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Domingo, 7 de mayo de 2006

La épica de la resistencia

La trama del pasado
Cristina Bajo
Sudamericana
384 páginas

 Por Rogelio Demarchi

Cuando la poética que Cristina Bajo describe en el reportaje que acompaña estas líneas se vuelve novela, el origen de la guerra civil argentina se interpreta simultáneamente de dos maneras. En primera instancia, una guerra civil es posible sólo cuando una cierta cantidad de familias –recuérdese aquello de que son la célula básica de la sociedad– están dispuestas a plegarse al movimiento, o sea a considerar un ideal político (el que sea) como algo mucho más importante que la sangre y la vida humana, a sacrificar a sus varones en una cadena de venganzas sin fin y a sancionar la menor osadía de sus mujeres con el convento o el destierro del solar paterno; cualquier pariente, no ya un vecino, si se identifica con el enemigo, debe ser tratado como tal, y ya se sabe que no hay mejor enemigo que el enemigo muerto. En segunda instancia, si bien toda guerra civil se desencadena por el enfrentamiento de dos bandos, apenas se advierte un ganador, la lucha degenera en un combate en el interior de la fuerza vencedora, donde los que se hacen del poder aniquilan a quienes se muestran moderados o críticos dentro de sus propias filas, no vaya a ser que terminen aliándose con el vencido; así, el conflicto se traslada de una generación a la siguiente y los nuevos actores deben revisar la historia familiar para reafirmar sus principios y lealtades, a quiénes se seguirá considerando como próximos, sean propios o ajenos, y a quiénes se condenará al olvido y la distancia.

Por todo ello, es probable que el momento más simbólico y profundo de esta tercera novela de la saga de los Osorio se encuentre cuando busca conectarse con la novela que la inició: Luz, la entrañable protagonista de Como vivido cien veces, le escribe a su hermano Fernando, personaje central de La trama del pasado, que no podrán vivir en paz “mientras no hagamos un trato con nuestro dolor”. Ahora, ¿qué otro pacto se puede establecer con semejante padecimiento íntimo sino su reivindicación hasta las últimas consecuencias? Como diremos los argentinos a finales del siglo XX, en otro contexto, “ni olvido ni perdón”.

Carlos Osorio murió a manos de los soldados santafesinos que entraron en Córdoba tras la captura del general Paz, en cuyo ejército militaba uno de sus hijos, Sebastián, que ha debido exiliarse en Francia, mientras otro de sus hijos, Fernando, es federal y ha integrado las huestes de Quiroga. Para el aquí y ahora de La trama del pasado, de eso hace muchos años. Ahora es 1840, el “Año del Terror”, y no sólo en Buenos Aires. En Córdoba, una revolución promovida, entre otros, por Vicente Fidel López, contra el gobernador federal Manuel López, alias “Quebracho”, desencadena la reacción de Juan Manuel de Rosas, que envía a la provincia un ejército comandado por Manuel Oribe. A su llegada se produce el desbande de los pocos unitarios que quedaban para entonces –algunos huyen lejos, otros se encierran en los conventos que pueden protegerlos–, y la ciudad queda en manos de la Mazorca, comandada por un sujeto exótico, apodado “el Monitor”, que hasta intentó entronizar en la capilla de Santo Domingo un busto de Rosas. Fueron muchos meses en los que funcionaron varios “mataderos”, donde se torturó y asesinó vaya uno a saber a cuántos cordobeses, la mayoría federales, mientras “Quebracho” se mantenía a más que prudente distancia y el poder era monopolizado por el ejército invasor.

Por imperio de la ética y la fuerza de la conciencia, Fernando está obligado a preguntarse si esa situación forma parte de los ideales por los que ha luchado, cuáles eran las diferencias con su padre, hasta dónde le debe lealtad a “Quebracho”, qué lo separa de las familias que padecen las tropelías del “Monitor” y de otro siniestro personaje que –devenido funcionario– aprovecha la ocasión para disfrazar su venganza y ambición como actos públicos en los que trata de apoderarse de importantes propiedades, entre las cuales se destaca una estancia de los Osorio.

Lo increíble es que, con delicadeza y astucia, Bajo funde ambos planos hasta el extremo de reducirlos, casi, a un incidente secundario de su novela, donde lo principal parece ser, a primera vista, la historia del reencuentro de dos hermanos y la pasión que se desata más tarde entre dos primos que, hasta el retorno de la mujer expulsada de la casa familiar, ignoraban la existencia el uno del otro. Y esto ha de considerarse un mérito: la vida normalmente es así de esquizofrénica y tiende a mezclar el dolor y la alegría en la misma copa.

Con una prosa rica en metáforas y vocablos verosímiles para la época que narra, y enriquecida con un conjunto de ingeniosos guiños que señalan a la ciudad más culta, los entretelones del asesinato de Quiroga, el camino más seguro para llegar al despacho de Rosas o la interna de la Iglesia, La trama del pasado seduce de la primera a la última página, donde nos aguarda un final épico y abrupto y más que probables garantías de que la historia continuará en un futuro volumen.

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    Por Rogelio Demarchi
 
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