió. Pero, de los pocos datos que tenemos, podemos afirmar que dio un curso realmente impensado de economía política en el Colegio Oriental de Humanidades de Montevideo. Esas clases estaban totalmente preparadas, escritas, pero sólo podemos conjeturar acerca de su contenido a partir de la única de ellas que, por suerte, Pareja avanzó en el periódico El Nacional, con el título “De las ganancias del capital”, en junio de 1841.  Allí, desde una perspectiva fuertemente influenciada por Sismondi, rebate tesis centrales de la economía clásica, que igualaba el interés privado al interés común. Según Pareja, el lucro del capitalista iba en contra del bienestar común, mientras que ese interés común tiene el mismo destino que el del trabajador. Si este último se ve beneficiado, la sociedad como un todo sale ganando; y también se ve afectada si pierde. En ninguna parte de esta clase publicada aparece la palabra “socialismo”, pero está claro que lo está señalando. 
El segundo tomo, Los exiliados románticos. Socialistas y masones en la formación de la Argentina moderna (1853-1880), ya está más concentrado en nuestro país y tiene como eje otras figuras. Si el de este primer tomo es el de revisar la historia liberal-conservadora, ¿qué objetivos tiene el segundo libro? 
–En realidad, me interesa que aparezca este libro como el eslabón que permita enlazar el socialismo romántico del 37 con el socialismo de la década del 90, que es más conocido y que ya trabajé en Marx en la Argentina. Ese momento está más documentado, pero es todavía muy oscuro, porque no dio ninguna figura de la talla de un Sarmiento, de un Echeverría, de un Juan María Gutiérrez. Son figuras menores dentro de los engranajes de la edificación del Estado Nacional después de la Batalla de Caseros. Son periodistas, educadores, colonizadores, traductores que van a intentar integrarse dentro de este vasto proceso de construcción social y política apuntando a veces a un desarrollo de la sociedad civil. Actúan aquí porque se les frustra su acción en Francia o en España a fines de la década del 40 y comienzos de la década del 50. Fundan bibliotecas populares, fundan las primeras mutuales, anticipan el cooperativismo, reivindican la emancipación de la mujer y del obrero, llaman la atención del Estado sobre la necesidad de ampliar el sector educativo, proponen la creación de escuelas técnicas, gesta a la que ellos mismos se lanzan. Son figuras que confían en la construcción de la sociedad y le reclaman a sus hermanos masones mayores (Sarmiento, Mitre) que sean consecuentes con su pensamiento laicista, dándole espacio a estas formas de educación y emancipación, a esta prensa libre independiente, a esta sociedad mutual. Los corren por izquierda estos masones menores a los masones mayores. Les reclaman mayor radicalidad no sólo por parte del Estado, sino de la propia legislación. Uno de ellos, Bartolomé Victory y Suárez, por ejemplo, va a proponer en 1863 la incorporación a la Constitución de los derechos sociales de los trabajadores. Son figuras muy distintas: la figura del poeta romántico del 37 es muy distinta de la del librepensador de 1860, y esta figura es muy distinta del sociólogo socialista de 1895, 1900. O sea, hay líneas de continuidad y, al mismo tiempo, tenemos los suficientes malentendidos para encontrar líneas de ruptura.

CONTRA LA INTERPRETACIÓN

Al comienzo de este libro se discute con la tradicional división entre socialismo utópico y socialismo científico, rebautizando a lo primero como “socialismo romántico”. ¿Qué fundamenta esta revisión de una dicotomía central en el pensamiento socialista?  
–Yo estoy de acuerdo con Althusser en que, efectivamente, con el socialismo científico se produce un corte. Hay un enriquecimiento conceptual y una formalización de la teoría con Marx, una sistematización con Engels y una organización doctrinaria con Kautsky. Esto es un fenómeno extraordinario en sí mismo. En este pasaje hay algo que se gana, sobre todo, en sistematización y en conceptualización, pero también hay mucho que se pierde. El marxismo anti-utopístico de Marx y Engels le da prioridad a la emancipación proletaria por sobre la emancipación de la mujer, del joven, de la cultura, de las naciones, de las etnias, de las hoy llamadas políticas de género. Después podemos discutir si en los socialismos reales la emancipación de clases tuvo un lugar efectivo, pero lo que está muy claro es que las otras emancipaciones fueron dejadas en suspenso y los sujetos de esas emancipaciones fueron subordinados a una hegemonía proletaria. La proliferación de movimientos sociales en nuestros tiempos posmodernos y la desconfianza frente a cualquier intento de totalización tuvo que ver con esta miseria de la utopía. Lo irónico es que si uno lee a Marx, Engels o a cualquier otro autor del socialismo científico, para la mirada de hoy sería algo también utópico. El modelo de Marx del hombre que, por la mañana, podía salir a cazar, después trabajar en una fábrica y a la noche componer una sinfonía, ese hombre liberado de la tiranía de la división del trabajo, de la especialización, emancipado de la tutela del Estado y del orden mercantil, es profundamente utópico. Todo el socialismo llamado utópico, por otro lado, apeló a la ciencia como Marx. Todas las utopías del siglo XIX son estrictamente científicas. Saint-Simon, el nombre que aparece una y otra vez en las lecturas de la Generación del ‘37, creía, como todos los reformadores sociales del mismo siglo, haber encontrado la ley que regía el funcionamiento de las sociedades. En ese sentido, es el padre tanto de Marx como de Comte, anticipa el marxismo, pero también anticipa la sociología y el positivismo.
¿Qué tipo de resistencias dentro de los teóricos e historiadores de hoy pensás que van a tener con respecto a las ideas que proponés en el libro?
–Me encuentro con una gran resistencia por parte de la crítica y por parte de la historiografía, inclusive de mis propios colegas, que se resisten a encontrar una experiencia de tipo socialista en el Río de la Plata entre la década del 30 y del 40. La única excepción son las investigaciones de Jorge Myers, autor en el que me apoyo muchísimo. En general, tanto la crítica como la historia de las ideas hacen una operación de prolepsis, encontrando adelantos en el pasado de lo que en realidad se va a dar mucho tiempo después. Y, de algún modo, sobre esa operación está construida la llamada tradición republicana. La construcción de Sarmiento, Echeverría y Alberdi como los padres de la literatura y de la Constitución Nacional también opaca este momento. Como decía Benjamin en las “Tesis de filosofía de la historia”, hay que pasarle el cepillo a contrapelo a estas interpretaciones. Ese es un momento de peligro que el historiador, imbuido de la filosofía del materialismo histórico, tiene que rescatar de la construcción historicista. Yo creo que es el peso del historicismo el que hace que nos parezca absurdo que los padres de la patria hayan sido socialistas. Nos parece inconcebible, ridículo: pero sobre ese sentimiento es que yo me propuse trabajar a contrapelo. 


Papeles encontrados

Sumada a la aparición del primer tomo de esta historia del socialismo romántico en el Río de la Plata, Horacio Tarcus, a través del CeDInCI, también dio a conocer un sitio de enorme importancia para las investigaciones referidas a la izquierda nacional y latinoamericana. La página http://americalee.cedinci.org/ es un repositorio digital de varias publicaciones propias del acervo del centro de investigación que tiene como finalidad poner a disposición, en formato .PDF, diferentes revistas de enorme importancia para la historia del socialismo y, en líneas generales, de la cultura gráfica de nuestro continente. Así, tenemos proyectos impensados como la revista Literatura dibujada, dirigida por Oscar Masotta, que reúne a firmas como las de Oscar Steimberg, Hector Oesterheld y Alberto Breccia, cuyo objetivo era ofrecer un punto de vista teórico sobre la producción de historieta a finales de la década del ‘60. O la mítica publicación Literatura y sociedad, dirigida por Ricardo Piglia, de 1965, o las ya más conocidas Contra, Contorno o La campana de palo, o incluso publicaciones de países vecinos como Bolivia. Con números completos, cada una de estas revistas cuentan con un estudio preliminar que permite poner en relevancia la importancia de la publicación en su tiempo y lugar. Bien podría decirse, otro modo en que la materialidad de un objeto muestra su resistencia: su pasaje al formato digital.